Abortar el aborto
Me gusta que los conflictos y controversias traten de
resolverse por medio del diálogo. Pero, por lo que hace a la ley Gallardón,
(y dejando los líos recientes entre disciplina de partido y disciplina de
conciencia) temo que el sector de la izquierda y el sector de la Iglesia que
andan enfrentados aquí, no pueden entenderse porque creo que ambos parten de
presupuestos falsos (y a veces tácitos) que nunca se examinan. Intentaré
ponerlos de relieve por si eso ayuda.
1. El error de la izquierda.- Un sector de la
izquierda critica la ley desde el presupuesto de que el aborto es un derecho de
la mujer. Eso es dar armas al enemigo porque ese derecho no existe, por mucho
que hoy se haya puesto de moda llamar derechos a las propias voluntades. Andar
gritando por ahí que “el aborto es sagrado” daña más a esa causa que los que
gritan que el aborto es un crimen. Y querer defender la ley a base de “top-less”
(= arriba nada) pectorales sólo indica que arriba (en la cabeza) no hay nada.
Es innegable que la última decisión en este tema debe
dejarse a la mujer que es quien actúa y sufre aquí. Pero eso no significa que
esa decisión no esté enfrentada a ningún deber. Disponer del propio cuerpo
es un derecho que tiene sus límites como los tienen todos los derechos:
tiene límites cuando el drogadicto decide pincharse apelando a ese derecho a
disponer de su cuerpo; los tenía cuando, en el siglo IV, un famoso teólogo
llamado Orígenes, decidió castrarse para evitar que murmurasen de él. Los tiene
cuando el violador se arroga el derecho a disponer de su cuerpo invadiendo
otro. Y los tiene cuando en tu cuerpo hay algo que ya no es simplemente tuyo
aunque esté en ti: porque tiene su propio dinamismo vital cuya meta es su
autonomía plena. El feto no es un tumor que sólo puede vivir a costa de ti sino
al contrario: una vida orientada a independizarse de ti.
Invocar un derecho ilimitado a disponer del propio
cuerpo equivale a la otra invocación (falsa también) de un derecho de propiedad
sin límites: como
mínimo, el derecho de propiedad tiene una función social o una hipoteca social.
Como mínimo: pues yo creo más bien que una mayoría de los derechos de propiedad
que se invocan en nuestra sociedad no son tales derechos. Por eso la
argumentación de la izquierda en el tema del aborto me resulta profundamente
derechosa y da argumentos de apariencia progre al sector opuesto. Con lo que la
izquierda se hace daño a sí misma y pone en evidencia su pérdida de identidad
que la ha llevado a interesarse más por cuestiones de entrepierna que por la
justicia social. En ese interés coincide con los obispos, aunque en dirección
contraria.
2. Los errores de la Iglesia. En muchas autoridades
eclesiásticas creo ver otros dos presupuestos falsos.
A.- Por una lado parecen creer que el aborto se
acabará con una ley que lo prohíba, y que defender la vida implica reclamar esa
ley. Ello me parece de una ingenuidad digna de mejor causa. Y me recuerda
aquel chiste de “Hermano Lobo”, cuarenta años ha: una mocita con una tripa
inconfundible le decía a su madre: “mamá, no lo entiendo: ¡si decían que han
despenalizado el adulterio!”…
Antes de si es moral o inmoral, el problema del aborto
es que “está ahí”. Y seguirá estando por mucho que se pretenda prohibirlo. En
situaciones así, la misión del legislador no es que la ley y la moral
coincidan, sino el máximo bien común que, por otro lado, es el principio
fundamental der toda la enseñanza social de la Iglesia. Y ese bien común pide
al menos dos cosas: impedir que se aborte en condiciones de clandestinidad que
pueden poner en peligro la salud o la vida de la madre. E impedir que las
señoras ricas puedan abortar tranquilamente yéndose al extranjero mientras que
las pobres (propietarias del Reino de Dios) tendrán que ir a la cárcel por no
poder pagarse ese viaje. Por estas misma razones, soy partidario de que se
busque una razonable despenalización de la droga que impida, a la vez, el enriquecimiento
de unos canallas y el peligro de tantos chavales que mueren por haber ingerido
droga adulterada. La droga será inmoral; pero la dura realidad muestra que no
se acaba prohibiéndola. Esa prohibición sólo es fuente de más inmoralidades.
Tomás de Aquino sabía esto muy bien y escribe repetidamente que “la
ley humana no puede castigar o prohibir todas las cosas malas que se hacen”. Y
da como razón que, si pretendiera eso, a veces “impediría el provecho del bien
común que es necesario para conservar lo humano”. Por eso, sigue diciendo, “es
suficiente con que (la ley) prohíba lo que destruye la convivencia social” (1
2ae. 91,4,c y 77 1 ad 1). Pero parece que hay un sector de la Iglesia que no
sólo no llega al Vaticano II, sino que ni siquiera ha llegado a Santo Tomás.
B.- En segundo lugar, muchas autoridades
eclesiásticas tienen todavía mentalidad de cristiandad y se creen con derecho a
exigir a las autoridades que la ley civil prohíba algo, sólo porque la moral
cristiana lo considera inmoral. Lo más sorprendente es que esta obsesión
constantiniana sólo les afecta en los temas del aborto y la pareja homosexual,
cuando parece claro que un estado laico no puede pronunciarse sobre la
moralidad o inmoralidad de esos temas, donde hay tantas y tan diversas opiniones.
En cambio, en cuestiones económicas y sociales, las autoridades eclesiásticas
transigen con leyes profundamente inmorales y anticristianas. La llamada “ley
de reforma laboral” es una ley de inmoralidad laboral que clama al cielo y que
ha hecho pagar la crisis a los más débiles, sin que casi ningún obispo
levantara una voz suficientemente alta contra ella.
¿Podría
intentarse un diálogo en el que ambas partes comenzara por discutir esos
presupuestos?
3. Otros factores importantes. Pero a esos presupuestos de uno y
otro lado, que me parecen claramente equivocados y que hacen imposible todo
diálogo, hay que añadir algunos apéndices para captar toda la complejidad del
tema.
a. Primacía de los pobres.- Es indispensable distinguir entre
el aborto de la mujer rica que lo hace sólo por comodidad y el aborto
desesperado de tantas pobres mujeres que lo hacen sólo porque no les queda otra
salida. Me duele profundamente que el obispo Sebastián sólo parezca conocer el
primer caso porque, además, eso es revelador de la clase social en que se
suelen mover nuestros obispos. No conocen a la mujer sudamericana con un hijo y
sin papeles que encontró trabajo de criada en una casa. El señor la obligó a
acostarse con él, chantajeándola con amenazas de despido. La dejó embarazada y
entonces la señora la echó a la calle, dando por sentado que la culpa del
embarazo era de la mujer, cuando quizás era a su marido a quien habría debido
despedir. Esa mujer abortó. ¿De veras creen los obispos que esa pobre mujer
está excomulgada y debería ir a la cárcel? ¿O habría que aplicar el principio
de que cuando de una norma se siguen absurdos conviene reexaminar esa norma?.
b. Límites oscuros.- Es sabido que San Agustín (en el De anima) y Santo
Tomás (I, 118, 2 ad 2) sostenían que el feto sólo es un ser humano a partir de
los 45 días de la gestación, porque antes la materia no está preparada para
recibir el alma racional. Esta opinión podrá ser discutida hoy porque además
está formulada con categorías filosóficas anticuadas (cuerpo, y alma infundida
desde fuera). Pero pone de relieve una nueva complejidad en el tema del aborto.
Se acusa a la Iglesia de sostener que el embrión es
una persona. La acusación suena rotunda, pero sólo lo es en parte. El embrión
no es todavía una persona. Como el recién nacido tampoco es aún una persona.
Pero ambos están programados para serlo: la vida que hay en el embrión no es
exclusivamente vegetativa aunque en aquellos momentos sólo funcione como una
planta. Y la vida que hay en el recién nacido (o en el feto cuando ya da
patadas) no es exclusivamente sensitiva aunque en aquellos momentos aún no sea
vida racional; pero está programada y en camino de serlo. Y las cosas se
definen más por su futuro que por su presente. Esto parece ser lo que quiso
decir Tomás, aunque se enredó con su idea de diversas almas que van eliminando
a la anterior (la sensitiva a la vegetativa y la racional a la sensitiva).
El hecho es que, en nuestra trayectoria vital, pasamos
todos por la “constitución” humana, el “individuo” humano y la “persona” humana. El problema está en que los
límites entre ellas son tan imposibles de señalar con precisión, como la
separación entre la noche y el día. Esto obliga a la sociedad a decretarlos
artificialmente, como se hace con las luces públicas: señalando una hora
concreta (aunque unos días habrá más luz y otros menos). Quien sostenga que
sólo la persona humana tiene derecho a la vida habría de aceptar que matar a un
recién nacido no es un crimen, cosa que nadie hace porque la frontera del
nacimiento pesa en cualquier sensibilidad. Pero estas reflexiones permiten
comprender que no es lo mismo matar a un embrión reciente que a un ser humano
ya constituido.
Yo personalmente comparto y admiro la postura de la
Iglesia que defiende la vida del embrión desde el principio, más por su futuro y su destino
humano que por su mero presente en el que, además, esa vida no puede
defenderse. Pero, a la vez, comprendo que no puedo obligar a toda la sociedad a
que comparta esa postura. Como no se me puede pedir a mí que comparta la
postura extrema del budista cuyo respeto a la vida le llevará a no matar ni al
mosquito que me está picando. Esto es lo que daba cierta racionalidad a una ley
de plazos que sólo pretenda despenalizar algunos abortos, sin declararlos por
ello ni morales ni derechos humanos.
c. Casos límite.- Otra situación complicada es la de la malformación
fetal. Tanto como admiro la postura del ministro Gallardón cuando dice que él
(y supongo que también su mujer: porque si no la afirmación no vale) aceptaría
tener un hijo en esas condiciones, me parece comprensible que esa heroicidad no
se puede pedir a todos los miembros de la sociedad, sean cristianos o no, y
menos aún penalizar su incumplimiento. Conozco el impactante el ejemplo de E.
Mounier (otro emblema de izquierda francesa) con una hija enferma de
encefalitis a los dos años por una inyección equivocada: acercarse a su lecho
“como a un altar”, quedarse “en adoración”, en “una tristeza penetrante y
profunda pero ligera y transfigurada” (Conversaciones, 28.08.40). Y luego
volver a la tarea política.
Y ya que ha salido el autor de la ley, permítame
decirle que me decepciona su declaración de que “ni los gritos ni los insultos
me harán cambiar”. Amigo Gallardón: eso no es un argumento sino una
descalificación fácil del adversario, como si toda la controversia levantada
por esta ley fuera cosa sólo de gritadores e insultantes, y no de miembros de
tu mismo partido. Y como si no supiéramos de sobra que a toda oposición se
adhiere siempre una minoría ineliminable de radicales, que buscan aprovecharse
de ella. Es la misma argumentación del alcalde de Burgos, del presidente de
Ucrania y, si me apuran mucho, del presidente de Siria. La argumentación
simplista de quien no quiere escuchar porque teme no tener razón.
d. Tarea de la Iglesia.- ¿Qué debería hacer la Iglesia en
estos contextos? Hace años que sueño con una declaración dirigida a todos los
católicos, más o menos en estos términos: “el gobierno va a despenalizar la ley
del aborto. Los católicos sabemos que no cabe sentirse amparados por esa
despenalización porque legalidad no es lo mismo que moralidad, y porque los
católicos creemos que toda vida humana tiene un destino último junto a Dios y
merece por eso un respeto máximo, que otros no aceptarán porque no comparten nuestra
fe en la vida eterna. Los católicos debemos por tanto no aprovecharnos de esa
ley (sin necesidad de cargar con excomunión ese aprovechamiento), y deberíamos
dar a la sociedad un ejemplo del máximo respeto a la vida de calidad humana”. Y
por eso, la Iglesia decide que así como tenemos una “Caritas” para tratar de
atender a todas las víctimas de nuestra sociedad, vamos a fundar otra
organización mundial, “Vita”, para tratar de atender a todas las mujeres que se
ven casi obligadas a abortar, no por comodidad sino por dificultad, tratando de
recoger todas esas vidas y ponerlas al cuidado de la Iglesia en formas de
adopción, orfanatos y otras medias a estudiar. Eso es lo que, a mi humilde
entender, le pide a la Iglesia el seguimiento de Jesús.
e. “Elemental querido Watson”.- Queda uno de esos “last but not
least” que afecta sobre todo a las presuntas izquierdas. Gustavo Bueno, ateo
convicto y proselitista, declaró hace años en “Nueva España” que él, como
materialista y hombre de izquierdas, era contrario al derecho al aborto. Más
tarde declaró en una entrevista a “El Mundo” (11.07.2009): “abortar es de
imbéciles… una negligencia de la mujer que no quiere tener hijos y no tomó
precauciones. Se arrepiente y lo remedia con un gran gasto público y riesgo
personal”. Con los medios que hay hoy para evitarlo, hay que concluir que quien
se queda embarazada sin querer (salvo los casos de mujeres violadas,
chantajeadas o prostitutas), es una irresponsable que ella se lo ha buscado:
póngase Ud. un diu, use un preservativo, hágase un lavado vaginal, tome la
píldora anticonceptiva o la llamada “del día siguiente” que no es abortiva…
Pero no nos venga ahora con el cuento de que se encuentra ante una maternidad
“no deseada”.
Por eso no vale el argumento tan aparente del
presidente de Extremadura: “ninguna mujer puede ser obligada a ser madre”. ¡Por
supuesto! Pero ¿significa eso que toda mujer puede ahogar al niño que acaba de
parir porque no está obligada a ser madre? ¿O que la madre de Asunta Martos en
Galicia, tenía derecho a desentenderse de su niña porque no quería ser madre?
¿No? Pues entonces hay que aplicar al argumento del señor Monago la sabiduría
de los antiguos: “cuando algo prueba demasiado es señal de que no prueba nada”.
Todo lo que antecede es opinión personal y como tal la
ofrezco. Sólo he intentado dar mis razones sin juzgar a nadie, tratando de
recoger lo que veo de válido en todas las partes y sabiendo que, como se trata
de un problema que yo no lo sufro, se me pueden escapar algunos matices. Pero
creo que estamos en una hora histórica, crispada y cómoda a la vez, en la
que evitamos el esfuerzo del argumento para pasar directamente a la
descalificación o el insulto. Eso me parece muy peligroso porque, como he dicho
otras veces desautorizando a Aristóteles, no creo que el hombre sea un “animal
racional”. El hombre es ante todo un animal afectivo. Y usa su razón para
defender o “racionalizar” sus pulsiones. Al menos eso es lo que creo que me han
ido enseñando la historia y la vida.
(N.B. Concluido el 2 de febrero del 14. Lo que he
intentado exponer aquí de manera más breve, lo traté más extensamente en otros
sitios. Remito por ello al Cuaderno de “Cristianisme i justicia” El derecho de
nacer. Al libro Presencia pública de la Iglesia: ¿fermento de fraternidad o
camisa de fuerza?, escrito en colaboración con Javier Vitoria y publicado
también en CiJ. Y al artículo breve: La mujer abortante en diciembre del 2009
de la revista Alandar).