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PRESENTACIÓ

PRESENTACIÓ:

dijous, 16 de gener del 2014

EUROPA EN ...




Dios al teléfono

VIDA NUEVA - LA ÚLTIMA
GIANFRANCO RAVASI | Cardenal presidente del Pontificio Consejo de la Cultura
“Tenía razón Erri De Luca cuando escribía que ‘creyente no es el que ha creído una vez, sino quien, obedeciendo al participio presente en el verbo, renueva su credo continuamente’…”.
“Cuando suena el teléfono, respondo con la esperanza de que sea Dios el que llama, o al menos uno de los ángeles de su secretaría”. Con la fría ironía que disolvía sus dramas, Ionesco respondía así a un periodista que le preguntaba sobre la fe. Hace unos años, en París, tuve la oportunidad de encontrarme con un amigo del célebre dramaturgo, un historiador francés, que me confesó: “Cuando iba a verlo, la biblioteca donde estábamos sentados me parecía más la de un teólogo o un místico que la de un escritor”.
El discurso sobre la fe personal es uno de los más fluidos y complejos y no admite etiquetas apresuradas. Cuando en octubre de 2011, por deseo de Benedicto XVI, llevé al Encuentro interreligioso de Asís a un pequeño grupo de no creyentes, la empresa más difícil fue definir su denominación.
Ellos rechazaron en seguida el término “ateo”, obsoleto y negativo, que por otro lado habría reducido a los creyentes a “teístas”. Tampoco les gustaba “agnóstico”, que habría catalogado de “gnósticos” al resto. Y lo mismo ocurría con “racionalistas”, porque era demasiado reductivo y destinado a clasificar como “fideísta” al creyente (santo Tomás de Aquino y legiones de pensadores cristianos se revolverían en la tumba). Les resultaban igualmente desagradables la voz antigua “incrédulo” y el reciente “no creyente”, pues está modulado de forma negativa.
Esta dificultad para ponerles nombre al final se resolvió con el término inglés, no del todo satisfactorio, humanist, que el filósofo mexicano Hurtado se apresuró en su intervención pública a corregir en “humanismo laico”, sabiendo cuánto me gustaba que se me considerase a mí, aun siendo cardenal, un “humanista” clásico.
¿Por qué enredarnos con el berenjenal terminológico e ideológico de creer o no? Lo hacemos por un acontecimiento público: la conclusión del Año de la fe, impulsado por Benedicto XVI y continuado por Francisco, una celebración que coincide con el cincuenta aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, un evento eclesial capital en el encuentro entre la fe cristiana y la modernidad.
No soy capaz de resistir la tentación del autobiografismo: yo también estaba aquella tarde del 11 de octubre de 1962 en la Plaza de San Pedro para escuchar el famoso “discurso de la luna y de la caricia” de Juan XXIII. Acababa de llegar a Roma para iniciar mis estudios de Teología en la Universidad Gregoriana. Entonces se abrió para la Iglesia católica una época de diálogos, reflexiones, reformas, pasiones, tensiones y acontecimientos muy variados. En el centro estaba, y sigue estando, la fe, esa realidad que aparece con el nacimiento mismo de la humanidad y que se entrelaza en una serie de binomios a menudo candentes: fe y razón, fe y política, fe y libertad, fe y gracia, fe e historia, fe y ciencia, fe y sociedad…
En este medio siglo hemos asistido al fenómeno antitético de la secularización, con su “desencanto” y la desacralización, pero también a la desertificación ética y a un vacío de sentido. Se ha registrado, por otro lado, un despertar de lo sacro que, más allá de las degeneraciones fundamentalistas, revela la energía del fenómeno religioso. La fe sigue siendo, pues, un tema capital a nivel social y cultural.
Tenía razón Erri De Luca cuando escribía (¿como no creyente?) que “creyente no es el que ha creído una vez, sino quien, obedeciendo al participio presente en el verbo, renueva su credo continuamente”. Y una sólida “laica” como Natalia Ginzburg en su libro Nunca me preguntes advertía a los no creyentes que “la fe no es una bandera que se lleva con gloria, sino una vela encendida que se lleva con la mano entre la lluvia y el viento en una noche de invierno… A Dios no le gusta que le quieran como los ejércitos aman la victoria”.
Una curiosidad al margen del tema. ¿Ionesco, al final, recibió esa llamada telefónica celestial? Es difícil decirlo. Pero está el hecho, que me contó su amigo, de que el día antes de su muerte escribió en su diario solo esta línea: “Rezar. No sé a Quién. Espero a Jesucristo”.




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EUROPA EN LA ALTERNATIVA
Olegario González de Cardedal
Sacerdote y teólogo - Universidad Pontificia de Salamanca

Europa está volviéndose hoy ciega y muda ante la realidad religiosa en su dimensión teologal y personal, más allá de su repercusión política. Mientras en otros países crece la fe, aquí desciende su intensidad. La grave crisis económica y social que estamos atravesando y no pocas experiencias pasadas nos sugieren que no sería bueno ni eficaz a largo plazo olvidar los problemas humanos que están en el subsuelo del mismo vivir y morir. El cristianismo está llamado a dialogar y convivir con los humanismos contemporáneos, haciendo todo lo posible para que las llamas de esa fe y de las convicciones no se apaguen entre las tensiones diarias, porque Europa no puede abandonarse a un humanismo trivial, resultado de su ateísmo.


Tiempo de encrucijadas
Los inmensos éxitos y los mortales fracasos de Europa en el siglo XX la han llevado a un extremo borde ante el que se le abren fecundas posibilidades y mortales abismos. En ese siglo ha iniciado y consumado dos guerras mundiales y otras guerras
civiles con ciento cincuenta millones de muertos. Hoy han estallado los volcanes de su creatividad y de su negatividad y, con ello, se ve urgida a actualizar las fuentes morales y las decisiones trascendentales sin las cuales no puede seguir el camino por el que ha andado hasta ahora. De ahí el grito de Juan Pablo II en Santiago de Compostela: “Europa, sé tu misma”, y la llamada más reciente de Benedicto XVI para que no deje apagar la llama de la fe. Se ha acuñado la expresión “excepción europea” para señalar ese extraño fenómeno histórico: mientras que en otros países crece la fe, desde los más desarrollados como los Estados Unidos hasta otros del Tercer Mundo, en Europa desciende su intensidad.

I. FACTORES DE TRANSFORMACIÓN
Pero antes de analizar esas grandes encrucijadas ante las que Europa está hoy, es necesario hacernos conscientes y enumerar algunos de los grandes acontecimientos de naturaleza cultural y espiritual que han transformado sus entretelas:
§  Final del universo rural prácticamente en todo el mundo durante el decenio 1950-1960.
§  Acceso general a la educación y cultura.
§  Información directa y universal inmediata.
§  Globalización de las ideas y productos.
§  Reconocimiento de los derechos humanos.
§  Movimientos de liberación del hombre y, sobre todo, de la mujer, de las minorías y de los pueblos pobres.
§  Aceptación de la democracia como el sistema político que –en principio, y cultivado no solo como marco formal, sino como contenidos reales– procura mayores resultados para la libertad y la igualdad.
§  El despertar del islam como comunidad de historia, de fe y de poder político, desde sus inmensos recursos económicos derivados de las fuentes naturales de energía...
Es verdad que muchos de estos procesos solo afectan a una minoría de la población mundial, pero, una vez iniciados, ya no pueden ser parados o excluidos. El tiempo trabaja a su favor y son ya inicialmente un logro universal.
Para explicitar la trascendencia de los factores que acabo de enumerar, ofrezco referida al primer fenómeno (final del mundo rural) solo la cita de un historiador de máximo prestigio, si bien desde sus convicciones políticas carece de oído interior para lo que la religión ha significado en el pasado y sigue significando en el presente: “La humanidad viene experimentando un terremoto desde que la Edad Media terminó repentinamente para el 80% del globo terráqueo en la década de 1950 y hacia los años sesenta, cuando los gobiernos y las convenciones que habían regido las relaciones humanas se desgastaban a ojos vistas en todas partes... Una era de la historia que ha perdido el norte y que, en los primeros años del nuevo milenio, mira hacia adelante sin guía ni mapa, hacia un futuro irreconocible, con más perplejidad e inquietud de lo que yo recuerdo en mi larga vida”1.
Europa vive escindida entre una cultura humanista y una cultura técnica; entre un norte que gira alrededor de Berlín, Oslo y Amberes y un sur cercano a Lampedusa, Tarifa y Marsella; entre unas zonas rurales casi desiertas y subdesarrolladas junto a otras zonas superpobladas e industrializadas; entre una vertiente atlántica y una vertiente eslava; entre una ciudadanía cerrada en su riqueza, que cierra los ojos ante la pobreza reinante a su alrededor, y otra dispuesta a acoger a la inmigración que le llega desde todos los otros continentes; entre una conciencia de su necesaria solidaridad con sus vecinos pobres y otra que no sabe cómo poder acoger al África entera, que mira hacia el paraíso del norte, sin desistir de sus propios proyectos y renunciar a su propia lógica interna; entre una Europa nacida del humanismo como cultura (Grecia, Roma, cristianismo, modernidad...) y una Europa que viene siendo asaltada por el islam desde el paso de Gibraltar en 712, las Navas de Tolosa y los cercos de Viena hasta Lepanto; entre el intento de integrar a Turquía en la Unión Europea y la sospecha verificada de que la “primavera islámica” amenaza con ser un otoño desembocando en un duro invierno. ¡Y vuelven a resonar en tierra ibérica los viejos gritos desde Lepanto y ya en el siglo XVI: “Que baja el turco”, “que hay moros en la costa”!2

II. UNA UNIDAD DE FONDO
Yo solo quiero aludir hoy a una de esas alternativas ante las que está Europa: la contraposición cultural, espiritual y religiosa de fondo con el islam y Europa, a la vez que ambos comparten todo el universo técnico, industrial y financiero que esta ha desarrollado en el último siglo. La voluntad de concordia, diálogo y colaboración tiene que prevalecer en nuestra común marcha hacia adelante. Pero ellas deben apoyarse sobre el duro granito de la realidad, y no sobre el movedizo suelo de arena que forjan nuestros deseos, ilusiones e ingenuidades, desconocedoras de una diversidad forjada desde finales de la Edad Media, arraigadas en convicciones originarias y endurecidas por luchas, expolios y desconocimiento del fondo humano y personal en que cada uno de esos universos han vivido.
Debemos partir, además, de este hecho: más allá de sus diferencias, Europa es una unidad o tiende decidida a ella, junto con el cristianismo, que, con sus diferenciaciones confesionales, sin embargo, mantiene una unidad de fondo; mientras que el islam está religado y mucho más condicionado por situaciones políticas y nacionales, a la vez que por el choque entre los dos grandes grupos religiosos que lo forman. En Occidente, el siglo XX ha consumado la diferencia y separación entre Iglesia y Estado, religión y política, comunidad religiosa y comunidad civil, aun cuando materialmente coincidan ambas en muchas cosas. Hay cinco abismos que separan a Europa de los países en los que política, jurídica y espiritualmente rige el islam: la cuestión de los derechos humanos, la relación entre fe y política, la conciliabilidad fundamental entre razón religiosa y razón moderna, el lugar de la mujer en la existencia privada y pública, la confianza en la vida y la tasa de natalidad. Y, sin embargo, hay algo que nos une en la raíz misma del existir, del pensar y del hacer: la fe en Dios, que es superior a las diferencias y que puede abrir una senda por la que llegar a superar tan abismales distancias.
Europa está volviéndose ciega y muda ante la realidad religiosa en su dimensión teologal y personal, más allá de su repercusión política: de ahí el silencio social sobre Dios –palabra que, a diferencia de los Estados Unidos, por ejemplo, ningún político o profesor en la universidad se atreve ya a pronunciar en público–, su aparente o real indiferencia y exclusión de la dimensión personal, social y pública de la fe. Y, al final, lo que no es palabra no será realidad, y la afasia (no hablar de) se convertirá para el hombre en agnosia (no conocer, no existir). Considera que con más riqueza, más leyes y más armas se va a defender de quienes no piensan como los europeos o no creen como los modernos secularizados. Parece creer que Dios pertenece al mundo rural desaparecido y que, con la secularización, su nombre ya no encontrará lugar ni eco en la nueva morada de los humanos: primero la ciudad y luego la Red. ¡Mortal ingenuidad o violencia!
Por ello, se llegó a la convicción de que la modernidad y la secularización llevarían automáticamente consigo el final de la religión, hecho que los últimos cincuenta años han desmentido. La religión se ha trasformado, purificado en unos casos y pervertido en otros, adquirido nuevos rostros y vivido nuevos imperativos, pero sigue entera e igualmente requeridora y prometedora, porque entero e indestructible sigue el hombre3.

III.  REPRESIÓN Y CHOQUE
El principio de la “represión en violencia-retorno en venganza” vale también para la religión y, desde él, podemos entender ciertos fenómenos contemporáneos y un cierto retorno de lo llamado “religioso salvaje”. Todo aquello que es reprimido violentamente durante el día vuelve luego durante la noche; todo aquello que es reprimido en el espacio real retorna bajo el ropaje de lo simbólico; todo aquello que es rechazado en su dimensión benéfica para el hombre volverá obsesionándole bajo su potencial maléfico; todo aquello auténticamente divino y superior al hombre que este desprecia retornará bajo la máscara luciferina o demoníaca. Al afirmar este principio, en manera ninguna estamos negando la capacidad del hombre de trasformar ciertos dinamismos, presiones y aspiraciones, encauzando su impulso primario hacia otros fines igualmente válidos y superiores. Es el principio de la sublimación, que no es un engaño del sujeto para consolarse de la imposibilidad de dar cauce a dichos impulsos en una dirección, sino expresión de la capacidad del hombre para integrar lo animal en lo personal humano, como ha demostrado A. Vergote, uno de los máximos psicólogos actuales de la religión 4.
El choque frontal entre modernidad secular europea y actitud fundamental islámica es un fuego en el que cada una de las partes, con sus rígidas posiciones, alimenta la otra. Si Europa pierde sensibilidad para reconocer que la religión no es una fase de la historia, sino una estructura de la conciencia, que ella alienta y vivifica tanto las raíces más hondas como las ramas más altas de la humanidad, nunca podrá convivir con el islam, para el cual la realidad de Dios es vivida en forma a veces violenta, pero sigue siendo para él la palabra sagrada y la estrella luciente en la noche y en el día. Una Europa cada vez más secularizada o pagana será una provocación cada vez mayor para un islam creyente y atenido a sus fuerzas primarias. El cristianismo y la Ilustración en Europa, cada cual desde sus convicciones y potencias específicas, deben luchar por no sucumbir a esta alternativa falsa y mortífera que hoy la amenaza: por un lado, una increencia identificada con la modernidad y el progreso; por otro, una fidelidad mimética, meramente repetitiva, a la tradición religiosa, al fundamentalismo, a la xenofobia y a la violencia.
También aquí deberíamos recordar con el Evangelio la estrecha puerta y con Fray Luisla escondida senda que llevan a la vida, como la única superación de los otros dos términos mortales de la alternativa: la increencia y el fundamentalismo.
¿Qué le pasa a Europa para que,en un oscuro acomplejamiento o resentimiento, oculte la evidencia de sus orígenes cristianos, su propia historia cultural y la potencia de futuro que ha nacido y puede seguir naciendo de esas fuentes vivas? ¿Por qué ese silencio sobre lo esencial, ese encubrimiento de lo que es patente a todo hombre bueno y limpio de corazón? ¿Es que los niega? ¿Es que no logra una comprensión coherente con las convicciones de la modernidad, o es que no encuentra el cauce público político que haga justicia a la convivencia social y al pluralismo ideológico, a la vez que a la persona y a la libertad? Estas tres reacciones: negación, perplejidad, lenta, sincera y dificultosa búsqueda, caracterizan nuestro momento histórico y a las personas responsables en los organismos europeos, que forjan la legislación y determinan la acción de los gobiernos de la Unión.
Algunos han pensado que era mejor salir del cristianismo como religión e Iglesia y pasar a un cristianismo comprendido solo como cultura, estética y mera moral. Ese experimento del poscristianismofue el que ya se propuso llevar a cabo el emperador Juliano, quien, tras su ruptura con la Iglesia, quiso copiar las instituciones de esta, en una nueva forma de ciudadanía pero sin fe. No se percató de que la respuesta de los filósofos y de la sociedad que habían abandonado el Evangelio de Cristo iba a ser la indiferencia. Un poeta moderno de su mismo origen geográfico la describe así:
Juliano al constatar la indiferencia
“Viendo la mucha indiferencia que hay entre vosotros con respecto a los dioses” –dice con aire grave–. Indiferencia. ¿Pero qué espera aún? Reformó a su gusto el orden religioso, cuanto quiso escribió al sumo sacerdote de los Gálatas y a otros así, distribuyendo normas y consejos. Sus amigos no son cristianos; por supuesto. Y no pueden, sin duda, jugar como él (que en el cristianismo nació y creciera) con reformas religiosas, ridículas en la teoría y en la práctica. “Después de todo son griegos. No exageres, Augusto5.

I V. DIÁLOGO EN LA SENDA DEL VATICANO II
Europa tiene que ser más humilde, realista y profunda: primero para mirarse a sí misma y aprender que la razón científica, técnica e instrumental no es la medida de la razonabilidad, del sentido y de la esperanza; que hay, además, otras formas de inteligencia, de saber y de sabiduría con mayor hondura. El famoso discurso
de Benedicto XVI en Ratisbona sobre la relación entre razón y fe tenía ese doble destinatario: el racionalismo positivista dominante en ciertos ámbitos de Europa, que absolutiza la razón científica como norma de todo pensar y decidir, por un lado; y, por otro, aquella actitud que no reconoce la razón como camino necesario hacia Dios. Para describir esta segunda posición, hizo aquella famosa cita a propósito del islam, que llevó a centrar la atención de los lectores en ese aspecto, dando pretexto al cientismo europeo para no darse por aludido.
Europa tiene que repensar lo que dos de sus maestros modernos le han recordado a propósito de la filosofía, el primero, y de la ciencia, el segundo: “Debemos ser claramente conscientes de que nunca existirá una auténtica filosofía en el sentido de un sistema totalmente perfecto, una filosofía que pueda responder todas las cuestiones y todos los enigmas de la existencia humana” (R. Bultmann). El otro, pionero de la lógica, la matemática y la arquitectura, es L. Wittgenstein, quien escribió: “Una vez resueltos todos los posibles problemas científicos, aún no habríamos rozado siquiera los problemas de la vida” 6. Solo una Europa vuelta hacia sí misma tiene capacidad para dialogar con un islam que necesita su propia conversión y, ante el cual, lo primero que tiene que hacer es respetarle, no ofenderle ni humillarle. Y porque en algunas cosas fundamentales podemos y debemos aprender de él. ¿No son realidades esenciales en la vida religiosa, realísticamente sostenida, la oración, el ayuno, la contribución real para la ayuda al prójimo y a la comunidad, la conciencia de pertenencia eficaz a una gran comunidad de fe?
Es necesario volver a asumir teóricamente y a llevar a la práctica los criterios de valoración en la relación con el islam, tal como los expuso el
Concilio Vaticano II: “La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian además el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por tanto, aprecian la vida moral, y honran a Dios sobre todo con la oración, las limosnas y el ayuno”.
Esas convicciones teóricas tienen que convertirse en criterios de acción, en primer lugar, para resanar un pasado bélico y, después, para llegar a una mutua comprensión nueva. Por eso, el Concilio sigue diciendo y concluye: “Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres” 7.
Si estos son sus valores, esta es su diferencia fundamental con el cristianismo en palabras de quien ha sido durante años presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, el cardenal alemán Walter Kasper: “El islam no conoce al Dios de la historia que se dirige y ocupa de nosotros los hombres. Rechaza por ello la encarnación, la pasión y resurrección de Jesucristo, todas ellas verdades centrales para el cristianismo. Ala concepción distinta de Dios le sigue también una concepción distinta del hombre, que sale a la luz concretamente en la sharia, el cuerpo del derecho islámico. La sharia permite en algunos países musulmanes una cierta libertad de culto, pero no conoce la verdadera libertad religiosa. Lo mismo es cierto en relación con el frecuente paralelismo que se establece entre la Biblia y el Corán” 8.
En Europa, unos primeros pasos hacia esa comprensión y respeto mutuo se dieron con las leyes de tolerancia en los siglos XVIII y XIX, luego de libertad religiosa, quebrando el criterio cuius regio eius religio, después con el reconocimiento de los derechos del ciudadano en la Revolución Francesa y, finalmente, en la mitad del siglo XX, con la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Europa, entretanto, vivió desgarrada por las guerras de religión, que en no pequeña parte han estado en el origen de mucha increencia moderna y de muchas rupturas con la Iglesia. Las luchas entre catolicismo y protestantismo durante casi dos siglos tienen su equivalente actual dentro del islam con la división y lucha entre chiíes y suníes, que arrastra a la guerra abierta o latente entre países como Irán, Irak y Arabia Saudita.
El catolicismo, por su parte, corrigió su historia anterior y abrió una senda nueva con las constituciones, declaraciones y decretos del Concilio Vaticano II, especialmente la declaración sobre la libertad religiosa (Dignitatis humanae) y sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas (Nostra aetate). En el islam, esta conversión solo puede provenir de una mayor cultura, de una mayor libertad, de un nuevo ordenamiento jurídico, de una relectura de sus propias fuentes y de un encuentro no violento con otras formas de religión, de pensamiento y de acción. Esta conversión debe comenzar por el reconocimiento del carácter universal de los derechos humanos, y no rechazar su Declaración, por ejemplo, arguyendo que deriva de una cultura que no es la suya (Europa) y de una religión que no es la suya (el cristianismo). Es esencial el respeto y reconocimiento de unos por otros y la aceptación por todos de la regulación jurídica que da forma pública vinculante a esos derechos, garantizando su protección y defensa.
A la vez, es esencial en este orden el principio de la reciprocidad entre los individuos, entre los grupos y entre las naciones. Los países islámicos tienen que reconocer a los países y ciudadanos de Europa la misma libertad que estos conceden a los musulmanes.

V. NUEVOS PROBLEMAS COMUNES
Entretanto, perduran tanto para cristianos como para musulmanes no pocos problemas abiertos derivados del ateísmo vigente, de una legislación que solo apela a la mayoría sin remitirse a un orden objetivo y que puede llegar a imponer cosas que violan la conciencia. Aquí estamos ante nuevos problemas comunes a los creyentes ante las culturas ateas, que tendrán su concreción en la medicina, en la bioética, en la ecología, en la legislación. Rigor científico, sensibilidad moral, atenimiento a los hechos concretos, respeto de la persona, mirada al bien común y aquel sentido común que Dios ha dado a todos los hombres: son criterios decisivos e inolvidables en el futuro, permaneciendo conscientes de que un cierto tanteo es inevitable, en el que aciertos y errores pueden acontecer juntos.
La Europa individualista, republicana en teoría, centrada en su placer, riqueza y potencia industrial, trivializadora y olvidadiza de grandes cuestiones, no tiene capacidad moral, y menos religiosa, para entrar en un diálogo de fondo con el islam, porque su desfondamiento es en otros órdenes tan profundo como el de los musulmanes. ¿Hay tanta diferencia moral entre las uniones cuasimatrimoniales sin regulación jurídica alguna o la simultaneidad de relaciones sexuales de los hombres con distintas mujeres existentes a veces entre los occidentales, y la poligamia entre los musulmanes, cuando estos aseguran jurídicamente el cuidado de su primera esposa y del resto de amantes?
Europa tendrá que aprender un día quizá del dolor lo que cuestan la verdad, la dignidad y la esperanza. Oscar Wilde termina su Epistola in carcere et vinculis, dedicada a quien había sido corresponsable de su desvarío y cárcel, con estas palabras: “Viniste a mí para aprender el goce de la vida y el goce del arte. Quizás he sido elegido para enseñarte algo más maravilloso: el significado del dolor y de la belleza” 9.
Mientras Europa no se las vea con Dios, no podrá ni dialogar ni convivir con el islam; y el islam no podrá dialogar y convivir pacíficamente con Europa mientras no se las vea con las exigencias de la libertad y de la justicia, de la igualdad y de los derechos humanos fundamentales, que los hombres, tras luchar con sudor y sangre, han conquistado; mientras no renuncie a hacer de la religión un arma, no podrá existir pacíficamente en la modernidad. La gloria de Dios no es separable de la gloria del hombre. La justicia con el prójimo, tal como está exigida en la tradición de los profetas del Antiguo Testamento, de la predicación de Jesús y de la doctrina de la Iglesia, es tan esencial como lo son la fe y el culto. No se puede honrar a aquel humillando, violando, negando o asesinando a este. Por su parte, Europa no puede mantener en formas nuevas su imperialismo e invasiones explotadoras de esas regiones ricas en materias primas y petróleo, pero aún incapaces de aprovecharse por sí solas de su riqueza.
Lo peor que puede hacer Europa es azuzar a las tres religiones –judía, cristiana y musulmana– para que se enzarcen en una lucha entre sí o revivar viejas contiendas, como puede hacer pensar Sloterdijk, tras haber intentado una vez más reducir la fe en Dios a puras fuerzas cósmicas, miedos infantiles no aclarados o cobardía ante la muerte no superada 10. Los monoteísmos judío, cristiano e islámico son hermanos, deben convivir como tales, resanar la historia de luchas anteriores e iniciar un proceso de colaboración en favor propio y a favor de la humanidad. No se puede ser religioso sin los otros; no se puede ser cristiano sin el prójimo, porque Dios ya no existe sin el hombre. Aquí, antes que tirar piedras contra nadie, todos primero debemos golpearnos el pecho con ellas.
A ello no nos debe impulsar solo ni ante todo el miedo a su invasión demográfica, ya que el islam cuenta con el tiempo y la fertilidad de sus comunidades, en las que la media de hijos en un matrimonio es un 6,50 por familia, frente a un 1,20 en las europeas, a la vez que decrecen las uniones realmente matrimoniales, con la consecuencia de que, en un tiempo determinable, puede invertirse la curva de población y, por mero crecimiento demográfico y por nuestra regulación democrática, serían quienes, siendo mayoría, determinasen la vida política y el destino futuro de Europa. Ya en los finales del siglo XIX, el autor antes citado escribía este soneto tras la masacre de cristianos en Rumanía, que podría leerse, tal cual hoy, sustituyendo los nombres por los de Nigeria, Somalia, Pakistán y otros:

Sobre la masacre de los cristianos en Bulgaria
Cristo, ¿vives de verdad?
¿O están tus huesos
Todavía extendidos
en su sepulcro tallado en la roca?
¿Y fue la Resurrección
solo soñada por Aquella
Cuyo amor por ti la redime
de todos sus pecados?
Porque aquí el aire es inaguantable
con los lamentos de los hombres.
Los sacerdotes que invocan
tu nombre son asesinados.
¿No oyes el amargo gemido
nacido del dolor
De aquellos cuyos hijos
son chocados contra las piedras?
¡Hijo de Dios, desciende!
¡Una niebla irrespirable
se cierne sobre la tierra y a través
de una noche sin estrellas
veo la luna Creciente sobre tu Cruz!
Si tú, en verdad de la buena,
quebraste la losa del sepulcro
¡oh, Hijo del hombre!,
desciende y muestra tu poder
Para que Mahoma no sea coronado
en lugar tuyo 11 .

VI. EL CRISTIANISMO, FUENTE DE SENTIDO
La crisis económica y social está siendo gravísima, y todo esfuerzo por esclarecerla y superarla es pequeño, pero no sería bueno ni eficaz a largo plazo olvidar los problemas humanos que están en el subsuelo del mismo vivir y morir. No se pueden apagar las llamas de la fe y de las convicciones en medio del trafago de las diarias acciones y tensiones. Europa no se puede quedar en un humanismo trivial, resultado de su ateísmo, como parecen ofrecerlo en Francia autores como L. Ferry, A. Compte-Sponville y M. Gauchet 12, o en Alemania, el ya citado Sloterdijk, por no hablar del ateísmo de espectáculo y mercado que propalan ciertos físicos o biólogos ingleses y españoles; o de los que remiten la violencia, que consideran esencial a la religión, a la llamada “distinción mosaica”, es decir, a la afirmación de un solo Dios verdadero, con la consiguiente reducción de todos los demás a ídolos 13.
El cristianismo tiene que dialogar y convivir con los humanismos contemporáneos y valorarlos en los fragmentos de verdad que contienen, pero no se puede reducir a un mero colaborador de las tareas de este mundo. La teología no puede centrar su tarea en destilar lo que en clave secular ella puede dar de sí siendo aceptable para los demás, sino, manteniendo siempre la atención al otro, ofrecerle la realidad cristiana en su novedad y diferencia específica. En este sentido, Jesucristo no dejará nunca de suscitar interés: como fascinación o como provocación, por su entrañeza divina o por su extrañeza humana. El cristianismo es una fuente de sentido posible para la vida humana; pero él es, ante todo, la oferta de salvación real que Dios ha hecho y sigue haciendo por Cristo y su Santo Espíritu en la Iglesia a la humanidad entera, padeciendo nuestro destino en su muerte y abriéndolo a una esperanza absoluta por la Resurrección.


notas
1. E. Hobsbawn, Un tiempo de rupturas. Sociedad y cultura en el siglo XX, Crítica, Barcelona, 2013, p. 9.
2. Un vivo y delicioso eco lo encontramos en Cervantes cuando Don Quijote le ofrece al Rey la solución para cuando llegue, “caiga” o “baje” el turco. Se lo imaginaba como una tormenta, avalancha o galerna. “... Dijo que se tenía por cierto que el Turco bajaba con una poderosa armada, y que no se sabía su designio ni adónde había de descargar tan gran nublado; y, con este temor, con que casi cada año nos toca arma, estaba puesta en ella toda la cristiandad” (II, 1).
3. Cf. O. González de Cardedal, El hombre ante Dios. Razón y testimonio, Sígueme, Salamanca, 2013; Id., Dios en la ciudad. Ciudadanía y cristianía, Sígueme, Salamanca, 2013.
4. A. Vergote, Psicología religiosa, Taurus, Madrid, 1996; Id., Culpa y deseo. Dos ejes cristianos y la desviación patológica, Fondo de Cultura Económica, Lima, 1999; Id., Religion, foi, incroyance,Pierre Mardaga, Bruselas, 2000; Id., Explorations de l’espace théologique. Études de théologie et de philosophie de la religión, Leuven University Press, Lovaina, 1990.
5. K. Kavafis, Poesías completas, Hiperion, Madrid, 1997, p. 133.
6. L. Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus, Tecnos, Madrid, 2007, pp. 6 y 52.
7. Concilio Vaticano II, Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, nº 3.
8. W. Kasper, Iglesia católica. Esencia, realidad, misión, Sígueme, Salamanca, 2013, pp. 460-461.
9. O. Wilde, Obras Completas, Aguilar, Madrid, 1943, p. 1156.
10. P. Sloterdijk, Celo de Dios. Sobre la lucha de los tres monoteísmos, Siruela, Madrid 2011, pp. 13-28.
11. O. Wilde, “Sonnet. On the massacre of the Christians in Bulgaria”, en The Complete Illustrated Stories, plays ands Poems of Oscar Wilde(Londres, 1995), p. 701. Este soneto no aparece en la edición española de las Obras Completas antes citada.
12. Cf. L. Ferry, L’Homme-Dieu ou le sens de la vie, Grasset, París, 1996; Id., Religieux aprés la religion, Grasset, París, 2004; Id., La révolution de l’amour. Pour une spiritualité laïque, Plon, París, 2010; Id. El hombre-dios o el sentido de la vida, Tusquets, Barcelona, 1997; A. Compte-Sponville y L. Ferry, La sabiduría de los modernos. Diez preguntas para nuestro tiempo, Península, Barcelona, 1999; M. Gauchet, La religión después de la religión, Anthropos, Barcelona, 2006; Id., La religión en la democracia: el camino del laicismo, El Cobre, Madrid, 2003.
13. Cf. J. Assmann, Moisés el egipcio, Oberon, Madrid, 2004; Id., La distinción mosaica o el precio del monoteísmo, Akal, Madrid, 2006.