¡Thalassa! ¡Thalassa! - Ramon Aguiló
DIARIO DE MALLORCA – VIERNES 31
octubre
La última redada contra la corrupción del pasado lunes junto con el
escándalo de las tarjetas opacas de Bankia y el acoso legal a la familia Pujol
puede significar un antes y después en nuestra marcha como ciudadanos de este
país, haber cruzado el Rubicón. Si es posible que hayamos llegado hasta el
extremo de apercibirnos con claridad de que no es una cuestión de cambiar unos
nombres por otros, sino de la naturaleza perversa del sistema político
pergeñado en la Transición, es de toda lógica que éste es el momento de iniciar
un recorrido inverso, el de la búsqueda, no de la felicidad, sino de un sistema
político que, al mismo tiempo que minimice la corrupción desatada, responda al
objetivo de alcanzar nuestra madurez como ciudadanos, de realizar la democracia
desplazando la oligarquía político-sindical-empresarial que hasta ahora nos ha
tenido presos. Es ése un camino tortuoso y lleno de peligros. Pero el destino
no puede ser otro que el de una democracia que sea digna de su nombre.
El camino seguido hasta ahora ha sido una Anábasis, una subida o marcha
tierra adentro. Jenofonte narra su Anábasis o Expedición de los Diez Mil
en torno al año 385 a.C. En el año 401 a.C. Ciro el joven se rebeló contra su
hermano Artajerjes II, en su satrapía de Asia Menor. Reclutó a un ejército de
diez mil mercenarios griegos, hoplitas que habían sido desmovilizados acabada
la Guerra del Peloponeso, que, junto a su propio ejército, partió de Sardes
internándose en el continente a través de Asia Menor y descendió costeando el
Éufrates hasta Cunaxa, muy cerca de Babilonia. Allí se enfrentaron los dos
ejércitos. La falange griega destrozó el ala izquierda del ejército persa pero
la caballería de Ciro fue derrotada por el grueso del ejército de Artajerjes.
Murió Ciro y los mercenarios griegos capitaneados por el espartano Clearco
quedaron invictos y aislados, acosados por el ejército vencedor. Decidieron
pactar con los vencedores las condiciones de su retirada, pero fueron
traicionados por el sátrapa Tisafernes, que decapitó a los comandantes griegos.
Los mercenarios no se rindieron; eligieron nuevos líderes, entre ellos,
Jenofonte, quien guió al resto del ejército hasta Grecia. Remontaron el Tigris
y atravesaron una nevada Armenia por una ruta de casi 4.000 kilómetros en
territorio enemigo, acosados por el ejército persa hasta llegar a Trapezunte,
en la orilla sur del Mar Negro. A esta marcha desde el interior hacia la costa,
se le llama Catábasis, que es el verdadero nombre de su epopeya. Agotados, sin
víveres, afrontando todo tipo de penalidades, cuando, después de muchos meses
de sufrimiento, divisaron en el horizonte el azul del mar, que era el perfil de
la patria, gritaron emocionados: ¡Thalassa! ¡Thalassa! ("¡el mar!
¡el mar!").
Hemos finalizado nuestra Anábasis, el viaje hacia el interior seco,
agreste, inhóspito, tenebroso, de nuestro sistema político. ¿Qué más nos pueden
decir para que persistamos en este yermo moral donde sólo se encuentra
desigualdad, corrupción, mentira, cinismo, robo institucionalizado, pobreza y,
sobre todo, ausencia de horizontes, de estímulos, donde hemos sido traicionados
por aquellos que nos lo prometieron todo y nos han dejado desnudos y a la
intemperie? ¿Qué más podemos perder aún? Es el momento de elegir nuevos
comandantes, de elegirlos nosotros, de entre quienes decidamos nosotros, sin
que se nos ofrezcan listas de nombres confeccionadas por quienes creen que aún
pueden sacar provecho de nuestro desvalimiento. Es el momento de iniciar el
camino desde el interior hasta el mar, de la Catábasis, hacia la claridad azul,
hacia el clima amable y acogedor, hacia las tierras de las vides y los
naranjos, de los granados y los limoneros, hacia la civilización.
Sabemos que el viaje no va a ser fácil. Que el ejército enemigo no da cuartel. Que ni los poderosos, ni los parásitos, ni, en general, todos los que se alimentan de la savia de los ciudadanos están dispuestos a renunciar a todo lo que les da la buena vida a ellos y a nosotros nos la quita. Que los poblados amigos cuando nos vean llegar a arcadios, a aqueos, a espartanos, a macedonios, pobres, famélicos y armados, van a temer el saqueo, van a temer por sus propias vidas. Nuestra es la tarea de convencerles de nuestras intenciones; de que no podemos asegurarles el bienestar, ni la felicidad, ningún paraíso donde no exista el mal que viaja con el hombre. Porque esos paraísos no existen, no han existido y nunca existirán. Nuestra tarea consiste en rebelarnos contra la seguridad de ser hombres tutelados, de arriesgarnos a ser libres. Nuestra tarea consiste simplemente en que de verdad seamos soberanos de nuestras vidas, que con nuestra voz designemos a quienes van a gobernarnos; y que con nuestra voz designemos a otros diferentes a los primeros para que aprueben las leyes que nos tienen que regir; y que con nuestra voz elijamos a otros diferentes a los primeros y a los segundos, para que juzguen a todos los ciudadanos cuando sea preciso y vigilen que los primeros y los segundos cumplan las leyes del país y les vigilen y condenen si sucumben a la tentación del robo, a la codicia y a la corrupción. Porque creemos que lo que hace grande a un país, y nosotros queremos que nuestro país sea más grande no sólo en bienestar, que ningún humano despreciaría, sino fundamentalmente en libertad, en igualdad y en justicia no son los grandes líderes, aunque sean necesarios, ni los grandes legisladores, aunque sean imprescindibles, ni los grandes jueces, aunque sin buenos jueces no puede haber justicia; lo que hace grande a un país, son las buenas leyes. No muchas leyes, como la jungla de leyes en las que estamos enmarañados, no mucha regulación como las miles de leyes autonómicas que entorpecen el funcionamiento del país. Nada de todo eso sirve para nada excepto para justificar la existencia de los parásitos. Queremos pocas pero buenas leyes, como las que Solón dio a Atenas. Eso sí, que se cumplan. No queremos tutelas de nadie ya que las tutelas sólo tienen un significado: despojar al tutelado. Éste es nuestro desafío, un desafío que quiere situarse fuera del infierno donde trastabillamos y del cielo que sólo existe en el sueño de orden absoluto de los que sólo provocan sufrimiento; un desafío para situarnos en la tierra de los hombres y mujeres libres. Vamos determinados a conseguirlo. Estamos en marcha y espero que pronto, exhaustos, pero con la esperanza de la razón y del deseo, podamos gritar con todas nuestras fuerzas: ¡Thalassa! ¡Thalassa!
Sabemos que el viaje no va a ser fácil. Que el ejército enemigo no da cuartel. Que ni los poderosos, ni los parásitos, ni, en general, todos los que se alimentan de la savia de los ciudadanos están dispuestos a renunciar a todo lo que les da la buena vida a ellos y a nosotros nos la quita. Que los poblados amigos cuando nos vean llegar a arcadios, a aqueos, a espartanos, a macedonios, pobres, famélicos y armados, van a temer el saqueo, van a temer por sus propias vidas. Nuestra es la tarea de convencerles de nuestras intenciones; de que no podemos asegurarles el bienestar, ni la felicidad, ningún paraíso donde no exista el mal que viaja con el hombre. Porque esos paraísos no existen, no han existido y nunca existirán. Nuestra tarea consiste en rebelarnos contra la seguridad de ser hombres tutelados, de arriesgarnos a ser libres. Nuestra tarea consiste simplemente en que de verdad seamos soberanos de nuestras vidas, que con nuestra voz designemos a quienes van a gobernarnos; y que con nuestra voz designemos a otros diferentes a los primeros para que aprueben las leyes que nos tienen que regir; y que con nuestra voz elijamos a otros diferentes a los primeros y a los segundos, para que juzguen a todos los ciudadanos cuando sea preciso y vigilen que los primeros y los segundos cumplan las leyes del país y les vigilen y condenen si sucumben a la tentación del robo, a la codicia y a la corrupción. Porque creemos que lo que hace grande a un país, y nosotros queremos que nuestro país sea más grande no sólo en bienestar, que ningún humano despreciaría, sino fundamentalmente en libertad, en igualdad y en justicia no son los grandes líderes, aunque sean necesarios, ni los grandes legisladores, aunque sean imprescindibles, ni los grandes jueces, aunque sin buenos jueces no puede haber justicia; lo que hace grande a un país, son las buenas leyes. No muchas leyes, como la jungla de leyes en las que estamos enmarañados, no mucha regulación como las miles de leyes autonómicas que entorpecen el funcionamiento del país. Nada de todo eso sirve para nada excepto para justificar la existencia de los parásitos. Queremos pocas pero buenas leyes, como las que Solón dio a Atenas. Eso sí, que se cumplan. No queremos tutelas de nadie ya que las tutelas sólo tienen un significado: despojar al tutelado. Éste es nuestro desafío, un desafío que quiere situarse fuera del infierno donde trastabillamos y del cielo que sólo existe en el sueño de orden absoluto de los que sólo provocan sufrimiento; un desafío para situarnos en la tierra de los hombres y mujeres libres. Vamos determinados a conseguirlo. Estamos en marcha y espero que pronto, exhaustos, pero con la esperanza de la razón y del deseo, podamos gritar con todas nuestras fuerzas: ¡Thalassa! ¡Thalassa!
Las
campanas tocan a difunto - José Jaume
DIARIO DE MALLORCA – VIERNES 31
octubre
La crisis económica ha sido el catalizador; ahora lo que tenemos es una
quiebra moral que va a llevarse por delante el sistema institucional vigente,
lo hará con más rapidez de la que podía imaginarse tan solo unos meses atrás.
El hundimiento es de tal magnitud que empieza a cuestionarse si Mariano Rajoy,
a pesar de su acreditada incapacidad para improvisar o modificar sus pautas de
comportamiento, las de un registrador de la propiedad viajando en coche oficial
desde tiempos inmemoriales, podrá agotar la legislatura a la que todavía le
resta un año en el que se garantizan convulsiones sin cuento. El presidente del
Gobierno, aunque se le desencuadernen los esquemas, puede no encontrar más
solución que la de adelantar las elecciones generales haciéndolas coincidir con
las municipales y autonómicas de mayo. Se ha llegado a un estadio en que todo
se confabula para precipitar el final. La triple crisis que sacude a España: económica,
política e institucional, se ha trufado con la insólita quiebra moral que ha
instalado a los ciudadanos en una estupefacta indignación. El ocaso del régimen
está cantado. Falta conocer cómo y cuándo se ofician sus solemnes exequias. Las
campanas tocan a difunto. Otra vez la penosa historia española nos va a deparar
un acontecimiento reiteradamente acaecido: la sepultura de un proyecto político
que se ha agotado porque sus protagonistas no han sabido o no han querido
reformarlo a fondo cuando todavía hubo tiempo para hacerlo. Hoy la corrupción
se ha adueñado del paisaje con tanta fuerza que no hay forma de sustraerse a su
inmenso poder destructivo.
La secuencia del descalabro es cinematográfica: se encadenan sucesos
capaces de liquidar una mayoría parlamentaria tan sólida como la que ha
disfrutado el PP y mucho más: la misma esencia del sistema. Retrocediendo un
poco en el tiempo, solo un poco, vemos cómo desde la forzada abdicación del rey
Juan Carlos, en un desesperado intento de aislar a la corona del desastre, no
ha habido semana en la que no haya habido un sobresalto. El fracaso en la
gestión del ébola, acompañado de una indignidad manifiesta, y las tarjetas de
Bankia han cebado el descrédito hasta hacerlo irreversible. De qué sirven las
impostadas lamentaciones de los dirigentes políticos cuando, en contra de lo
que proclaman, no actúan con la contundencia requerida. ¿Por qué no se suspende
de militancia al imputado Angel Acebes? Hacerlo, se dice, sería tanto como
reconocer que hubo caja b en el PP. Los socialistas han creado cortafuegos en
torno a Chaves y Griñán para rescatarlos, si es posible, de la quema de los ERE
andaluces. Convergència, el partido de Jordi Pujol y Artur Mas, se apresta a
olvidar su nombre y lo que ha sido, para ver qué salva del inevitable
descalabro que le aguarda. Son los partidos del sistema los que se hunden
acompañándolo en su naufragio
Cuando la Restauración canovista no dio más de sí, podrida por el falso
turno entre conservadores y liberales, las injerencias del rey Alfonso XIII y
la fuerza creciente del republicanismo, además del clientelismo y la corrupción
tradicionales, un militar, el general Miguel Primo de Rivera, capitán general
de Cataluña, encabezó otro de los denominados ´Pronunciamientos´, que no eran
otra cosa que golpes de Estado para el que se solicitaban adhesiones
generalizadas. El padre del fundador del partido fascista español, la Falange
de José Antonio Primo de Rivera, tuvo éxito en septiembre de 1923 al disponer
del entusiasmado apoyo del rey Alfonso XIII y, entre otras, la colaboración
pasiva de los socialistas de la UGT, lo que le valió a su líder, Francisco
Largo Caballero, ser nombrado consejero de Estado por el dictador. En cualquier
caso, el régimen surgido de la Restauración canovista estaba acabado con o sin
pronunciamiento militar. Ahora sucede lo mismo, solo que al ser el momento
histórico radicalmente diferente el desenlace también lo será. No habrá
pronunciamiento militar. Tampoco son previsibles las algaradas violentas que
algunos pronostican en Cataluña con la esperanza de que existan para confirmar
sus admoniciones acerca de la imposibilidad de la convivencia civil en el
Principado, una de sus obsesiones. El fin del régimen de 1978 está acaeciendo
propiciado por una silenciosa rebelión de quien menos podía esperarse: los
jueces. Son ellos los que con sus actuaciones contra la corrupción nos han
situado en el punto de no retorno. Es la gran paradoja del tiempo que estamos
viviendo: uno de los sectores más acendradamente conservadores de la sociedad
española ha generado un estado de cosas similar al que en Italia protagonizaron
los jueces de ´manu pulite´.
Volvamos a Rajoy. ¿Disolverá las cámaras para convocar elecciones
anticipadas? No tiene la menor intención de hacerlo. Quiere finalizar la
legislatura y convencer de que ha conseguido recuperar la economía. El domingo
lo dijo en Murcia, al tiempo que afirmaba que no le gustaban "algunas
cosas" que acontecen, una de sus oblicuas referencias a la corrupción. El
lunes se desató la guerra púnica. El nombre no guarda relación con las tres
guerras púnicas que enfrentaron a Roma con Cartago a lo largo de un siglo.
Concluyeron con Cartago arrasada y sembrada de sal. Publio Cornelio Escipión
Emiliano, "El africano", fue aclamado como un héroe tras constatarse
que Cartago nunca volvería a ser el contrapoder de Roma, un obstáculo para su
hegemonía. La UCO ha llamado Púnica a la masiva operación anticorrupción por
Francisco Granados, algo infinitamente más prosaico. Qué manera de arruinar el
discurso de Mariano Rajoy. Sucede a menudo.
Se consolida la creencia de que Rajoy ha perdido el control de la
situación, aunque la lejana altivez de la que se reviste pueda confundir a
algunos. "El africano" que está por venir no es el actual presidente
del Gobierno. Newsweek, el semanario norteamericano de referencia, dice en su
último número que Pablo Iglesias puede ser el próximo presidente del Gobierno
de España. Destaca la gravedad de la situación sin descartar un desenlace
imprevisible. El pronunciamiento de Pablo Iglesias lleva la vitola de quien se
siente llamado a protagonizar otro cambio similar a los que encadena la
atormentada historia de España.