El papa ha
parlat al cor d’Europa
Ja em perdonaran que recorri a
l’adjectiu històric. Però avui s’ho val. Qui vulgui trobar un relat i un full
de ruta pel futur d’Europa s’haurà de confrontar amb l'històric discurs del
papa Francesc d’aquest dimarts al plenari del Parlament Europeu. A una
Europa desorientada arriba un argentí i la posa davant del mirall. Remarcant la
grandesa del projecte europeu, furgant en les seves ferides més profundes i, sobretot,
proposant un enfocament de futur que no és nou: recuperar les intuïcions dels
seus fundadors.
Crec que el gran mèrit del discurs
del papa és ha estat posar veu al que pensen la majoria dels ciutadans
europeus. Que no anem bé per aquest camí. Que Europa ha de ser una família de
pobles i persones. No una multinacional. Unitat en la diversitat. La dignitat
de la persona en el centre. La vida humana com a centre. Els polítics com els
que tenen cura de la gent. Els joves com a esperança. El treball com a font de
dignitat. Les institucions com a garant dels drets de les famílies. La persona
com un subjecte social i de no de consum. Aportant cadascú la seva identitat.
L’Europa solidària i un model davant del món. On el mediterrani no sigui un
gran cementiri. Recuperar el poder polític davant del poder financer. L’Europa
protagonista... Una Europa on el cristianisme, lluny dels fonamentalismes,
s’ofereix com “una ànima bona”. Una proposta transcendent que no s’ha de veure
com un perill per la laïcitat, sinó com un enriquiment.
Hi ha tot un projecte per Europa que
avui ha recuperat el papa Francesc. Aplaudit per la dreta i per l'esquerra. Ha
fet un exercici de lideratge moral que avui cap altre agent polític i social
està exercint. Més enllà del populisme o del anar tirant.
I si la proposta del papa és alguna
cosa més, és perquè ha parlat al cor d’Europa. Al cor institucional, donant al
Parlament Europeu la centralitat de la construcció europea. I al cor de les
persones que formen Europa. I ha parlat proposant un projecte des del cor. Que
és el llenguatge amb el que ens podem acabar entenent i construïnt alguna cosa
amb futur. Aquesta és la força que tenen les paraules del papa.
"Es hora de favorecer las políticas de empleo y de volver a darle dignidad"
"No se puede tolerar que el Mediterráneo se convierta en un gran cementerio"
“No se puede tolerar millones de muertos
de hambre mientras se desechan alimentos”
Algunos eurodiputados abandonaron la sala en el momento en el que comenzaba su discurso
"No
se puede tolerar que el Mediterráneo se convierta en un gran cementerio".
El Papa Francisco hizo un llamamiento a la solidaridad y a construir una Europa
que "no gire en torno a la economía", durante su intervención
ante el Parlamento Europeo. En la sede de Estrasburgo (algunos diputados
abandonaron la sala en protesta por su presencia), Bergoglio denunció la
enfermedad de "la soledad", y advirtió que "el ser humano
corre el riesgo de ser reducido a un mero engranaje".
"Al
dirigirme hoy a ustedes -comenzó Francisco, en un discurso duro, pero
esperanzado- desde mi vocación de Pastor, deseo enviar a todos los ciudadanos
europeos un mensaje de esperanza y de aliento. Un mensaje de esperanza
basado en la confianza de que las dificultades puedan convertirse en fuertes
promotoras de unidad, para vencer todos los miedos que Europa - junto a todo el
mundo - está atravesando. Esperanza en el Señor, que transforma el mal en bien
y la muerte en vida".
Con
su gratitud por la invitación a tomar la palabra, dirigiéndose a los más de
quinientos millones de ciudadanos, de los 28 Estados miembros, el Papa
Bergoglio pronunció un denso discurso reflexionando sobre los diversos desafíos
que afronta el continente europeo en este momento histórico. Para construir
una Europa que «no gire entorno a la economía», sino a la «sacralidad de la
persona humana», de los «valores inalienables»; que abrace «con valentía su
pasado», con su «patrimonio cristiano», y mire con «confianza al futuro»,
viviendo el «presente con esperanza»; que abandone la idea de una Europa
atemorizada y replegada en sí misma. Para impulsar una Europa transmisora de
ciencia, arte, música, valores humanos y no olvide la fe: «La Europa que
contempla el cielo y persigue ideales», que «mira, defiende y tutela al
hombre», que «camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de
referencia para toda la humanidad».
Tras
evocar a San Juan Pablo II, que visitó el Parlamento en 1988, el Papa Bergoglio
hizo hincapié en la centralidad de la persona humana, derechos humanos, la
tutela de la dignidad de la vida humana en todas sus etapas, derechos y
deberes, dignidad trascendente del hombre.
Ante
una Europa que parece cansada y anciana, ya no fértil, recordó los grandes
ideales y los peligros de los tecnicismos burocráticos de sus instituciones,
de los estilos de vida egoístas, de una opulencia insostenible, indiferente
respecto al mundo circunstante, y sobre todo a los más pobres:
«El
ser humano corre el riesgo de ser reducido a un mero engranaje de un mecanismo
que lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado, de modo que
- lamentablemente lo percibimos a menudo -, cuando la vida ya no sirve a dicho
mecanismo se la descarta sin tantos reparos, como en el caso de los enfermos
terminales, de los ancianos abandonados y sin atenciones, o de los niños
asesinados antes de nacer».
«Cuando
prevalece la absolutización de la técnica», que termina por causar «una
confusión entre los fines y los medios».
¿Cómo
devolver la esperanza al futuro, de manera que, partiendo de las jóvenes generaciones,
se encuentre la confianza para perseguir el gran ideal de una Europa unida y en
paz, creativa y emprendedora, respetuosa de los derechos y consciente de los
propios deberes? Para responder a esta pregunta, el Papa Francisco recordó uno
célebre fresco de Rafael, que se encuentra en el Vaticano.... imagen que
describe bien a Europa en su historia hecha de un permanente encuentro entre el
cielo y la tierra, donde el cielo indica la apertura a lo trascendente, a Dios,
que ha caracterizado desde siempre al hombre europeo, y la tierra representa su
capacidad práctica y concreta de afrontar las situaciones y los problemas.
«El
futuro de Europa depende del redescubrimiento del nexo vital e inseparable
entre estos dos elementos. Una Europa que no es capaz de abrirse a la
dimensión trascendente de la vida es una Europa que corre el riesgo de perder
lentamente la propia alma y también aquel «espíritu humanista» que, sin
embargo, ama y defiende».
Reiterando
la disponibilidad de la Santa Sede y de la Iglesia católica, a través de la
Comisión de las Conferencias Episcopales Europeas - Comece - el Obispo de Roma
se refirió al olvido de Dios, que engendra la violencia:
«No
podemos olvidar aquí las numerosas injusticias y persecuciones que sufren
cotidianamente las minorías religiosas y particularmente cristianas, en
diversas partes del mundo. Comunidades y personas que son objeto de crueles
violencias: expulsadas de sus propias casas y patrias; vendidas como esclavas;
asesinadas, decapitadas, crucificadas y quemadas vivas, bajo el vergonzoso y
cómplice silencio de tantos».
«Unidad
en la diversidad», con el lema de la Unión Europea, el Papa señaló que
considera que Europa es una familia de pueblos, alentando a «valorar todas las
tradiciones»; «tomando conciencia de su historia y de sus raíces». También la
importancia de los principios de solidaridad y subsidiariedad. Y de mantener
viva la democracia en Europa, evitando «maneras globalizantes» de diluir
la realidad: «los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los
fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos
sin sabiduría».
También
destacó el Santo Padre la importancia de la familia, célula fundamental y
elemento precioso de toda sociedad y de las instituciones educativas: las
escuelas y universidades.
Para
luego reiterar asimismo la necesidad de impulsar la ecología, la custodia de la
creación, de la naturaleza, de la que debemos ser «custodios» y «no dueños».
Recordando el sector agrícola «llamado a dar sustento y alimento al hombre. No
se puede tolerar que millones de personas en el mundo mueran de hambre,
mientras toneladas de restos de alimentos se desechan cada día de nuestras
mesas. Además, el respeto por la naturaleza nos recuerda que el hombre mismo es
parte fundamental de ella. Junto a una ecología ambiental, se necesita una
ecología humana, hecha del respeto de la persona, que hoy he querido recordar
dirigiéndome a ustedes».
«Es
igualmente necesario afrontar juntos la cuestión migratoria», enfatizó
el Papa Francisco: «No se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en
un gran cementerio. En las barcazas que llegan cotidianamente a las costas
europeas hay hombres y mujeres que necesitan acogida y ayuda. La ausencia
de un apoyo recíproco dentro de la Unión Europea corre el riesgo de incentivar
soluciones particularistas del problema, que no tienen en cuenta la dignidad
humana de los inmigrantes, favoreciendo el trabajo esclavo y continuas
tensiones sociales».
Francisco
ha denunciado durante su discurso que «una de las enfermedades más
extendidas en Europa es la soledad, propia de quien no tiene lazo alguno».
«Se ve particulartmente en los ancianos, y los jóvenes, sin puntos de
refeerencia y oportunidades para el futuro; los pobres que pueblan nuestras
ciudades y los ojos perdidos de los inmigrantes que vienen en busca de un
futuro mejor», ha señalado el Pontífice, quien ha advertido de que esta soledad
«se ha agudizado por la crisis económica, cuyos efectos perduran con
consecuencias dramáticas desde el punto de vista social».
El
Pontífice ha sido recibido en las puertas del Parlamento Europeo (PE) por el
presidente de la institución, Martin Schulz, entre gran expectación de
fieles, periodistas y personal de la Eurocámara. A su llegada, directamente
desde el aeropuerto de Estrasburgo, donde ha aterrizado a las 09.00 GMT como
estaba previsto, se ha celebrado una breve ceremonia de acogida, con los himnos
del Vaticano y de la Unión Europea (UE), interpretados por la orquesta del
Eurocuerpo.
Tras
el recibimiento, el Papa ha recorrido en automóvil el tramo que hay hasta el
espacio Mariana Pineda (aproximadamente unos 700 metros), donde Schulz le ha
presentado a los vicepresidentes del PE y a los presidentes de los grupos
políticos. Posteriormente, el Papa Francisco y Martin Schulz han entrado en la
sala de protocolos, donde se han intercambiado regalos.
Schulz
le ha regalado al Pontífice una edición española de las memorias de Jean Monnet, uno de los
fundadores de las comunidades europeas, que tienen un prólogo escrito por el
político español José María Gil Robles.
Este
fue el discurso del papa:
Señor Presidente, Señoras y Señores
Vicepresidentes,
Señoras y Señores Eurodiputados,
Trabajadores en los distintos ámbitos de este hemiciclo,
Queridos amigos
Señoras y Señores Eurodiputados,
Trabajadores en los distintos ámbitos de este hemiciclo,
Queridos amigos
Les
agradezco que me hayan invitado a tomar la palabra ante esta institución
fundamental de la vida de la Unión Europea, y por la oportunidad que me ofrecen
de dirigirme, a través de ustedes, a los más de quinientos millones de
ciudadanos de los 28 Estados miembros a quienes representan. Agradezco
particularmente a usted, Señor Presidente del Parlamento, las cordiales
palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todos los miembros de la
Asamblea.
Mi
visita tiene lugar más de un cuarto de siglo después de la del Papa Juan Pablo
II. Muchas cosas han cambiado desde entonces, en Europa y en todo el mundo. No
existen los bloques contrapuestos que antes dividían el Continente en dos, y se
está cumpliendo lentamente el deseo de que «Europa, dándose soberanamente instituciones
libres, pueda un día ampliarse a las dimensiones que le han dado la geografía y
aún más la historia».
Junto
a una Unión Europea más amplia, existe un mundo más complejo y en rápido
movimiento. Un mundo cada vez más interconectado y global, y, por eso, siempre
menos «eurocéntrico». Sin embargo, una Unión más amplia, más influyente, parece
ir acompañada de la imagen de una Europa un poco envejecida y reducida, que
tiende a sentirse menos protagonista en un contexto que la contempla a menudo
con distancia, desconfianza y, tal vez, con sospecha.
Al
dirigirme hoy a ustedes desde mi vocación de Pastor, deseo enviar a todos los
ciudadanos europeos un mensaje de esperanza y de aliento.
Un mensaje de esperanza basado en la confianza de que las dificultades puedan convertirse en fuertes promotoras de unidad, para vencer todos los miedos que Europa - junto a todo el mundo - está atravesando. Esperanza en el Señor, que transforma el mal en bien y la muerte en vida.
Un mensaje de esperanza basado en la confianza de que las dificultades puedan convertirse en fuertes promotoras de unidad, para vencer todos los miedos que Europa - junto a todo el mundo - está atravesando. Esperanza en el Señor, que transforma el mal en bien y la muerte en vida.
Un
mensaje de aliento para volver a la firme convicción de los Padres fundadores
de la Unión Europea, los cuales deseaban un futuro basado en la capacidad de
trabajar juntos para superar las divisiones, favoreciendo la paz y la comunión
entre todos los pueblos del Continente. En el centro de este ambicioso proyecto
político se encontraba la confianza en el hombre, no tanto como ciudadano o
sujeto económico, sino en el hombre como persona dotada de una dignidad
trascendente.
Quisiera
subrayar, ante todo, el estrecho vínculo que existe entre estas dos palabras:
«dignidad» y «trascendente».
La
«dignidad» es la palabra clave que ha caracterizado el proceso de recuperación
en la segunda postguerra. Nuestra historia reciente se distingue por la
indudable centralidad de la promoción de la dignidad humana contra las
múltiples violencias y discriminaciones, que no han faltado, tampoco en Europa,
a lo largo de los siglos. La percepción de la importancia de los derechos
humanos nace precisamente como resultado de un largo camino, hecho también de
muchos sufrimientos y sacrificios, que ha contribuido a formar la conciencia
del valor de cada persona humana, única e irrepetible. Esta conciencia cultural
encuentra su fundamento no sólo en los eventos históricos, sino, sobre todo, en
el pensamiento europeo, caracterizado por un rico encuentro, cuyas múltiples y
lejanas fuentes provienen de Grecia y Roma, de los ambientes celtas, germánicos
y eslavos, y del cristianismo que los marcó profundamente, dando lugar al
concepto de «persona».
Hoy,
la promoción de los derechos humanos desempeña un papel central en el
compromiso de la Unión Europea, con el fin de favorecer la dignidad de la
persona, tanto en su seno como en las relaciones con los otros países. Se trata
de un compromiso importante y admirable, pues persisten demasiadas situaciones
en las que los seres humanos son tratados como objetos, de los cuales se puede
programar la concepción, la configuración y la utilidad, y que después pueden
ser desechados cuando ya no sirven, por ser débiles, enfermos o ancianos.
Efectivamente,
¿qué dignidad existe cuando falta la posibilidad de expresar libremente el
propio pensamiento o de profesar sin constricción la propia fe religiosa? ¿Qué
dignidad es posible sin un marco jurídico claro, que limite el dominio de la
fuerza y haga prevalecer la ley sobre la tiranía del poder? ¿Qué dignidad puede
tener un hombre o una mujer cuando es objeto de todo tipo de discriminación?
¿Qué dignidad podrá encontrar una persona que no tiene qué comer o el mínimo
necesario para vivir o, todavía peor, el trabajo que le otorga dignidad?
Promover
la dignidad de la persona significa reconocer que posee derechos inalienables,
de los cuales no puede ser privada arbitrariamente por nadie y, menos aún, en
beneficio de intereses económicos.
Es
necesario prestar atención para no caer en algunos errores que pueden nacer de
una mala comprensión de los derechos humanos y de un paradójico mal uso de los
mismos. Existe hoy, en efecto, la tendencia hacia una reivindicación siempre
más amplia de los derechos individuales, que esconde una concepción de persona
humana desligada de todo contexto social y antropológico, casi como una
«mónada» (μονάς), cada vez más insensible a las otras «mónadas» de su
alrededor. Parece que el concepto de derecho ya no se asocia al de deber, igualmente
esencial y complementario, de modo que se afirman los derechos del individuo
sin tener en cuenta que cada ser humano está unido a un contexto social, en el
cual sus derechos y deberes están conectados a los de los demás y al bien común
de la sociedad misma.
Considero por esto que es vital profundizar hoy en una cultura de los derechos humanos que pueda unir sabiamente la dimensión individual, o mejor, personal, con la del bien común, con ese «todos nosotros» formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. En efecto, si el derecho de cada uno no está armónicamente ordenado al bien más grande, termina por concebirse sin limitaciones y, consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos y de violencias.
Considero por esto que es vital profundizar hoy en una cultura de los derechos humanos que pueda unir sabiamente la dimensión individual, o mejor, personal, con la del bien común, con ese «todos nosotros» formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. En efecto, si el derecho de cada uno no está armónicamente ordenado al bien más grande, termina por concebirse sin limitaciones y, consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos y de violencias.
Así,
hablar de la dignidad trascendente del hombre, significa apelarse a su
naturaleza, a su innata capacidad de distinguir el bien del mal, a esa
«brújula» inscrita en nuestros corazones y que Dios ha impreso en el universo
creado; significa sobre todo mirar al hombre no como un absoluto, sino como un
ser relacional. Una de las enfermedades que veo más extendidas hoy en Europa es
la soledad, propia de quien no tiene lazo alguno. Se ve particularmente en los
ancianos, a menudo abandonados a su destino, como también en los jóvenes sin
puntos de referencia y de oportunidades para el futuro; se ve igualmente en los
numerosos pobres que pueblan nuestras ciudades y en los ojos perdidos de los
inmigrantes que han venido aquí en busca de un futuro mejor.
Esta soledad se ha agudizado por la crisis económica, cuyos efectos perduran todavía con consecuencias dramáticas desde el punto de vista social. Se puede constatar que, en el curso de los últimos años, junto al proceso de ampliación de la Unión Europea, ha ido creciendo la desconfianza de los ciudadanos respecto a instituciones consideradas distantes, dedicadas a establecer reglas que se sienten lejanas de la sensibilidad de cada pueblo, e incluso dañinas. Desde muchas partes se recibe una impresión general de cansancio y de envejecimiento, de una Europa anciana que ya no es fértil ni vivaz. Por lo que los grandes ideales que han inspirado Europa parecen haber perdido fuerza de atracción, en favor de los tecnicismos burocráticos de sus instituciones.
Esta soledad se ha agudizado por la crisis económica, cuyos efectos perduran todavía con consecuencias dramáticas desde el punto de vista social. Se puede constatar que, en el curso de los últimos años, junto al proceso de ampliación de la Unión Europea, ha ido creciendo la desconfianza de los ciudadanos respecto a instituciones consideradas distantes, dedicadas a establecer reglas que se sienten lejanas de la sensibilidad de cada pueblo, e incluso dañinas. Desde muchas partes se recibe una impresión general de cansancio y de envejecimiento, de una Europa anciana que ya no es fértil ni vivaz. Por lo que los grandes ideales que han inspirado Europa parecen haber perdido fuerza de atracción, en favor de los tecnicismos burocráticos de sus instituciones.
A
eso se asocian algunos estilos de vida un tanto egoístas, caracterizados por
una opulencia insostenible y a menudo indiferente respecto al mundo
circunstante, y sobre todo a los más pobres. Se constata amargamente el
predominio de las cuestiones técnicas y económicas en el centro del debate
político, en detrimento de una orientación antropológica auténtica. El ser
humano corre el riesgo de ser reducido a un mero engranaje de un mecanismo que
lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado, de modo que -
lamentablemente lo percibimos a menudo -, cuando la vida ya no sirve a dicho
mecanismo se la descarta sin tantos reparos, como en el caso de los enfermos
terminales, de los ancianos abandonados y sin atenciones, o de los niños
asesinados antes de nacer.
Este
es el gran equívoco que se produce «cuando prevalece la absolutización de la
técnica», que termina por causar «una confusión entre los fines y los medios».
Es el resultado inevitable de la «cultura del descarte» y del «consumismo
exasperado». Al contrario, afirmar la dignidad de la persona significa
reconocer el valor de la vida humana, que se nos da gratuitamente y, por eso,
no puede ser objeto de intercambio o de comercio. Ustedes, en su vocación de
parlamentarios, están llamados también a una gran misión, aunque pueda parecer
inútil: Preocuparse de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar
la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un
modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la «cultura del
descarte». Cuidar de la fragilidad de las personas y de los pueblos significa
proteger la memoria y la esperanza; significa hacerse cargo del presente en su
situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad.
Por
lo tanto, ¿cómo devolver la esperanza al futuro, de manera que, partiendo de
las jóvenes generaciones, se encuentre la confianza para perseguir el gran
ideal de una Europa unida y en paz, creativa y emprendedora, respetuosa de los
derechos y consciente de los propios deberes?
Para
responder a esta pregunta, permítanme recurrir a una imagen. Uno de los más
célebres frescos de Rafael que se encuentra en el Vaticano representa la
Escuela de Atenas. En el centro están Platón y Aristóteles. El primero con el
dedo apunta hacia lo alto, hacia el mundo de las ideas, podríamos decir hacia
el cielo; el segundo tiende la mano hacia delante, hacia el observador, hacia
la tierra, la realidad concreta. Me parece una imagen que describe bien a
Europa en su historia, hecha de un permanente encuentro entre el cielo y la
tierra, donde el cielo indica la apertura a lo trascendente, a Dios, que ha
caracterizado desde siempre al hombre europeo, y la tierra representa su
capacidad práctica y concreta de afrontar las situaciones y los problemas.
El
futuro de Europa depende del redescubrimiento del nexo vital e inseparable
entre estos dos elementos. Una Europa que no es capaz de abrirse a la dimensión
trascendente de la vida es una Europa que corre el riesgo de perder lentamente
la propia alma y también aquel «espíritu humanista» que, sin embargo, ama y
defiende.
Precisamente a partir de la necesidad de una apertura a la trascendencia, deseo afirmar la centralidad de la persona humana, que de otro modo estaría en manos de las modas y poderes del momento. En este sentido, considero fundamental no sólo el patrimonio que el cristianismo ha dejado en el pasado para la formación cultural del continente, sino, sobre todo, la contribución que pretende dar hoy y en el futuro para su crecimiento. Dicha contribución no constituye un peligro para la laicidad de los Estados y para la independencia de las instituciones de la Unión, sino que es un enriquecimiento. Nos lo indican los ideales que la han formado desde el principio, como son: la paz, la subsidiariedad, la solidaridad recíproca y un humanismo centrado sobre el respeto de la dignidad de la persona.
Precisamente a partir de la necesidad de una apertura a la trascendencia, deseo afirmar la centralidad de la persona humana, que de otro modo estaría en manos de las modas y poderes del momento. En este sentido, considero fundamental no sólo el patrimonio que el cristianismo ha dejado en el pasado para la formación cultural del continente, sino, sobre todo, la contribución que pretende dar hoy y en el futuro para su crecimiento. Dicha contribución no constituye un peligro para la laicidad de los Estados y para la independencia de las instituciones de la Unión, sino que es un enriquecimiento. Nos lo indican los ideales que la han formado desde el principio, como son: la paz, la subsidiariedad, la solidaridad recíproca y un humanismo centrado sobre el respeto de la dignidad de la persona.
Por
ello, quisiera renovar la disponibilidad de la Santa Sede y de la Iglesia
Católica, a través de la Comisión de las Conferencias Episcopales Europeas
(COMECE), para mantener un diálogo provechoso, abierto y trasparente con las
instituciones de la Unión Europea. Estoy igualmente convencido de que una
Europa capaz de apreciar las propias raíces religiosas, sabiendo aprovechar su
riqueza y potencialidad, puede ser también más fácilmente inmune a tantos
extremismos que se expanden en el mundo actual, también por el gran vacío en el
ámbito de los ideales, como lo vemos en el así llamado Occidente, porque «es
precisamente este olvido de Dios, en lugar de su glorificación, lo que engendra
la violencia».
A
este respecto, no podemos olvidar aquí las numerosas injusticias y
persecuciones que sufren cotidianamente las minorías religiosas, y
particularmente cristianas, en diversas partes del mundo. Comunidades y
personas que son objeto de crueles violencias: expulsadas de sus propias casas
y patrias; vendidas como esclavas; asesinadas, decapitadas, crucificadas y
quemadas vivas, bajo el vergonzoso y cómplice silencio de tantos.
El
lema de la Unión Europea es Unidad en la diversidad, pero la unidad no
significa uniformidad política, económica, cultural, o de pensamiento. En
realidad, toda auténtica unidad vive de la riqueza de la diversidad que la
compone: como una familia, que está tanto más unida cuanto cada uno de sus
miembros puede ser más plenamente sí mismo sin temor. En este sentido,
considero que Europa es una familia de pueblos, que podrán sentir cercanas las
instituciones de la Unión si estas saben conjugar sabiamente el anhelado ideal
de la unidad, con la diversidad propia de cada uno, valorando todas las
tradiciones; tomando conciencia de su historia y de sus raíces; liberándose de
tantas manipulaciones y fobias. Poner en el centro la persona humana significa
sobre todo dejar que muestre libremente el propio rostro y la propia
creatividad, sea en el ámbito particular que como pueblo.
Por
otra parte, las peculiaridades de cada uno constituyen una auténtica riqueza en
la medida en que se ponen al servicio de todos. Es preciso recordar siempre la
arquitectura propia de la Unión Europea, construida sobre los principios de
solidaridad y subsidiariedad, de modo que prevalezca la ayuda mutua y se pueda
caminar, animados por la confianza recíproca.
En
esta dinámica de unidad-particularidad, se les plantea también, Señores y
Señoras Eurodiputados, la exigencia de hacerse cargo de mantener viva la
democracia de los pueblos de Europa. No se nos oculta que una concepción
uniformadora de la globalidad daña la vitalidad del sistema democrático,
debilitando el contraste rico, fecundo y constructivo, de las organizaciones y
de los partidos políticos entre sí. De esta manera se corre el riesgo de vivir
en el reino de la idea, de la mera palabra, de la imagen, del sofisma... y se
termina por confundir la realidad de la democracia con un nuevo nominalismo
político. Mantener viva la democracia en Europa exige evitar tantas «maneras
globalizantes» de diluir la realidad: los purismos angélicos, los
totalitarismos de lo relativo, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos
sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría.
Mantener
viva la realidad de las democracias es un reto de este momento histórico,
evitando que su fuerza real - fuerza política expresiva de los pueblos - sea
desplazada ante las presiones de intereses multinacionales no universales, que
las hacen más débiles y las trasforman en sistemas uniformadores de poder
financiero al servicio de imperios desconocidos. Este es un reto que hoy la
historia nos ofrece.
Dar esperanza a Europa no significa sólo reconocer la centralidad de la persona humana, sino que implica también favorecer sus cualidades. Se trata por eso de invertir en ella y en todos los ámbitos en los que sus talentos se forman y dan fruto. El primer ámbito es seguramente el de la educación, a partir de la familia, célula fundamental y elemento precioso de toda sociedad. La familia unida, fértil e indisoluble trae consigo los elementos fundamentales para dar esperanza al futuro. Sin esta solidez se acaba construyendo sobre arena, con graves consecuencias sociales. Por otra parte, subrayar la importancia de la familia, no sólo ayuda a dar prospectivas y esperanza a las nuevas generaciones, sino también a los numerosos ancianos, muchas veces obligados a vivir en condiciones de soledad y de abandono porque no existe el calor de un hogar familiar capaz de acompañarles y sostenerles.
Junto a la familia están las instituciones educativas: las escuelas y universidades. La educación no puede limitarse a ofrecer un conjunto de conocimientos técnicos, sino que debe favorecer un proceso más complejo de crecimiento de la persona humana en su totalidad. Los jóvenes de hoy piden poder tener una formación adecuada y completa para mirar al futuro con esperanza, y no con desilusión. Numerosas son las potencialidades creativas de Europa en varios campos de la investigación científica, algunos de los cuales no están explorados todavía completamente. Baste pensar, por ejemplo, en las fuentes alternativas de energía, cuyo desarrollo contribuiría mucho a la defensa del ambiente.
Dar esperanza a Europa no significa sólo reconocer la centralidad de la persona humana, sino que implica también favorecer sus cualidades. Se trata por eso de invertir en ella y en todos los ámbitos en los que sus talentos se forman y dan fruto. El primer ámbito es seguramente el de la educación, a partir de la familia, célula fundamental y elemento precioso de toda sociedad. La familia unida, fértil e indisoluble trae consigo los elementos fundamentales para dar esperanza al futuro. Sin esta solidez se acaba construyendo sobre arena, con graves consecuencias sociales. Por otra parte, subrayar la importancia de la familia, no sólo ayuda a dar prospectivas y esperanza a las nuevas generaciones, sino también a los numerosos ancianos, muchas veces obligados a vivir en condiciones de soledad y de abandono porque no existe el calor de un hogar familiar capaz de acompañarles y sostenerles.
Junto a la familia están las instituciones educativas: las escuelas y universidades. La educación no puede limitarse a ofrecer un conjunto de conocimientos técnicos, sino que debe favorecer un proceso más complejo de crecimiento de la persona humana en su totalidad. Los jóvenes de hoy piden poder tener una formación adecuada y completa para mirar al futuro con esperanza, y no con desilusión. Numerosas son las potencialidades creativas de Europa en varios campos de la investigación científica, algunos de los cuales no están explorados todavía completamente. Baste pensar, por ejemplo, en las fuentes alternativas de energía, cuyo desarrollo contribuiría mucho a la defensa del ambiente.
Europa
ha estado siempre en primera línea de un loable compromiso en favor de la
ecología. En efecto, esta tierra nuestra necesita de continuos cuidados y
atenciones, y cada uno tiene una responsabilidad personal en la custodia de la
creación, don precioso que Dios ha puesto en las manos de los hombres. Esto
significa, por una parte, que la naturaleza está a nuestra disposición, podemos
disfrutarla y hacer buen uso de ella; por otra parte, significa que no somos
los dueños. Custodios, pero no dueños. Por eso la debemos amar y respetar.
«Nosotros en cambio nos guiamos a menudo por la soberbia de dominar, de poseer,
de manipular, de explotar; no la "custodiamos", no la respetamos, no
la consideramos como un don gratuito que hay que cuidar». Respetar el ambiente
no significa sólo limitarse a evitar estropearlo, sino también utilizarlo para
el bien. Pienso sobre todo en el sector agrícola, llamado a dar sustento y
alimento al hombre. No se puede tolerar que millones de personas en el mundo
mueran de hambre, mientras toneladas de restos de alimentos se desechan cada
día de nuestras mesas. Además, el respeto por la naturaleza nos recuerda que el
hombre mismo es parte fundamental de ella. Junto a una ecología ambiental, se
necesita una ecología humana, hecha del respeto de la persona, que hoy he
querido recordar dirigiéndome a ustedes.
El
segundo ámbito en el que florecen los talentos de la persona humana es el
trabajo. Es hora de favorecer las políticas de empleo, pero es necesario sobre
todo volver a dar dignidad al trabajo, garantizando también las condiciones
adecuadas para su desarrollo. Esto implica, por un lado, buscar nuevos modos
para conjugar la flexibilidad del mercado con la necesaria estabilidad y
seguridad de las perspectivas laborales, indispensables para el desarrollo
humano de los trabajadores; por otro lado, significa favorecer un adecuado
contexto social, que no apunte a la explotación de las personas, sino a
garantizar, a través del trabajo, la posibilidad de construir una familia y de
educar los hijos.
Es
igualmente necesario afrontar juntos la cuestión migratoria. No se puede
tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio. En las
barcazas que llegan cotidianamente a las costas europeas hay hombres y mujeres
que necesitan acogida y ayuda. La ausencia de un apoyo recíproco dentro de la
Unión Europea corre el riesgo de incentivar soluciones particularistas del
problema, que no tienen en cuenta la dignidad humana de los inmigrantes,
favoreciendo el trabajo esclavo y continuas tensiones sociales. Europa será capaz
de hacer frente a las problemáticas asociadas a la inmigración si es capaz de
proponer con claridad su propia identidad cultural y poner en práctica
legislaciones adecuadas que sean capaces de tutelar los derechos de los
ciudadanos europeos y de garantizar al mismo tiempo la acogida a los
inmigrantes; si es capaz de adoptar políticas correctas, valientes y concretas
que ayuden a los países de origen en su desarrollo sociopolítico y a la
superación de sus conflictos internos - causa principal de este fenómeno -, en
lugar de políticas de interés, que aumentan y alimentan estos conflictos. Es
necesario actuar sobre las causas y no solamente sobre los efectos.
Señor
Presidente, Excelencias, Señoras y Señores Diputados:
Ser
conscientes de la propia identidad es necesario también para dialogar en modo
propositivo con los Estados que han solicitado entrar a formar parte de la
Unión en el futuro. Pienso sobre todo en los del área balcánica, para los que
el ingreso en la Unión Europea puede responder al ideal de paz en una región
que ha sufrido mucho por los conflictos del pasado. Por último, la conciencia
de la propia identidad es indispensable en las relaciones con los otros países
vecinos, particularmente con aquellos de la cuenca mediterránea, muchos de los
cuales sufren a causa de conflictos internos y por la presión del
fundamentalismo religioso y del terrorismo internacional.
A
ustedes, legisladores, les corresponde la tarea de custodiar y hacer crecer la
identidad europea, de modo que los ciudadanos encuentren de nuevo la confianza
en las instituciones de la Unión y en el proyecto de paz y de amistad en el que
se fundamentan. Sabiendo que «cuanto más se acrecienta el poder del hombre, más
amplia es su responsabilidad individual y colectiva». Les exhorto, pues, a
trabajar para que Europa redescubra su alma buena.
Un
autor anónimo del s. II escribió que «los cristianos representan en el mundo lo
que el alma al cuerpo». La función del alma es la de sostener el cuerpo, ser su
conciencia y la memoria histórica. Y dos mil años de historia unen a Europa y
al cristianismo. Una historia en la que no han faltado conflictos y errores,
pero siempre animada por el deseo de construir para el bien. Lo vemos en la
belleza de nuestras ciudades, y más aún, en la de múltiples obras de caridad y
de edificación común que constelan el Continente. Esta historia, en gran parte,
debe ser todavía escrita. Es nuestro presente y también nuestro futuro. Es
nuestra identidad. Europa tiene una gran necesidad de redescubrir su rostro
para crecer, según el espíritu de sus Padres fundadores, en la paz y en la
concordia, porque ella misma no está todavía libre de conflictos.
Queridos Eurodiputados, ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables; la Europa que abrace con valentía su pasado, y mire con confianza su futuro para vivir plenamente y con esperanza su presente. Ha llegado el momento de abandonar la idea de una Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe. La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; la Europa que mira, defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de referencia para toda la humanidad.
Gracias.
Queridos Eurodiputados, ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables; la Europa que abrace con valentía su pasado, y mire con confianza su futuro para vivir plenamente y con esperanza su presente. Ha llegado el momento de abandonar la idea de una Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe. La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; la Europa que mira, defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de referencia para toda la humanidad.
Gracias.