La caridad, expresión irrenunciable de nuestra fe
Siete cauces prácticos para vivir hoy la caridad
Vicente Altaba Gargallo, Delegado episcopal de Cáritas española
Próximos a celebrar la solemnidad del Corpus
Christi (7 de junio), el autor nos invita a descubrir por qué fe y caridad
están íntimamente relacionadas y se enriquecen y verifican mutuamente. Una
relación tan estrecha y fecunda entre ambas que empuja a dar cauce al
compromiso caritativo y social al que nos convoca la Iglesia en el Día de Caridad.
Dios, que ama la justicia y manifiesta la entraña de su amor en la compasión y
la misericordia, nos llama a trabajar por los pobres con la fuerza
revolucionaria de la ternura y a ser signos de su acción liberadora en el
mundo.
“Sed misericordiosos...”
Cuando vamos a
celebrar la fiesta del Corpus Christi y, en ella, el Día de la Caridad, me
viene a la memoria el saludo de Pablo a los cristianos de Tesalónica: “Debemos
dar continuas gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es justo, pues
vuestra fe crece vigorosamente y sigue aumentando el amor mutuo de todos y cada
uno de vosotros” (2 Tes 1, 3).
¡Qué bonito
saludo el de Pablo! Un saludo que tendríamos que hacer nuestro, pues poder dar
gracias a Dios porque la fe crece vigorosamente y porque esa fe se manifiesta
en el aumento del amor mutuo, en la caridad que crece en todos y cada uno de
nosotros, tendría que ser nuestro empeño en el Día de la Caridad.
En la fiesta
del Corpus Christi celebramos de manera pública y solemne, en el corazón de la
Iglesia y en el espacio público de las plazas y calles de nuestras ciudades y
pueblos, el gran “sacramento de nuestra fe”, como llamamos a la Eucaristía. A
la vez, recordamos con una campaña especial el “sacramento de la caridad”, del
amor llevado hasta el extremo en la Eucaristía, como dirá Juan(Jn 13, 1), y
expresado en la cotidianidad de nuestras relaciones humanas y, de una manera
muy especial, en el amor a los más pobres y excluidos. Y esto para que así
nuestra fe crezca vigorosamente y siga creciendo también entre nosotros el
amor. Para que en la Eucaristía descubramos sacramentalmente el rostro de los
hermanos, y en los hermanos, especialmente en los más pobres, descubramos el
rostro encarnado del Señor.
Para contribuir
a ello reflexionaremos en la primera parte de este Pliego sobre el binomio
fe-caridad, un binomio que nos hace descubrir que la caridad es expresión
irrenunciable de nuestra fe, e intentaremos después señalar algunos cauces
concretos que nos ayuden a descubrir las muchas y serias posibilidades que
tenemos de expresar hoy nuestra fe en el ejercicio de la caridad, más allá de
la colecta especial que ese día se hará en nuestra comunidad.
I. FE Y CARIDAD
MUTUAMENTE SE EXPLICAN Y NECESITAN
Fe y caridad
están íntimamente relacionadas y mutuamente se enriquecen y verifican1. San Ignacio de Antioquía
expresaba esta relación diciendo que la fe y la caridad son el principio y el
fin de la vida cristiana. El principio, según él, es la fe; y el fin, la
caridad.
Benedicto XVI,
al convocar el Año de la Fe que celebramos entre 2012-2013, lo primero que nos
recordó es que fe y caridad están mutuamente relacionadas: “La fe y el amor se
necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino”. La
fe, para seguir su camino, para ser verdadera acogida y respuesta a Dios,
necesita de la caridad. La caridad, para seguir su camino, para ser verdadera
manifestación del amor de Dios, necesita de la fe. Es más. No solo podemos
decir que se necesitan para hacer su camino. Se necesitan también para ser,
pues la fe “es” respuesta al amor y la caridad “es” la realización de la fe.
1. La fe es respuesta a Dios, conocido como Amor
Partiendo de la
afirmación del apóstol Juan, “hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos
creído en él” (1 Jn 4, 16), bien podemos decir que la fe nace de la experiencia
de haber encontrado el amor, de haber conocido a un Dios que es amor, y de
responder al amor.
La fe, antes
que adhesión a verdades, a creencias, es relación personal y amorosa con Dios,
de modo que creer es estar enamorado de Dios, y tener fe es tener experiencia
del amor de Dios. Tener fe es haber descubierto a un Dios amor, sentirse amado
por él y responderle poniendo en él toda la confianza que nace del amor.
Por eso, el
ejercicio del amor en la vida cristiana, y lógicamente en Cáritas, no es un
puro acto de solidaridad humana; ni es tampoco, fundamentalmente, un precepto
de la vida cristiana. Es una consecuencia del encuentro con Dios en Jesucristo,
de haber descubierto en Cristo el rostro y la entraña amorosa de nuestro Dios.
De ahí, una primera pregunta que nos debemos hacer: ¿tengo experiencia del
Amor, del amor gratuito, apasionado y misericordioso de Dios? Pregunta que he
de saber responder, pues de ella nacen la fe y la caridad.
2. La fe crece cuando se vive como experiencia de
amor
Pero la fe no
solo nace del amor, sino que crece cuando se vive como una experiencia de amor:
“La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se
recibe y se comunica”2. Es una formulación bien precisa y preciosa:
la fe crece cuando se vive como experiencia de amor, de amor que se recibe y de
amor que se comunica y se da. Es decir, la fe crece por la caridad, ya que eso
es la caridad: amor recibido y entregado.
Este es el
testimonio de Juan en un texto para recordar y disfrutar: “Amémonos los unos a
los otros, porque el amor procede de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y
conoce a Dios. Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. Dios nos ha
manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único, para que
vivamos por él. El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino
en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo como víctima por nuestros
pecados. Hermanos queridos, si Dios nos amó así, también nosotros debemos
amarnos unos a otros. (...) Dios es amor, y el que permanece en el amor
permanece en Dios, y Dios en él” (1 Jn 4, 7-16).
La fe es una
experiencia de amor. De un amor que se recibe y de un amor que se da. Amar a
Dios es la respuesta al amor de quien nos amó primero. Y ese amor, lo sabemos
bien por Jesucristo y toda la Escritura, lleva necesariamente al amor al
prójimo, amado por Dios.
3. La fe actúa por la caridad
Tanto es así
que el apóstol Pablo dirá que “la fe actúa por la caridad” (Gal 5, 6), a la vez
que recuerda a quienes están enredados en discusiones sobre la ley que toda la
ley se cumple en una sola frase: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gal 5,
14).
En la 2ª carta
a los Corintios, concreta más la expresión de esta caridad, diciendo que la fe
lleva a compartir para que a nadie le falte lo necesario para vivir. Pablo
recuerda a sus cristianos las pruebas, tribulaciones y la pobreza extrema que
han sufrido las Iglesias de Macedonia, pero les informa de que sus pruebas les
han hecho crecer en la alegría y que su pobreza extrema se ha desbordado en
frutos de generosidad, de modo que, por encima de sus posibilidades y con toda
espontaneidad, han participado en la colecta en favor de los necesitados. En este
contexto les pide que sobresalgan en la caridad y muestren así la sinceridad de
su amor a imagen de Cristo, “el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros
para enriqueceros con su pobreza”. Y se trata, dice Pablo, de “igualar”, de
compartir y buscar la igualdad, de modo tal que “al que recogía mucho no le
sobraba y al que recogía poco no le faltaba” (cf. 2 Cor 8, 7-15).
Los seguidores
de Jesúsexpresaban su fe escuchando la enseñanza de los apóstoles, celebrando
la presencia del Señor en la Eucaristía y poniendo los bienes en común para
atender a los hermanos necesitados (cf. Hch 4, 32-35). Así, la fe de la Iglesia
se expresa permanentemente en la triple dimensión de su misión: anuncio de la
Palabra, celebración de los sacramentos y ejercicio de la caridad. Las tres
cosas a la vez, de modo tal que, donde falta una de ellas, no se manifiesta en
plenitud la Iglesia de Jesús.
4. La relación entre fe y caridad es tan estrecha
que mutuamente se verifican
Con esta
expresión, “unidad inseparable entre fe y caridad”, se refirió Benedicto XVI a
esta mutua relación, y puso como ejemplo a dos viudas pobres, la viuda de
Sarepta y la viuda del Evangelio, que “demostraron una gran fe en Dios” y
llevaron a cabo gestos preciosos de caridad. Dos mujeres que “lo dan todo y se
ponen en manos de Dios por el bien de los demás”3.
En otra
ocasión, explicó la relación entre estas dos virtudes comparándola a la que
existe, de manera análoga, “entre dos sacramentos fundamentales de la Iglesia:
el Bautismo y la Eucaristía. El Bautismo (sacramentum fidei) precede a la Eucaristía
(sacramentum caritatis), pero está orientado a ella, que constituye la plenitud
del camino cristiano. Análogamente, la fe precede a la caridad, pero se revela
genuina solo si culmina en ella. Todo parte de la humilde aceptación de la fe
(‘saber que Dios nos ama’), pero debe llegar a la verdad de la caridad (‘saber
amar a Dios y al prójimo’), que permanece para siempre, como cumplimiento de
todas las virtudes”4.
Esto nos lleva
a descubrir que la relación entre la fe y la caridad no está solo en el hecho
de que la fe actúa por la caridad, sino en que fe y caridad mutuamente se
verifican. Y cuando hablamos de verificación, lo que queremos decir es que una
es la verdad de la otra, que la fe se hace verdad en la caridad y que la
caridad se hace verdad cuando se vive desde la fe. Dicho con otras palabras, la
caridad no es una consecuencia de la fe, algo distinto y posterior a ella, sino
elemento constitutivo de la misma fe.
Así, dice
también Santiago: “¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe,
si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana
andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: ‘Id
en paz, abrigaos y saciaos’, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de
qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro.
Pero alguno dirá: ‘Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las
obras, y yo con mis obras te mostraré la fe’” (Sant 2, 14-18).
II. CAUCES
PRÁCTICOS PARA VIVIR HOY LA CARIDAD
Desde esta
relación tan estrecha y fecunda entre fe y caridad, entre la Eucaristía como
sacramento de la fe y sacramento de la caridad, veamos algunas claves que nos
ayuden a vivir hoy la caridad y nos descubran que tenemos muchas y muy precisas
formas de dar cauce al compromiso caritativo y social al que nos convoca la
Iglesia en el Día de la Caridad.
1. Tener ojos abiertos para ver y oídos atentos
para escuchar
La caridad
comienza por tener capacidad de ver la situación del otro y de escuchar su
clamor. Es la primera expresión de la apertura y del amor al otro. Así hizo
Dios con su pueblo oprimido y explotado: “El clamor de los israelitas ha
llegado hasta mí y he visto la opresión con que los egipcios los oprimen” (Ex
3, 9). Dios “ve” y “escucha”, y a partir de ahí comienza su gesta salvadora,
liberadora.
También
nuestros últimos papas nos invitan a ver y a escuchar. Benedicto XVI, en el
Mensaje de Cuaresma del año 2012, basándose en la carta a los Hebreos, nos
decía: “Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las
buenas obras (Hb 10, 24)”. Y Francisco deja claro que, para que la caridad sea
verdadera y ejerza la función liberadora que está llamada a desarrollar, debe
partir de una mirada muy atenta a la realidad de los pobres y de escuchar su
clamor: “Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de
Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan
integrarse plenamente en la sociedad: esto supone que seamos dóciles y atentos
para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo”5. Y, a continuación, explicitará más diciendo que hemos
de tener oídos atentos “al clamor de los pobres”, “al clamor por la justicia”
(n. 188) y “al clamor de pueblos enteros” (n. 190).
Nuestros
obispos, en su última instrucción pastoral6,
comienzan invitándonos a abrir los ojos a los rostros de nuestros pobres y a
escuchar el clamor de los que no tienen trabajo; de los niños que viven en la
pobreza; los ancianos, antes olvidados y hoy explotados; las mujeres víctimas
de la penuria económica, de la explotación sexual y la violencia doméstica; los
hombres y mujeres del campo y del mar; los inmigrantes; las víctimas de la
corrupción económica y política; y las víctimas de un empobrecimiento
espiritual y moral (cf. ISP nn. 3-14).
En una cultura
tan individualista como la que vivimos, y en la que sufrimos una globalización
de la indiferencia, puede resultar extraña una llamada a fijarnos los unos en los
otros. Es más, no faltará quien pueda interpretar una llamada así como una
invitación al chismorreo o a la intromisión irrespetuosa e indebida en la vida
e intimidad del otro. Sin embargo, es esta una llamada del Espíritu que nos
hace bien en el momento social que estamos viviendo.
La caridad
comienza por fijar la mirada en el otro y estar atentos los unos a los otros. La
caridad nos hace abrir la mirada al mundo insolidario e injusto que hemos hecho
–“he visto cómo los oprimen”–, nos hace fijarnos en los que sufren a nuestro
lado, escuchar su clamor y, desde ahí, salir del encierro egoísta en nuestros
propios intereses y buscar lo que es bueno no solo para mí, para cada uno
aisladamente, sino para los otros, para la comunidad en la que vivimos y cuyo presente
y futuro compartimos7.
2. Apostar con decisión por los más débiles y
pobres
Los pobres son
los primeros destinatarios del Evangelio: “No deben quedar dudas ni caben
explicaciones que debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, los pobres
son los destinatarios privilegiados del Evangelio, y la evangelización dirigida
gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir
sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca
los dejaremos solos” (EG n. 48).
La afirmación
no es nueva. Se ha dicho y repetido muchas veces, es verdad, en el magisterio
de la Iglesia, pero hemos de reconocer que se ha ignorado otras tantas y que
con excesiva frecuencia no son los pobres el referente desde el que hemos
configurado nuestros comportamientos, nuestros estilos de vida, nuestras
opciones políticas y nuestros proyectos eclesiales.
Francisco nos
aporta el redescubrimiento del pobre y de su lugar en la misión de la Iglesia. Nos
dice que en esto no caben dudas ni valen excusas. Es el momento de dar a los
pobres el lugar privilegiado que les pertenece en la sociedad y en la Iglesia.
Solo desde los pobres, desde las periferias, se tiene una visión real de la
metrópoli y de la totalidad. Desde el centro, desde el poder, desde la
metrópoli, nunca se ve toda la realidad.
Los cristianos
apostamos por una sociedad que se preocupe de todas las personas, pero
especialmente de los más débiles, pues, de lo contrario, no será verdaderamente
democrática ni ética. Una sociedad que se construya desde los derechos y
necesidades de los pobres, no solo desde los intereses de los ricos y
poderosos. Es esta la revolución de la ternura a la que nos invita Jesús en el Evangelio,
la cultura de la ternura que nos pide Francisco (cf. EG n. 209).
Nosotros
debemos prestar especial atención a los últimos, a aquellos con los que nadie
cuenta y a los que deja de lado lo que Francisco llama la “cultura del
descarte”, pues, como él mismo dice, “ningún esfuerzo de ‘pacificación’ será
duradero, ni habrá armonía y felicidad para una sociedad que ignora, que
margina y abandona en la periferia una parte de sí misma (...). No hay que
descartar a nadie. Recordémoslo siempre: solo cuando se es capaz de compartir,
llega la verdadera riqueza; todo lo que se comparte se multiplica. Pensemos en
la multiplicación de los panes de Jesús. La medida de la grandeza de una
sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más
necesitado, a quien no tiene más que su pobreza”8.
La caridad
comienza por abrir los ojos a la realidad, pero esta se puede mirar y valorar
de diferentes maneras. Podemos ver la realidad desde el beneficio de las
grandes empresas, el fluir de los préstamos bancarios, los intereses del
mercado, la reducción del déficit y los resultados macroeconómicos; o podemos
leerla desde el número de los parados, desde los desechados por el sistema,
desde las rentas mínimas, desde los índices de pobreza, desde los recortes de
los derechos sociales. Nosotros queremos ver la realidad desde el lado de los
pobres. Queremos verla con los ojos de Dios y leerla desde el corazón de Dios.
3. Ayudar al otro a desarrollar todas sus
capacidades y potencialidades
Con mucha
frecuencia la caridad se ha identificado con dar: dar dinero, dar comida, dar
ropa. Pero la caridad no consiste en dar cosas, sino en dar amor. Caridad no es
tirar una limosna mientras volvemos el rostro porque no somos capaces de dar la
mano ni de mirar al otro a los ojos. La caridad pasa por correr el riesgo del
encuentro con el otro y tener la valentía de acogerle y acompañarle en el
camino de su propio desarrollo.
Una clave que
conviene recordar siempre en el ejercicio de la caridad nos la da Benedicto XVI
cuando dice que el ser humano es redimido por el amor: “El hombre es redimido
por el amor. Eso es válido incluso en el ámbito intramundano. Cuando uno
experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de ‘redención’ que
da un nuevo sentido a su existencia”9.
Tanto es así que la actuación práctica resulta insuficiente si en ella no se
puede percibir el amor. Hay que dar y ayudar al otro, pero, sobre todo, hay que
darse, hay que dar amor. Solo así el don no humilla, sino que dignifica a la
persona, a la que da y a la que recibe10.
Y no basta con
socorrer al otro en sus necesidades materiales; hemos de ayudar al otro en su
desarrollo intelectual, moral, social, espiritual y religioso. Por otra parte,
el amor nos hace descubrir las carencias y necesidades del otro y ofrecerle
nuestra ayuda para superarlas, pero también nos hace descubrir las capacidades,
las posibilidades del otro. Amar se torna, entonces, en la hermosa tarea de
ayudar al otro a ser, a crecer, a desarrollarse en todas las potencialidades de
su ser. Y, proyectado esto a la acción caritativa y social, la caridad nos
lleva a superar el asistencialismo y a promover el desarrollo integral.
Hemos de
reconocer que el aumento de la pobreza nos ha llevado en los últimos tiempos a
dar respuestas de primera asistencia que tiempo atrás considerábamos superadas
en el ejercicio de la caridad. Esto ha hecho que la primera asistencia –dar
comida, ropa, pago de medicamentos, de alquileres y otros insumos...– se haya
multiplicado tanto que algunas instituciones han quedado encerradas en este
tipo de servicios, descuidando tareas de la caridad tan importantes como el
acompañamiento y la promoción de la persona.
No podemos
olvidar, sin embargo –como ha recordado Francisco–, que las tareas de primera
asistencia deberían ser “pasajeras”, y que la acción caritativa y social
implica tres niveles de compromiso: cooperar con los gestos más simples y
cotidianos de solidaridad, cooperar para promover el desarrollo integral de los
pobres y cooperar para resolver las causas estructurales de la pobreza (cf. EG
n. 188).
4. Trabajar por la justicia y transformar las
estructuras que generan pobreza
El lema de
Cáritas es Trabajamos por la justicia, lo que nos recuerda que la primera
exigencia del amor es la justicia. Muchas veces se ha dicho y repetido hasta la
saciedad que lo que este mundo necesita es justicia, no caridad. Es lo que ya
decía la crítica marxista para cuestionar la acción caritativa de la Iglesia:
los pobres no necesitan caridad, sino justicia. Y esto es verdad, en cuanto que
no podemos dar a los pobres por caridad aquello a lo que tienen derecho en
justicia.
Benedicto XVI,
en Caritas in veritate, n. 6, nos ofrece un lúcido texto sobre la relación
entre justicia y caridad: “Ante todo, la justicia. Ubi societas, ibi ius: toda
sociedad elabora un sistema propio de justicia. La caridad va más allá de la
justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo ‘mío’ al otro; pero nunca carece de
justicia, la cual lleva a dar al otro lo que es ‘suyo’, lo que le corresponde
en virtud de su ser y de su obrar. No puedo ‘dar’ al otro de lo mío sin haberle
dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad a
los demás es, ante todo, justo con ellos. No basta decir que la justicia no es extraña
a la caridad, que no es una vía alternativa o paralela a la caridad: la
justicia es ‘inseparable de la caridad’, intrínseca a ella. La justicia es la
primera vía de la caridad o, como dijo Pablo VI, su ‘medida mínima’, parte
integrante de ese ‘amor con obras y según la verdad’ (1 Jn 3, 18), al que nos
exhorta el apóstol Juan. Por un lado, la caridad exige la justicia, el
reconocimiento y el respeto de los legítimos derechos de las personas y los
pueblos. Se ocupa de la construcción de la ‘ciudad del hombre’ según el derecho
y la justicia. Por otro, la caridad supera la justicia y la completa siguiendo
la lógica de la entrega y el perdón”.
Esta
construcción de la ciudad del hombre, de una sociedad según el derecho y la
justicia, está demandando la transformación de las estructuras injustas que
generan pobreza y exclusión. Para ello, los obispos españoles, en el n. 49 de
la instrucción pastoral ya citada, nos proponen unos objetivos que marcan, a su
vez, cauces concretos para el ejercicio de la caridad:
▪ “Crear
empleo. Las empresas han de ser apoyadas para que cumplan una de sus
finalidades más valiosas: la creación y el mantenimiento del empleo (...).
▪ Que las
administraciones públicas, en cuanto garantes de los derechos, asuman su
responsabilidad de mantener el Estado social de bienestar, dotándolo de
recursos suficientes.
▪ Que la
sociedad civil juegue un papel activo y comprometido en la consecución y
defensa del bien común.
▪ Que se llegue
a un Pacto Social contra la pobreza aunando los esfuerzos de los poderes
públicos y de la sociedad civil.
▪ Que el
mercado cumpla con su responsabilidad social a favor del bien común y no
pretenda solo sacar provecho de esta situación.
▪ Que las
personas orientemos nuestras vidas hacia actitudes de vida más austeras y
modelos de consumo más sostenibles.
▪ Que, en la
medida de nuestras posibilidades, nos impliquemos también en la promoción de
los más pobres y desarrollemos, en coherencia con nuestros valores, iniciativas
conjuntas, trabajando en ‘red’, con las empresas y otras instituciones;
apoyando, también con los recursos eclesiales, las finanzas éticas,
microcréditos y empresas de economía social.
▪ Que la
dificultad del actual momento económico no nos impida escuchar el clamor de los
pueblos más pobres de la tierra y extender a ellos nuestra solidaridad y la
cooperación internacional y avanzar en su desarrollo integral.
▪ Cultivar con
esmero la formación de la conciencia sociopolítica de los cristianos, de modo
que sean consecuentes con su fe y hagan efectivo su compromiso de colaborar en
la recta ordenación de los asuntos económicos y sociales”.
Aquí tenemos
cauces muy concretos para el ejercicio de la caridad. Y, sobre todo, tenemos
una clave fundamental: no se trata de hacer muchas cosas, sino de que aquello que
hacemos sea transformador de la sociedad.
5. Repensar la solidaridad en clave de comunidad y
defensa de derechos
El compromiso
por la justicia y por la acción transformadora nos lleva hoy a repensar cómo
entendemos la solidaridad y de qué hablamos cuando hablamos de solidaridad.
Para ello, nos ayudarán dos referencias importantes: una primera tomada de
sanJuan Pablo II y otra de Francisco.
▪ Según la
primera, “la solidaridad no es (...) un sentimiento superficial por los males
de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme
y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y
cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos. Esta
determinación se funda en la firme convicción de que lo que frena el
pleno desarrollo es aquel afán de ganancia y aquella sed de poder de que ya se
ha hablado”11.
Según esto, la
solidaridad nos sitúa en la perspectiva de la responsabilidad compartida y en
la perspectiva del bien común. Pero una y otra deben alcanzar a las estructuras
de pecado, que funcionan como mecanismos cuasi automáticos que reproducen las
situaciones que crean. Por lo que la solidaridad nos saca del sentimentalismo
desencarnado y nos aloja definitivamente en las características de una
verdadera opción por los pobres.
▪ La segunda
referencia nos la da Francisco, cuando dice: “La palabra ‘solidaridad” está un
poco desgastada y a veces se la interpreta mal, pero es mucho más que algunos
actos esporádicos de generosidad. Supone crear una nueva mentalidad que piense
en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación
de los bienes por parte de algunos”. Y añade: “La solidaridad es una reacción
espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino
universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada” (EG
nn.188-189).
De nuevo, la
solidaridad se ubica en el mismo plano que la opción por los pobres y nos sitúa
ante las estructuras sociales, la propiedad, el destino universal de los
bienes, lo cual es imprescindible para sacar a la palabra solidaridad
del desgaste en
que ha ido cayendo y colocarla otra vez en términos de comunidad, de derechos y
de prioridad de vida para todos.
No podemos,
pues, simplificar la solidaridad que hoy demanda el reconocimiento de los
derechos de los pobres, y devolverles lo que les pertenece. Con palabras de
Francisco, “supone crear una nueva mentalidad que piense en términos de
comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes
por parte de algunos”, “devolver al pobre lo que le pertenece” y “defender los
derechos de los pueblos”.
Esto nos lleva
a recordar a los que tienen la responsabilidad de garantizar los derechos
–gobiernos, políticos, tribunales, legisladores– la necesidad de promover,
facilitar y defender la vida con dignidad de todos los seres humanos y los
derechos de los más frágiles: derecho al trabajo digno, a vivienda adecuada y
segura, a cuidar la salud, a migrar y no ser discriminados, a seguridad jurídica,
a tutela judicial efectiva, a una educación en igualdad, a un sistema fiscal
eficiente y equitativo, a un comercio justo.
6. Practicar la misericordia
La primera
exigencia de la caridad es la justicia, pero no basta la justicia; esta tiene
que sobrepasarse con la caridad. No basta dar al otro lo “suyo”. Cuando el otro
vive en una sociedad que no le reconoce ciertos derechos –o cuando, según la
ley, los ha perdido–, la justicia necesita de la caridad, que nos lleva a dar
al otro de lo “mío”, a “cargar” con el otro, como el samaritano, y que se
manifiesta en la misericordia y la gratuidad.
Especial
atención merece en este momento la llamada que nos hace la Iglesia a la
misericordia con la convocatoria de Francisco a un próximo Jubileo de la
Misericordia12. Ante él,
nos dice: “¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia
para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de
Dios!”.
En la bula de
convocatoria afirma que la misericordia es la viga maestra en la que se
sostiene la Iglesia. Nada en su anuncio y testimonio puede carecer de
misericordia. La justicia es un primer paso en el servicio del amor, un paso
necesario e imprescindible. La Iglesia, no obstante, debe ir más lejos. Ha
llegado para la Iglesia el tiempo de la misericordia (cf. n. 10).
Y, si nos
preguntamos cómo vivir hoy esa misericordia, en el n. 15 desciende a detalles:
▪ “Podemos
realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más
contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno
dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen
en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz
porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los
pueblos ricos.
▪ Estamos
llamados a curar estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a
vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida
atención.
▪ No caigamos
en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e
impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye.
▪ Abramos
nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos
y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito
de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para
que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad.
▪ Que su grito
se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que
suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo”.
Y, a
continuación, de manera viva e imperiosa, manifiesta el deseo de que reflexionemos
y vivamos la obras de misericordia que nos presenta Jesús y que nos ayudan a
descubrir si somos o no discípulos suyos:
▪ “Redescubramos
las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber
al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos,
visitar a los presos, enterrar a los muertos.
▪ Y no
olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo
necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste,
perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas, rogar a
Dios por los vivos y por los difuntos”.
Nuestro Dios
manifiesta la entraña de su amor en la compasión y la misericordia. También
nosotros, los cristianos de hoy, estamos llamados a expresar la verdad y la
hondura de nuestro amor en la misericordia. Y parece que tiene especial interés
Francisco en que recordemos las obras de misericordia y nos confrontemos con
ellas.
7. Denunciar la idolatría del mercado y dar paso a
una economía compasiva e inclusiva
La realidad
pone de manifiesto la lógica idolátrica de la economía de mercado en que
vivimos. Esta referencia a la “idolatría del mercado” es reiterada
sistemáticamente por Evangelii gaudium. En el n. 56 refleja perfectamente lo
que esto significa:
“Mientras las
ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan
cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio
proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la
especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados,
encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible,
a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus
reglas... El afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que
tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que
sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del
mercado divinizado, convertido en regla absoluta”.
Cuando esto
sucede, estamos ante una verdadera idolatría que hay que denunciar, en la que
al mercado se le rinde culto y se le ofrecen sacrificios humanos. Sus víctimas
son los descartados, los sobrantes y desechados, ante los que estamos llamados
a buscar alternativas económicas.
No podemos
seguir confiando en que el crecimiento económico va solucionar el problema. Esto
no va a suceder si no orientamos el comportamiento económico hacia una
dirección en la que todos sean importantes y no haya personas sobrantes. Esto
no va a suceder mientras esos sobrantes y excluidos nos sean indiferentes. No
podemos olvidar que crecimiento económico no es igual a desarrollo social, como
proclama el actual modelo socioeconómico.
El giro
necesario implica la búsqueda del verdadero desarrollo, que supera esta visión
del crecimiento económico y afronta el desafío de dar relevancia a los pobres,
haciendo que pasen de ser ignorados y vistos como algo molesto a recuperar su
dignidad de personas importantes para la sociedad y para las políticas
económicas.
Para lograrlo
necesitamos recuperar la compasión, aprender a ponernos en el lugar del otro y
pasar de una economía egoísta a una compasiva. Necesitamos trabajar por una
sociedad inclusiva, en la que todos puedan participar y nadie quede descartado.
Una sociedad que diga noa esta economía de la exclusión y SÍ a una economía
construida en clave compasiva, centrada en las necesidades de los más pobres,
de quienes están peor13.
¿QUÉ HAS HECHO
CON TU HERMANO?
En nombre de
Cáritas te invito a celebrar con hondura el Día de la Caridad. La campaña de
este año nos hace una pregunta incómoda, pero necesaria: “¿Qué has hecho con tu
hermano?”14. Y no podemos
responder con la pregunta de Caín: “¿Soy acaso guardián de mi hermano?”. Esta
es una pregunta homicida que tiene que interpelarnos porque nos hace cómplices
de lo que en nuestro mundo está pasando.
La respuesta
está en la propuesta de Cáritas: “Ama y vive la justicia”. Una propuesta
inseparable de nuestra fe y con muchos cauces de realización, como hemos
intentado abrir en esta reflexión. Pero, si necesitas más, te recomiendo la
lectura de La Iglesia, servidora de los pobres, la instrucción pastoral de la
Conferencia Episcopal Española, en la que encontrarás muchos más cauces para el
ejercicio de la caridad y tu compromiso social.
Lo importante
es que el Día de la Caridad nos motive a trabajar con esperanza en favor de los
pobres y que lo hagamos creyendo en la fuerza revolucionaria de la ternura y
siendo signos de la acción liberadora de nuestro Dios: el Dios que ama la
justicia y la sobrepasa con la misericordia.
notas
1. Cuanto voy a decir en esta parte está
entresacado de lo que expuse en “Fe y caridad. Lectura pastoral de una relación
mutuamente clarificadora y enriquecedora”, en Corintios XIII, nº 146 (Abril-Junio
2013), pp. 50-59.
2. BENEDICTO XVI, carta apostólica Porta Fidei, n.
7, 2011.
3. Ángelus del 12/11/2012.
4. BENEDICTO XVI, Mensaje de Cuaresma 2013:Creer en
la caridad suscita caridad. “Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos
creído en él”(1 Jn 4, 16).
5. FRANCISCO, exhortación apostólica Evangelii
gaudium, n. 187 (Roma, 2013). En adelante, citada como EG.
6. CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Instrucción
pastoral La Iglesia, servidora de los pobres(Madrid, 2015). En adelante, será
citada como ISP.
7. Cf. ALTABA GARGALLO, Vicente, La espiritualidad
que nos anima en la acción caritativa y social, Madrid, 2012, pp. 25-32.
8. Discurso a la comunidad de Varginha (Río de
Janeiro, 25 de julio de 2013).
9. BENEDICTO XVI, encíclica Spe salvi, n. 26, 2006.
10. Cf. ALTABA GARGALLO, Vicente, El ministerio
sacerdotal en Cáritas, Madrid, 2010, pp. 15-16.
11. San JUAN PABLO II, encíclica Solicitudo rei
socialis, n. 38, 1987.
12. Cf. FRANCISCO,Misericordiae vultus. Bula de
convocación al Jubileo Extraordinario de la Misericordia, 2015.
13. Cf. LLUCH FRECHINA, Enrique, “La Economía desde
la Evangelii gaudium”, en Noticias Obreras, nº 1.560 (Junio 2014), pp. 19-26.
14. Cf. CÁRITAS, Ama y vive la justicia.
Fundamentación Campaña Institucional 2014-2017, Madrid, 2014.