Dios al teléfono
VIDA NUEVA - LA ÚLTIMA
GIANFRANCO RAVASI | Cardenal presidente del
Pontificio Consejo de la
Cultura
“Tenía razón Erri De Luca cuando escribía que ‘creyente no
es el que ha creído una vez, sino quien, obedeciendo al participio presente en
el verbo, renueva su credo continuamente’…”.
“Cuando
suena el teléfono, respondo con la esperanza de que sea Dios el que llama, o al menos uno de los
ángeles de su secretaría”. Con la fría
ironía que disolvía sus dramas, Ionesco respondía así a un periodista que
le preguntaba sobre la fe. Hace unos años, en París, tuve la oportunidad de
encontrarme con un amigo del célebre dramaturgo, un historiador francés, que me
confesó: “Cuando iba a verlo, la biblioteca donde estábamos sentados me parecía
más la de un teólogo o un místico que la de un escritor”.
El
discurso sobre la fe personal es uno de los más fluidos y complejos y no admite
etiquetas apresuradas. Cuando en octubre de 2011, por deseo de Benedicto XVI,
llevé al Encuentro interreligioso de Asís a un pequeño grupo de no creyentes, la empresa más difícil
fue definir su denominación.
Ellos
rechazaron en seguida el término “ateo”, obsoleto y negativo, que por otro lado
habría reducido a los creyentes a “teístas”. Tampoco les gustaba “agnóstico”,
que habría catalogado de “gnósticos” al resto. Y lo mismo ocurría con
“racionalistas”, porque era demasiado reductivo y destinado a clasificar como
“fideísta” al creyente (santo Tomás de Aquino y legiones de pensadores
cristianos se revolverían en la tumba). Les resultaban igualmente desagradables
la voz antigua “incrédulo” y el reciente “no creyente”, pues está modulado de
forma negativa.
Esta
dificultad para ponerles nombre al final se resolvió con el término inglés, no
del todo satisfactorio, humanist,
que el filósofo mexicano Hurtado se apresuró en su intervención pública a
corregir en “humanismo
laico”, sabiendo cuánto me gustaba que se me considerase a mí,
aun siendo cardenal, un “humanista” clásico.
¿Por
qué enredarnos con el
berenjenal terminológico e ideológico de creer o no? Lo hacemos
por un acontecimiento público: la conclusión del Año de la fe, impulsado por
Benedicto XVI y continuado por Francisco, una celebración que coincide con el
cincuenta aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, un evento eclesial
capital en el encuentro entre la fe cristiana y la modernidad.
No
soy capaz de resistir la tentación del autobiografismo: yo también estaba aquella tarde del 11
de octubre de 1962 en la Plaza de San Pedro para escuchar el famoso
“discurso de la luna y de la caricia” de Juan XXIII. Acababa de llegar a Roma
para iniciar mis estudios de Teología en la Universidad Gregoriana.
Entonces se abrió para la
Iglesia católica una época de diálogos, reflexiones,
reformas, pasiones, tensiones y acontecimientos muy variados. En el centro estaba, y sigue estando,
la fe, esa realidad que aparece con el nacimiento mismo de la
humanidad y que se entrelaza en una serie de binomios a menudo candentes: fe y
razón, fe y política, fe y libertad, fe y gracia, fe e historia, fe y ciencia,
fe y sociedad…
En
este medio siglo hemos asistido al fenómeno antitético de la secularización,
con su “desencanto” y la desacralización, pero también a la desertificación
ética y a un vacío de sentido. Se ha registrado, por otro lado, un despertar de
lo sacro que, más allá de las degeneraciones fundamentalistas, revela la
energía del fenómeno religioso. La
fe sigue siendo, pues, un tema capital a nivel social y cultural.
Tenía
razón Erri De Luca cuando escribía (¿como no creyente?) que “creyente no es el
que ha creído una vez, sino quien, obedeciendo al participio presente en el
verbo, renueva su credo continuamente”. Y una sólida “laica” como Natalia
Ginzburg en su libro Nunca
me preguntes advertía a los no creyentes que “la fe no es una
bandera que se lleva con gloria, sino una vela encendida que se lleva con la
mano entre la lluvia y el viento en una noche de invierno… A Dios no le gusta
que le quieran como los ejércitos aman la victoria”.
Una
curiosidad al margen del tema. ¿Ionesco, al final, recibió esa llamada
telefónica celestial? Es difícil decirlo. Pero está el hecho, que me contó su
amigo, de que el día antes de su muerte escribió en su diario solo esta línea: “Rezar. No sé a Quién. Espero a
Jesucristo”.
****************
EUROPA EN LA ALTERNATIVA
Olegario
González de Cardedal
Sacerdote y teólogo - Universidad Pontificia de
Salamanca
Europa está volviéndose hoy ciega y muda ante la realidad religiosa en
su dimensión teologal y personal, más allá de su repercusión política. Mientras
en otros países crece la fe, aquí desciende su intensidad. La grave crisis
económica y social que estamos atravesando y no pocas experiencias pasadas nos
sugieren que no sería bueno ni eficaz a largo plazo olvidar los problemas
humanos que están en el subsuelo del mismo vivir y morir. El cristianismo está
llamado a dialogar y convivir con los humanismos contemporáneos, haciendo todo
lo posible para que las llamas de esa fe y de las convicciones no se apaguen
entre las tensiones diarias, porque Europa no puede abandonarse a un humanismo
trivial, resultado de su ateísmo.
Tiempo de encrucijadas
Los inmensos éxitos
y los mortales fracasos de Europa en el siglo XX la han llevado a un extremo
borde ante el que se le abren fecundas posibilidades y mortales abismos. En ese
siglo ha iniciado y consumado dos guerras mundiales y otras guerras
civiles con ciento
cincuenta millones de muertos. Hoy han estallado los volcanes de su creatividad
y de su negatividad y, con ello, se ve urgida a actualizar las fuentes morales
y las decisiones trascendentales sin las cuales no puede seguir
el camino por el que ha andado hasta ahora. De ahí el grito de Juan Pablo II en Santiago de
Compostela: “Europa, sé tu misma”, y la llamada más reciente de Benedicto XVI para que no deje apagar
la llama de la fe. Se ha acuñado la expresión “excepción europea” para señalar
ese extraño fenómeno histórico: mientras que en otros países crece la fe, desde
los más desarrollados como los Estados Unidos hasta otros del Tercer Mundo, en Europa
desciende su intensidad.
I. FACTORES DE TRANSFORMACIÓN
Pero antes de
analizar esas grandes encrucijadas ante las que Europa está hoy, es necesario
hacernos conscientes y enumerar algunos de los grandes acontecimientos de
naturaleza cultural y espiritual que han transformado sus entretelas:
§ Final del universo rural prácticamente en todo el
mundo durante el decenio 1950-1960.
§ Acceso general a la educación y cultura.
§ Información
directa y universal inmediata.
§ Globalización
de las ideas y productos.
§ Reconocimiento
de los derechos humanos.
§ Movimientos de liberación del hombre y, sobre todo,
de la mujer, de las minorías y de los pueblos pobres.
§ Aceptación de
la democracia como el sistema político que –en principio, y cultivado no solo
como marco formal, sino como contenidos reales– procura mayores resultados para
la libertad y la igualdad.
§ El despertar
del islam como comunidad de historia, de fe y de poder político, desde sus
inmensos recursos económicos derivados de las fuentes naturales de energía...
Es verdad que
muchos de estos procesos solo afectan a una minoría de la población mundial,
pero, una vez iniciados, ya no pueden ser parados o excluidos. El tiempo trabaja
a su favor y son ya inicialmente un logro universal.
Para explicitar la
trascendencia de los factores que acabo de enumerar, ofrezco referida al primer
fenómeno (final del mundo rural) solo la cita de un historiador de máximo
prestigio, si bien desde sus convicciones políticas carece de oído interior
para lo que la religión ha significado en el pasado y sigue significando en el
presente: “La humanidad viene experimentando un terremoto desde que la Edad Media terminó
repentinamente para el 80% del globo terráqueo en la década de 1950 y hacia los
años sesenta, cuando los gobiernos y las convenciones que habían regido las
relaciones humanas se desgastaban a ojos vistas en todas partes... Una era de
la historia que ha perdido el norte y que, en los primeros años del nuevo
milenio, mira hacia adelante sin guía ni mapa, hacia un futuro irreconocible, con
más perplejidad e inquietud de lo que yo recuerdo en mi larga vida”1.
Europa vive
escindida entre una cultura humanista y una cultura técnica; entre un norte que
gira alrededor de Berlín, Oslo y Amberes y un sur cercano a Lampedusa, Tarifa y
Marsella; entre unas zonas rurales casi desiertas y subdesarrolladas junto a
otras zonas superpobladas e industrializadas; entre una vertiente atlántica y
una vertiente eslava; entre una ciudadanía cerrada en su riqueza, que cierra
los ojos ante la pobreza reinante a su alrededor, y otra dispuesta a acoger a
la inmigración que le llega desde todos los otros continentes; entre una
conciencia de su necesaria solidaridad con sus vecinos pobres y otra que no
sabe cómo poder acoger al África entera, que mira hacia el paraíso del norte,
sin desistir de sus propios proyectos y renunciar a su propia lógica interna;
entre una Europa nacida del humanismo como cultura (Grecia, Roma, cristianismo,
modernidad...) y una Europa que viene siendo asaltada por el islam desde el
paso de Gibraltar en 712, las Navas de Tolosa y los cercos de Viena hasta
Lepanto; entre el intento de integrar a Turquía en la Unión Europea y la sospecha
verificada de que la “primavera islámica” amenaza con ser un otoño desembocando
en un duro invierno. ¡Y vuelven a resonar en tierra ibérica los viejos gritos
desde Lepanto y ya en el siglo XVI: “Que baja el turco”, “que hay moros en la
costa”!2
II. UNA UNIDAD DE FONDO
Yo solo quiero
aludir hoy a una de esas alternativas ante las que está Europa: la contraposición
cultural, espiritual y religiosa de fondo con el islam y Europa, a la vez que
ambos comparten todo el universo técnico, industrial y financiero que esta ha
desarrollado en el último siglo. La voluntad de concordia, diálogo y
colaboración tiene que prevalecer en nuestra común marcha hacia adelante. Pero
ellas deben apoyarse sobre el duro granito de la realidad, y no sobre el
movedizo suelo de arena que forjan nuestros deseos, ilusiones e ingenuidades,
desconocedoras de una diversidad forjada desde finales de la Edad Media, arraigadas
en convicciones originarias y endurecidas por luchas, expolios y
desconocimiento del fondo humano y personal en que cada uno de esos universos
han vivido.
Debemos partir,
además, de este hecho: más allá de sus diferencias, Europa es una unidad o
tiende decidida a ella, junto con el cristianismo, que, con sus
diferenciaciones confesionales, sin embargo, mantiene una unidad de fondo;
mientras que el islam está religado y mucho más condicionado por situaciones
políticas y nacionales, a la vez que por el choque entre los dos grandes grupos
religiosos que lo forman. En Occidente, el siglo XX ha consumado la diferencia
y separación entre Iglesia y Estado, religión y política, comunidad religiosa y
comunidad civil, aun cuando materialmente coincidan ambas en muchas cosas. Hay
cinco abismos que separan a Europa de los países en los que política, jurídica
y espiritualmente rige el islam: la cuestión de los derechos humanos, la
relación entre fe y política, la conciliabilidad fundamental entre razón
religiosa y razón moderna, el lugar de la mujer en la existencia privada y
pública, la confianza en la vida y la tasa de natalidad. Y, sin embargo, hay
algo que nos une en la raíz misma del existir, del pensar y del hacer: la fe en
Dios, que es superior a las diferencias y que puede abrir una senda por la que
llegar a superar tan abismales distancias.
Europa está
volviéndose ciega y muda ante la realidad religiosa en su dimensión teologal y
personal, más allá de su repercusión política: de ahí el silencio social sobre
Dios –palabra que, a diferencia de los Estados Unidos, por ejemplo, ningún
político o profesor en la universidad se atreve ya a pronunciar en público–, su
aparente o real indiferencia y exclusión de la dimensión
personal, social y pública de la fe. Y, al final, lo que no es palabra no será
realidad, y la afasia (no hablar de) se convertirá para el hombre en agnosia
(no conocer, no existir). Considera que con más riqueza, más leyes y más armas
se va a defender de quienes no piensan como los europeos o no creen como los
modernos secularizados. Parece creer que Dios pertenece al mundo rural
desaparecido y que, con la secularización, su nombre ya no encontrará lugar ni
eco en la nueva morada de los humanos: primero la ciudad y luego la Red. ¡Mortal ingenuidad o
violencia!
Por ello, se llegó
a la convicción de que la modernidad y la secularización llevarían
automáticamente consigo el final de la religión, hecho que los últimos
cincuenta años han desmentido. La religión se ha trasformado, purificado en
unos casos y pervertido en otros, adquirido nuevos rostros y vivido nuevos
imperativos, pero sigue entera e igualmente requeridora y prometedora, porque
entero e indestructible sigue el hombre3.
III.
REPRESIÓN Y CHOQUE
El principio de la “represión
en violencia-retorno en venganza” vale también para la religión y, desde él,
podemos entender ciertos fenómenos contemporáneos y un cierto retorno de lo
llamado “religioso salvaje”. Todo aquello que es reprimido violentamente
durante el día vuelve luego durante la noche; todo aquello que es reprimido en
el espacio real retorna bajo el ropaje de lo simbólico; todo aquello que es
rechazado en su dimensión benéfica para el hombre volverá obsesionándole bajo
su potencial maléfico; todo aquello auténticamente divino y superior al hombre
que este desprecia retornará bajo la máscara luciferina o demoníaca. Al afirmar
este principio, en manera ninguna estamos negando la capacidad del hombre de
trasformar ciertos dinamismos, presiones y aspiraciones, encauzando su impulso
primario hacia otros fines igualmente válidos y superiores. Es el principio de
la sublimación, que no es un engaño del sujeto para consolarse de la
imposibilidad de dar cauce a dichos impulsos en una dirección, sino expresión
de la capacidad del hombre para integrar lo animal en lo personal humano, como
ha demostrado A. Vergote, uno de los
máximos psicólogos actuales de la religión 4.
El choque frontal
entre modernidad secular europea y actitud fundamental islámica es un fuego en
el que cada una de las partes, con sus rígidas posiciones, alimenta la otra. Si
Europa pierde sensibilidad para reconocer que la religión no es una fase de la
historia, sino una estructura de la conciencia, que ella alienta y vivifica
tanto las raíces más hondas como las ramas más altas de la humanidad, nunca
podrá convivir con el islam, para el cual la realidad de Dios es vivida en
forma a veces violenta, pero sigue siendo para él la palabra sagrada y la
estrella luciente en la noche y en el día. Una Europa cada vez más secularizada
o pagana será una provocación cada vez mayor para un islam creyente y atenido a
sus fuerzas primarias. El cristianismo y la Ilustración en Europa,
cada cual desde sus convicciones y potencias específicas, deben luchar por no
sucumbir a esta alternativa falsa y mortífera que hoy la amenaza: por un lado,
una increencia identificada con la modernidad y el progreso; por otro, una
fidelidad mimética, meramente repetitiva, a la tradición religiosa, al
fundamentalismo, a la xenofobia y a la violencia.
También aquí
deberíamos recordar con el Evangelio la estrecha puerta y con Fray Luisla
escondida senda que llevan a la vida, como la única superación de los otros dos
términos mortales de la alternativa: la increencia y el fundamentalismo.
¿Qué le pasa a Europa
para que,en un oscuro acomplejamiento o resentimiento, oculte la evidencia de
sus orígenes cristianos, su propia historia cultural y la potencia de futuro
que ha nacido y puede seguir naciendo de esas fuentes vivas? ¿Por qué ese
silencio sobre lo esencial, ese encubrimiento de lo que es patente a todo
hombre bueno y limpio de corazón? ¿Es que los niega? ¿Es que no logra una
comprensión coherente con las convicciones de la modernidad, o es que no
encuentra el cauce público político que haga justicia a la convivencia social y
al pluralismo ideológico, a la vez que a la persona y a la libertad? Estas tres
reacciones: negación, perplejidad, lenta, sincera y dificultosa búsqueda,
caracterizan nuestro momento histórico y a las personas responsables en los
organismos europeos, que forjan la legislación y determinan la acción de los
gobiernos de la Unión.
Algunos han pensado
que era mejor salir del cristianismo como religión e Iglesia y pasar a un
cristianismo comprendido solo como cultura, estética y mera moral. Ese
experimento del poscristianismofue el que ya se propuso llevar a cabo el
emperador Juliano, quien, tras su ruptura con la Iglesia, quiso copiar las
instituciones de esta, en una nueva forma de ciudadanía pero sin fe. No se
percató de que la respuesta de los filósofos y de la sociedad que habían
abandonado el Evangelio de Cristo iba a ser la indiferencia. Un poeta moderno
de su mismo origen geográfico la describe así:
Juliano al constatar la indiferencia
“Viendo la mucha
indiferencia que hay entre vosotros con respecto a los dioses” –dice con aire
grave–. Indiferencia. ¿Pero qué espera aún? Reformó a su gusto el orden
religioso, cuanto quiso escribió al sumo sacerdote de los Gálatas y a otros
así, distribuyendo normas y consejos. Sus amigos no son cristianos; por
supuesto. Y no pueden, sin duda, jugar como él (que en el cristianismo nació y
creciera) con reformas religiosas, ridículas en la teoría y en la práctica. “Después
de todo son griegos. No exageres, Augusto”
5.
I V. DIÁLOGO EN LA
SENDA DEL VATICANO II
Europa tiene que
ser más humilde, realista y profunda: primero para mirarse a sí misma y
aprender que la razón científica, técnica e instrumental no es la medida de la
razonabilidad, del sentido y de la esperanza; que hay, además, otras formas de
inteligencia, de saber y de sabiduría con mayor hondura. El famoso discurso
de Benedicto XVI en
Ratisbona sobre la relación entre razón y fe tenía ese doble destinatario: el
racionalismo positivista dominante en ciertos ámbitos de Europa, que absolutiza
la razón científica como norma de todo pensar y decidir, por un lado; y, por
otro, aquella actitud que no reconoce la razón como camino necesario hacia Dios.
Para describir esta segunda posición, hizo aquella famosa cita a propósito del
islam, que llevó a centrar la atención de los lectores en ese aspecto, dando
pretexto al cientismo europeo para no darse por aludido.
Europa tiene que
repensar lo que dos de sus maestros modernos le han recordado a propósito de la
filosofía, el primero, y de la ciencia, el segundo: “Debemos ser claramente
conscientes de que nunca existirá una auténtica filosofía en el sentido de un
sistema totalmente perfecto, una filosofía que pueda responder todas las
cuestiones y todos los enigmas de la existencia humana” (R. Bultmann). El otro, pionero de la lógica, la matemática y la
arquitectura, es L. Wittgenstein,
quien escribió: “Una vez resueltos todos los posibles problemas científicos,
aún no habríamos rozado siquiera los problemas de la vida” 6. Solo
una Europa vuelta hacia sí misma tiene capacidad para dialogar con un islam que
necesita su propia conversión y, ante el cual, lo primero que tiene que hacer
es respetarle, no ofenderle ni humillarle. Y porque en algunas cosas
fundamentales podemos y debemos aprender de él. ¿No son realidades esenciales
en la vida religiosa, realísticamente sostenida, la oración, el ayuno, la
contribución real para la ayuda al prójimo y a la comunidad, la conciencia de
pertenencia eficaz a una gran comunidad de fe?
Es necesario volver
a asumir teóricamente y a llevar a la práctica los criterios de valoración en
la relación con el islam, tal como los expuso el
Concilio Vaticano II:
“La Iglesia
mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y
subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra,
que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda
el alma como se sometió a Dios Abraham,
a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y a veces
también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios
remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian además el día
del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por tanto,
aprecian la vida moral, y honran a Dios sobre todo con la oración, las limosnas
y el ayuno”.
Esas convicciones
teóricas tienen que convertirse en criterios de acción, en primer lugar, para
resanar un pasado bélico y, después, para llegar a una mutua comprensión nueva.
Por eso, el Concilio sigue diciendo y concluye: “Si en el transcurso de los
siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y
musulmanes, el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado,
procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la
libertad para todos los hombres” 7.
Si estos son sus
valores, esta es su diferencia fundamental con el cristianismo en palabras de
quien ha sido durante años presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos,
el cardenal alemán Walter Kasper:
“El islam no conoce al Dios de la historia que se dirige y ocupa de nosotros
los hombres. Rechaza por ello la encarnación, la pasión y resurrección de
Jesucristo, todas ellas verdades centrales para el cristianismo. Ala concepción
distinta de Dios le sigue también una concepción distinta del hombre, que sale
a la luz concretamente en la sharia,
el cuerpo del derecho islámico. La sharia
permite en algunos países musulmanes una cierta libertad de culto, pero no
conoce la verdadera libertad religiosa. Lo mismo es cierto en relación con el
frecuente paralelismo que se establece entre la Biblia y el Corán” 8.
En Europa, unos
primeros pasos hacia esa comprensión y respeto mutuo se dieron con las leyes de
tolerancia en los siglos XVIII y XIX, luego de libertad religiosa, quebrando el
criterio cuius regio eius religio,
después con el reconocimiento de los derechos del ciudadano en la Revolución Francesa
y, finalmente, en la mitad del siglo XX, con la Declaración Universal
de los Derechos del Hombre. Europa, entretanto, vivió desgarrada por las
guerras de religión, que en no pequeña parte han estado en el origen de mucha
increencia moderna y de muchas rupturas con la Iglesia. Las luchas entre
catolicismo y protestantismo durante casi dos siglos tienen su equivalente
actual dentro del islam con la división y lucha entre chiíes y suníes, que
arrastra a la guerra abierta o latente entre países como Irán, Irak y Arabia
Saudita.
El catolicismo, por
su parte, corrigió su historia anterior y abrió una senda nueva con las
constituciones, declaraciones y decretos del Concilio Vaticano II,
especialmente la declaración sobre la libertad religiosa (Dignitatis humanae) y sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones
no cristianas (Nostra aetate). En el
islam, esta conversión solo puede provenir de una mayor cultura, de una mayor
libertad, de un nuevo ordenamiento jurídico, de una relectura de sus propias
fuentes y de un encuentro no violento con otras formas de religión, de
pensamiento y de acción. Esta conversión debe comenzar por el reconocimiento
del carácter universal de los derechos humanos, y no rechazar su Declaración,
por ejemplo, arguyendo que deriva de una cultura que no es la suya (Europa) y
de una religión que no es la suya (el cristianismo). Es esencial el respeto y
reconocimiento de unos por otros y la aceptación por todos de la regulación
jurídica que da forma pública vinculante a esos derechos, garantizando su
protección y defensa.
A la vez, es
esencial en este orden el principio de la
reciprocidad entre los individuos, entre los grupos y entre las naciones. Los
países islámicos tienen que reconocer a los países y ciudadanos de Europa la
misma libertad que estos conceden a los musulmanes.
V. NUEVOS PROBLEMAS COMUNES
Entretanto,
perduran tanto para cristianos como para musulmanes no pocos problemas abiertos
derivados del ateísmo vigente, de una legislación que solo apela a la mayoría sin
remitirse a un orden objetivo y que puede llegar a imponer cosas que violan la
conciencia. Aquí estamos ante nuevos problemas comunes a los creyentes ante las
culturas ateas, que tendrán su concreción en la medicina, en la bioética, en la
ecología, en la legislación. Rigor científico, sensibilidad moral, atenimiento
a los hechos concretos, respeto de la persona, mirada al bien común y aquel
sentido común que Dios ha dado a todos los hombres: son criterios decisivos e
inolvidables en el futuro, permaneciendo conscientes de que un cierto tanteo es
inevitable, en el que aciertos y errores pueden acontecer juntos.
La Europa individualista, republicana en teoría, centrada en
su placer, riqueza y potencia industrial, trivializadora y olvidadiza de
grandes cuestiones, no tiene capacidad moral, y menos religiosa, para entrar en
un diálogo de fondo con el islam, porque su desfondamiento es en otros órdenes
tan profundo como el de los musulmanes. ¿Hay tanta diferencia moral entre las
uniones cuasimatrimoniales sin regulación jurídica alguna o la simultaneidad de
relaciones sexuales de los hombres con distintas mujeres existentes a veces
entre los occidentales, y la poligamia entre los musulmanes, cuando estos
aseguran jurídicamente el cuidado de su primera esposa y del resto de amantes?
Europa tendrá que
aprender un día quizá del dolor lo que cuestan la verdad, la dignidad y la
esperanza. Oscar Wilde termina su Epistola in carcere et vinculis,
dedicada a quien había sido corresponsable de su desvarío y cárcel, con estas
palabras: “Viniste a mí para aprender el goce de la vida y el goce del arte.
Quizás he sido elegido para enseñarte algo más maravilloso: el significado del
dolor y de la belleza” 9.
Mientras Europa no
se las vea con Dios, no podrá ni dialogar ni convivir con el islam; y el islam
no podrá dialogar y convivir pacíficamente con Europa mientras no se las vea
con las exigencias de la libertad y de la justicia, de la igualdad y de los
derechos humanos fundamentales, que los hombres, tras luchar con sudor y sangre,
han conquistado; mientras no renuncie a hacer de la religión un arma, no podrá
existir pacíficamente en la modernidad. La gloria de Dios no es separable de la
gloria del hombre. La justicia con el prójimo, tal como está exigida en la
tradición de los profetas del Antiguo Testamento, de la predicación de Jesús y
de la doctrina de la Iglesia,
es tan esencial como lo son la fe y el culto. No se puede honrar a aquel
humillando, violando, negando o asesinando a este. Por su parte, Europa no
puede mantener en formas nuevas su imperialismo e invasiones explotadoras de
esas regiones ricas en materias primas y petróleo, pero aún incapaces de
aprovecharse por sí solas de su riqueza.
Lo peor que puede
hacer Europa es azuzar a las tres religiones –judía, cristiana y musulmana–
para que se enzarcen en una lucha entre sí o revivar viejas contiendas, como
puede hacer pensar Sloterdijk, tras
haber intentado una vez más reducir la fe en Dios a puras fuerzas cósmicas,
miedos infantiles no aclarados o cobardía ante la muerte no superada 10.
Los monoteísmos judío, cristiano e islámico son hermanos, deben convivir como
tales, resanar la historia de luchas anteriores e iniciar un proceso de
colaboración en favor propio y a favor de la humanidad. No se puede ser
religioso sin los otros; no se puede ser cristiano sin el prójimo, porque Dios
ya no existe sin el hombre. Aquí, antes que tirar piedras contra nadie, todos
primero debemos golpearnos el pecho con ellas.
A ello no nos debe
impulsar solo ni ante todo el miedo a su invasión demográfica, ya que el islam
cuenta con el tiempo y la fertilidad de sus comunidades, en las que la media de
hijos en un matrimonio es un 6,50 por familia, frente a un 1,20 en las
europeas, a la vez que decrecen las uniones realmente matrimoniales, con la
consecuencia de que, en un tiempo determinable, puede invertirse la curva de
población y, por mero crecimiento demográfico y por nuestra regulación
democrática, serían quienes, siendo mayoría, determinasen la vida política y el
destino futuro de Europa. Ya en los finales del siglo XIX, el autor antes
citado escribía este soneto tras la masacre de cristianos en Rumanía, que
podría leerse, tal cual hoy, sustituyendo los nombres por los de Nigeria,
Somalia, Pakistán y otros:
Sobre la masacre de
los cristianos en Bulgaria
Cristo, ¿vives de
verdad?
¿O están tus huesos
Todavía extendidos
en su sepulcro
tallado en la roca?
¿Y fue la Resurrección
solo soñada por
Aquella
Cuyo amor por ti la
redime
de todos sus
pecados?
Porque aquí el aire
es inaguantable
con los lamentos de
los hombres.
Los sacerdotes que
invocan
tu nombre son
asesinados.
¿No oyes el amargo
gemido
nacido del dolor
De aquellos cuyos
hijos
son chocados contra
las piedras?
¡Hijo de Dios,
desciende!
¡Una niebla
irrespirable
se cierne sobre la
tierra y a través
de una noche sin
estrellas
veo la luna
Creciente sobre tu Cruz!
Si tú, en verdad de
la buena,
quebraste la losa
del sepulcro
¡oh, Hijo del
hombre!,
desciende y muestra
tu poder
Para que Mahoma no sea coronado
en lugar tuyo 11
.
VI. EL CRISTIANISMO, FUENTE DE SENTIDO
La crisis económica
y social está siendo gravísima, y todo esfuerzo por esclarecerla y superarla es
pequeño, pero no sería bueno ni eficaz a largo plazo olvidar los problemas
humanos que están en el subsuelo del mismo vivir y morir. No se pueden apagar
las llamas de la fe y de las convicciones en medio del trafago de las diarias
acciones y tensiones. Europa no se puede quedar en un humanismo trivial,
resultado de su ateísmo, como parecen ofrecerlo en Francia autores como L. Ferry, A. Compte-Sponville y M. Gauchet 12, o en Alemania,
el ya citado Sloterdijk, por no hablar del ateísmo de espectáculo y mercado que
propalan ciertos físicos o biólogos ingleses y españoles; o de los que remiten
la violencia, que consideran esencial a la religión, a la llamada “distinción
mosaica”, es decir, a la afirmación de un solo Dios verdadero, con la
consiguiente reducción de todos los demás a ídolos 13.
El cristianismo
tiene que dialogar y convivir con los humanismos contemporáneos y valorarlos en
los fragmentos de verdad que contienen, pero no se puede reducir a un mero
colaborador de las tareas de este mundo. La teología no puede centrar su tarea
en destilar lo que en clave secular ella puede dar de sí siendo aceptable para
los demás, sino, manteniendo siempre la atención al otro, ofrecerle la realidad
cristiana en su novedad y diferencia específica. En este sentido, Jesucristo no
dejará nunca de suscitar interés: como fascinación o como provocación, por su
entrañeza divina o por su extrañeza humana. El cristianismo es una fuente de
sentido posible para la vida humana; pero él es, ante todo, la oferta de
salvación real que Dios ha hecho y sigue haciendo por Cristo y su Santo Espíritu
en la Iglesia
a la humanidad entera, padeciendo nuestro destino en su muerte y abriéndolo a
una esperanza absoluta por la
Resurrección.
notas
1. E. Hobsbawn, Un tiempo
de rupturas. Sociedad y cultura en el siglo XX, Crítica, Barcelona, 2013, p. 9.
2. Un vivo y delicioso eco lo encontramos en Cervantes cuando Don Quijote le ofrece al Rey la solución para
cuando llegue, “caiga” o “baje” el turco. Se lo imaginaba como una tormenta,
avalancha o galerna. “... Dijo que se tenía por cierto que el Turco bajaba con
una poderosa armada, y que no se sabía su designio ni adónde había de descargar
tan gran nublado; y, con este temor, con que casi cada año nos toca arma,
estaba puesta en ella toda la cristiandad” (II, 1).
3. Cf. O. González de Cardedal,
El hombre ante Dios. Razón y testimonio, Sígueme, Salamanca, 2013; Id., Dios en
la ciudad. Ciudadanía y cristianía, Sígueme, Salamanca, 2013.
4. A. Vergote, Psicología religiosa, Taurus, Madrid, 1996; Id., Culpa y deseo. Dos
ejes cristianos y la desviación patológica, Fondo de Cultura Económica, Lima,
1999; Id., Religion, foi, incroyance,Pierre Mardaga, Bruselas, 2000; Id.,
Explorations de l’espace théologique. Études de théologie et de philosophie de
la religión, Leuven University Press, Lovaina, 1990.
5. K. Kavafis, Poesías
completas, Hiperion, Madrid, 1997, p. 133.
6. L. Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus, Tecnos, Madrid, 2007, pp. 6 y 52.
7. Concilio Vaticano II, Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones
no cristianas, nº 3.
8. W. Kasper, Iglesia
católica. Esencia, realidad, misión, Sígueme, Salamanca, 2013, pp. 460-461.
9. O. Wilde, Obras
Completas, Aguilar, Madrid, 1943, p. 1156.
10. P. Sloterdijk, Celo de
Dios. Sobre la lucha de los tres monoteísmos, Siruela, Madrid 2011, pp. 13-28.
11. O. Wilde, “Sonnet. On
the massacre of the Christians in Bulgaria”, en The Complete Illustrated
Stories, plays ands Poems of Oscar Wilde(Londres, 1995), p. 701. Este soneto no
aparece en la edición española de las Obras Completas antes citada.
12. Cf. L. Ferry,
L’Homme-Dieu ou le sens de la vie, Grasset, París, 1996; Id., Religieux aprés
la religion, Grasset, París, 2004; Id., La révolution de l’amour. Pour une
spiritualité laïque, Plon, París, 2010; Id. El hombre-dios o el sentido de la
vida, Tusquets, Barcelona, 1997; A.
Compte-Sponville y L. Ferry, La
sabiduría de los modernos. Diez preguntas para nuestro tiempo, Península,
Barcelona, 1999; M. Gauchet, La
religión después de la religión, Anthropos, Barcelona, 2006; Id., La religión
en la democracia: el camino del laicismo, El Cobre, Madrid, 2003.
13. Cf. J. Assmann, Moisés
el egipcio, Oberon, Madrid, 2004; Id., La distinción mosaica o el precio del
monoteísmo, Akal, Madrid, 2006.