ELS QUE ESTÀREM A BURUNDI ELS ANYS 1970-80
EL RECORDAM PROU. BON ELEMENT...
Carlos
Jiménez, cura de Logroño
Sacerdote y misionero. 15 años en Burundi, ahora cura
en La Rioja
Carlos Jiménez: "A Dios no hay quien lo pare. Va
por delante de nosotros"
"Viendo el milagro que ha pasado con este Papa,
igual pueden pasar otros milagros"
José Manuel
Vidal , 18 de febrero de 2014 a las 12:44
No me preocupa que no haya relevo de
curas, me preocupa que la gente ya no quiera ser cristiana
/Y Carlo
(José Manuel Vidal).- Carlos Jiménez es
párroco de Santa María de los Palacios, una parroquia de Logroño (La Rioja). Es
un misionero que está de vuelta, tras pasar 15 años en Burundi. "Incluso
siendo misionero, uno llega a África pensando 'yo sé y vosotros no sabéis,
yo tengo y vosotros no tenéis'... y eso hace mucho daño", dice, echando la
vista atrás, y reconoce que su experiencia en África le ha marcado para siempre
en la forma de ser.
En cuanto a los sacerdotes, lamenta que "en
los seminarios se nos educa para dirigir y para creernos que sabemos todo,
en vez de para servir y para escuchar", pero afirma que no le preocupa en
absoluto la falta de vocaciones: "No me preocupa que no haya relevo de
curas, me preocupa que la gente ya no quiera ser cristiana", explica.
En este sentido, opina que "hay ateos de todo
tipo, pero casi todos han tenido roce con la Iglesia y la conocen bien. Lo
que les gustaría es que la Iglesia fuese de forma distinta", concluye.
¿Tu
parroquia está en el centro de la capital?
Sí, pero
ahora es una zona marginal.
Estás de
vuelta en España, pero se puede decir que aquí también sigues siendo
misionero...
Hace ya más de 30 años que volví. Me fui a los 26
años, recién ordenado. Estuve tres añitos aquí y luego ya me marché. Uno años
antes había salido la encíclica del Papa, y la reacción de muchas diócesis fue
empezar a mandar a sacerdotes fuera. Comenzamos a salir, abriendo camino.
Todavía hay algunos que siguen en Benín, porque de Burundi nos despacharon
en el 85.
¿Qué
recuerdos tienes de esa experiencia misionera?
Lo más bonito para mí fue que allá aprendí a
relativizar la manera de vivir el Evangelio. Cosas que a mí aquí me
parecían absolutamente formidables, allá las entendí de otra manera. Por
ejemplo, allí las sucursales funcionaban sin sacerdotes. Los Padres Blancos
habían organizado las misas, los catequistas tenían ya unas homilías impresas,
tenían las lecturas del Antiguo Testamento y del Evangelio, leían la
explicación que había, se hacían las oraciones que había que decir, se cantaban
canciones, se pedía por los enfermos, se daba la comunión... y la gente
asistía, aquello funcionaba. Los laicos eran los responsables, y si el cura
aparecía un día, perfecto... Y todo esto sin cursillo de teología,
simplemente por la necesidad de sentirse Iglesia.
Otra cosa
que me llamó mucho la atención fue todo el trabajo que había respecto a los
difuntos, los muertos. Morían tantos, que no había tiempo para organizar
misas ni funerales ni nada. Morían, a algunos de los rezaba, y a otros
nada.
Las fiestas religosas también las celebraban de forma
muy distinta a como lo hacemos aquí. La Navidad, la Pascua... eran una alegría.
Ellos tienen otras formas, no sólo en lo eclesial: la cercanía con la gente,
la forma de hablar sin tapujos... También al hablar de la muerte. Era muy
frecuente preguntarle a una mujer "¿cuántos hijos tienes?", y que te
respondiera: "cuatro". "Pero el otro día te vi con
cinco...", y que te respondiera naturalmente, "uno se ha
muerto". A eso solían añadir: "Dios se lo ha llevado, ya me dará
otro".
Allí se habla
de la vida y de la muerte con toda naturalidad.
¿Tenemos una
imagen demasiado negativa de África?
Al principio a mí me hizo mucho daño pensar como se
suele pensar respecto a África: yo sé y vosotros no sabéis, yo tengo y vosotros
no tenéis... Incluso siendo misionero se da ese caso. Pasado un tiempo entendí
que esas cosas tenían que desaparecer, y que había que ir como un compañero: a
escuchar y a compartir. "¿Cómo yo, un extranjero, me iba a meter allá a
organizar la vida de los demás...? Si estoy allá tan sólo como huésped".
Eso me hizo
cambiar, y fue la época más fructuosa, de más paz y más tranquilidad en mi
trabajo.
¿Crees que
la frescura de su forma de vivir se puede "trasplantar" aquí?
Sí. Pienso
que depende simplemente de que se nos encienda la luz y que nos demos cuenta.
No cuesta más que dos o tres días.
De allí de África me traje una cosa bonita, que fue
la costumbre de hablar con la gente y saludarla mientras espero para empezar la
misa. Cuando volví y quise introducirlo en mi parroquia, al principio me
costó mucho, porque la gente no estaba acostumbrada. Pero al final lo conseguí,
y ahora es lo más bonito. Y a mí me gusta hacerlo, acercarme a las personas
antes del culto. También visitar a los enfermos, salir a la calle, estar en
contacto con la gente, pararme a hablar con ellos como en un pueblo...
Compartir la vida, como uno más.
¿Eso te da
pie para conseguir que la gente se comprometa?
Sí, va
saliendo solo. Estas navidades me acerqué a unas cuantas personas para decirles
que tenía una lista de gente que necesitaba ayuda, y a la siguiente vez que nos
vimos vinieron con dinero para darles y con propuestas e ideas para ayudarles.
Me impactó mucho una mujer guineana no bautizada, que
me decía "no lo entiendo, no lo entiendo... ¿por qué a mí, que no me
conocen, me dan dinero?". "Porque es gente que quiere hacer el
bien", le dije yo. "Quieren que en estos días de navidades disfrutes
un poco".
¿El hecho de
haber estado en África te sirve para conectar con los africanos que viven aquí?
Sí. y el hecho de haber estado en África me ha
marcado también para siempre en la forma de ser, en la cercanía... A veces
puedes resultarle hasta indiscreto a los españoles, porque hablas directamente,
y eso choca.
¿Te costó
dejar aquello?
Llegó un momento en que me di cuenta de que cuando
venía aquí no era español, pero cuando iba allí tampoco era africano. Así
que me planteé: o me quedo en África para siempre o vuelvo a España. Entonces,
hubo un momento en que hubo un relevo de sacerdotes riojanos a África, y entonces
decidí que no tenía vocación de Padre Blanco, de quedarme allí toda la vida.
Pero desde
que me fui he podido volver un par de veces, y ha sido formidable.
Fui porque había habido unas matanzas horribles entre
tutsis y hutus. Me
preguntaba cómo era posible que todo lo que habíamos hecho allí no sirviera
para nada, que todo fuera barrido por la tempestad del odio, de venganzas y de
intrigas. Pero cuando volví otra vez, después de 25 años, todavía algunos de
ellos se acordaban de mí. Pero me di cuenta de que no se acuerdan de lo que
decíamos, sino de lo que hacíamos.
¿O sea que
las palabras se las lleva el viento?
Sí... permanece lo que se hace, no lo que se
dice. Esas veces que volví les decía: "No creáis que he venido aquí de
turista, sólo a saludar... yo no puedo olvidar el tiempo que he pasado entre
vosotros". No puedo olvidar las visitas a las colinas, los aplausos en
medio de la misa. "He venido a saborear todos estos momento que viví
con vosotros", les dije. Me imagino que pasaste el paludismo...
Sí, a los 10 días de estar allá tuve los síntomas
de la malaria, pero tuve la suerte de que allí vivía una hermana que era
del Este que conocía bien el tratamiento. Me dio una medicación de choque y
salí adelante.
¿Cómo estás
viviendo la nueva situación eclesial a la que asistimos desde la elección del
Papa?
Creo que por fin podemos respirar. Todo lo que yo
había vivido en África y que algunos pensaban que se podría
"exportar" (porque tenemos más teología, tenemos más reuniones...),
resultó que no. Allí éramos 35 curas para 500.000 habitantes y hacíamos vida en
común como en arciprestazgos, de 3 en 3 por ejemplo. La vida en equipo es
complicada, pero es la única manera que yo conozco de trabajar. Sin
embargo, aquí es imposible. Por el individualismo.
Sin embargo,
se supone que en el seminario te educan para eso: para vivir con otros, para
compartir...
No. Se nos educa para dirigir, para creernos
que sabemos todo, para decir "yo soy presbítero, tú no lo eres". No
se nos educa para servir, que tendría que ser lo primero. Ni para escuchar.
¿Los curas más jóvenes también han sido educados así? Sí. Por eso el
cambio de esquema va a ser muy difícil. Es como nacer de nuevo.
Yo lo he aprendido lentamente, con libros, con
profesiones, con la oración... Y creo que es el único camino. Pero te
ningunean, te tratan como a alguien que no tiene importancia. Dicen de ti
"éste se ha creído que todavía está en África...". Y lo que no
les interesa, lo práctico, lo sacan del orden del día.
¿Tienes
esperanza en que esas dinámicas puedan cambiar si lo que viene desde Roma se va
filtrando y va calando?
Creo que sí, que a la larga se tendrá que imponer. Viendo
el milagro que ha pasado con este Papa, igual pueden pasar otros milagros.
Con obispos diferentes, con una curia de seis o siete sacerdotes que le apoyen,
con sacerdote que vayan por este camino... y con los mismos laicos. Los laicos
también tienen que cambiar, porque a menudo parece que le gusta un cura que
"haga de cura". Un don nadie no les interesa.
¿El laicado
está muy clericalizado?
Sí.
Y a los
alejados cómo se les puede volver a ilusionar?
No creo que estén tan alejados. Están alejados de
una forma de ser y de vivir el cristianismo, pero cuando estás con ellos
ves que, aunque digan que son ateos, no es cierto. Hay ateos de todo tipo, peor
casi todos han tenido roce con la Iglesia y la conocen bien. Lo que les
gustaría es que la Iglesia fuese de forma distinta. Poder creer en otra clase
de Dios.
También los hay que están cerrados a lo religioso,
y por lo general son gente muy buena a la que no le interesa ir a la Iglesia
porque no sabe cómo situarse en ella.
Yo estoy metido en un foro social del casco antiguo
que lo formamos 10 o 12 personas, y creyentes somos 3 o 4 solamente.
Tenemos reuniones en las que hablamos de todo, hay muchísimos respeto y nos
apreciamos. Hablamos de la situación de la vivienda en el casco antiguo, de
cómo llegar a la gente... Y los que no creen me defienden ante otras personas
que les preguntan. "¿Qué te crees, que vamos a que el cura nos catequice?",
dicen. "Tenemos muchas cosas de las que hablar".
Y cuando
este tipo de personas da con un cura como tú, entregado y disponibles...
¿cambian de opinión o al menos lo valoran?
Lo valoran,
claro. Hay uno en el foro que es de Izquierda Unida y que siempre me dice:
"A mí los curas de calle, los que pisan la calle, son lo que me
convencen".
¿Cómo ves el futuro de las parroquias? A
Dios no hay quien lo pare. Va por delante de nosotros. En todo. A pesar de
nuestra falta de cabeza, él está trabajando con la gente formidablemente. No
hay más que fijarse en las cosas tan bonitas que hace la gente por los demás,
sin necesidad de ir a misa. Dios está actuando, simplemente hay que escarbar un
poco para verlo.
¿Te preocupa
que no haya relevo de curas?
A mí no. Porque yo he visto que en Burundi, donde
todavía siguen siendo muy pocos los curas que hay, sin embargo no hay ningún
problema porque hay laicos. Lo que me preocupa es la identidad cristiana,
los cristianos.
¿La gente
joven?
Sí, la gente
que quiere o no quiere ser cristiana. El relevo generacional. Los jóvenes.
Que no haya curas no es problema. En Burundi la Iglesia sale
adelante con los laicos, que son los catequistas. Lo mismo vi en Ecuador, donde
pasé un mes. El obispo de Puyo (en el oriente) tenía sólo 12 curas, y casi
todos extranjeros. Todo estaba en manos de los laicos.
¿Y qué se
puede hacer para recuperar a los jóvenes?
Pienso que la única manera es con el ejemplo.
En mi parroquia no hay jóvenes, ni siquiera niños. La primera comunión se la
damos a 3 o 4 al año, y la mayoría son inmigrantes.
Yo he trabajado mucho con jóvenes, y la verdad es que
ahora creo que de forma equivocada. Me ha faltado experiencia, o fundamentos...
no sé. Hacíamos campamentos, colonias... y daba sus frutos. Pero luego se perdía
el contacto.
Mirándolo desde fuera, te das cuenta de que en las
diócesis tampoco hemos hecho ningún plan ni ningún programa pastoral planteado
para jóvenes y niños. No se ha trabajado bien con los padres ni en los
colegios... Se podría haber hecho más de lo que se ha hecho. Hemos estado un
poco adormilados.
¿Tu futuro
personal cómo lo ves?
Con mucha paz. Pienso que mi vida ha valido la
pena. Pienso también que ha tenido sentido. Pienso que estoy llegando ya al
último tramo del camino, y veo el final con mucha paz y agradecimiento.
Mientras tanto, espero poder ayudar y servir para
algo. Echar una mano por aquí y por allá, pero sin pretender nada.