“LA SEÑAL DE
MONSEÑOR ROMERO”
Un mártir incómodo
BRAULIO HERNÁNDEZ.,
Un mártir incómodo
BRAULIO HERNÁNDEZ.,
ECLESALIA, 30/03/15.- “A monseñor Romero le di la
mano en dos ocasiones” dijo Rodolfo, un campesino salvadoreño que tuvo que
refugiarse en Honduras durante la cruel guerra civil que asoló El Salvador en
la década de los 80. Con aquella frase, pronunciada en una eucaristía
comunitaria, el campesino, que era un hombre muy tímido como para atreverse a
hablar en público, se sentía dignificado queriendo agradecer ante los presentes
aquel gesto de tocar la mano a un arzobispo que había optado, arriesgando su
vida, por defender a los sin voz ante la opresión de los poderosos. “En aquella
noche memorable Rodolfo nos regaló una homilía preciosa en diez palabras llenas
de sentimiento, verdad y significado”. Años después, en 1992, cuando terminó la
guerra civil Rodolfo, acompañado de su hijo, visitó su tierra con el fin de
reparar su casa, semi destruida y abandonada, y poder regresar a su antiguo
hogar. Pero cuando intentaba desalojar un artefacto oculto entre las tejas del
tejado hundido, el artefacto explotó y le segó la vida. Esta pequeña historia
la recoge Thomas Greenan, en el Prólogo de su Tesis doctoral (editada
como libro) El pensamiento teológico-pastoral en las homilías de Monseñor
Romero, un homenaje al pueblo salvadoreño y a su arzobispo.
No es habitual que en la Jerarquía eclesial se den
procesos de conversión tan impactantes como el experimentado por Monseñor
Romero, apenas 20 días después de su toma de posesión como máximo ‘responsable’
de la Iglesia salvadoreña (el 22 de febrero de 1977), a raíz del asesinato de
su amigo el sacerdote jesuita Rutilio Grande, producido el 12 de marzo, que
había sido el maestro de ceremonias en su consagración como obispo
(21/06/70). En la reciente Historia de la Iglesia, hablando de ‘conversiones’,
son paradigmáticas las figuras de Juan XXIII, un anciano Papa, ‘de transición’,
que convocó de sopetón un Concilio (para revisar) para volver a los orígenes. O
el de Juan Pablo I que a los pocos días de ser nombrado Papa estaba decidido a
cortar de una vez con los escandalosos negocios vaticanos, empezando por
destituir de su cargo al mayordomo de palacio (Is 22,15.19). En Romero,
como en el caso del ‘ciego de nacimiento’ en la piscina de Siloé, también se
produjo el milagro en su ‘ceguera’ cuando, consternado por el asesinato del
Padre Rutilio, confesó (para escándalo de algunos): “Rutilio me ha abierto los
ojos”.
En una carta de Monseñor Romero a Juan Pablo II le
manifiesta: “Creo en conciencia que Dios pide una fuerza pastoral en contraste
con las inclinaciones ‘conservadoras’ que me son tan propias, según mi
temperamento”. Sacerdote y obispo de perfil ‘conservador’, y muy cercano a
círculos del poder, Óscar Romero desconfiaba de los experimentos pastorales de
la teología de la Liberación, especialmente de los curas más jóvenes, siendo
los jesuitas de la Universidad Centroamericana (UCA) el blanco de los ataques
de su pluma. Pero su proceso de “conversión” le llevará a denunciar desde el
púlpito que “Una religión de misa dominical pero de semanas injustas no agrada
al Señor” (4/12/1977); o que “no es un prestigio para la Iglesia estar a bien
con los poderosos”, frase pronunciada el 17 de febrero de 1980, mes y pico
antes de ser asesinado por la ultraderecha católica.
La conversión de Romero no está exenta de ‘señales’, y
éstas pueden ser más reveladoras que algunos milagros, cocinados para
devolver favores, ‘acreditados’ en algunas canonizaciones polémicas. Cuando el
1 de diciembre de 1979 sacerdotes y amigos de monseñor Romero le quisieron
rendir un homenaje en su antigua diócesis, Santiago de María, le tenían
preparado una sorpresa a su antiguo obispo: el acto consistía en una
representación teatral en la que se escenificaba el martirio de santo Tomás
Moro. A Romero, que sufrió humillaciones y silencios vaticanos y que fue
cacheado por las Fuerzas de Seguridad en sus desplazamientos pastorales por su
país como si fuera un delincuente, apenas le quedaban cuatro meses de vida. El
24 de marzo de 1980, día de su asesinato, Monseñor Romero se dirigió, a las
cuatro y treinta, a Santa Tecla, a la casa de los jesuitas, para ver a su confesor:
“Vengo, padre, porque quiero estar limpio delante de Dios”. Hora y media
después, a las 6 de la tarde, tenía que celebrar una misa en el hospitalito de
la Divina Providencia. Cuando las agujas del reloj marcaban las seis y
veintiséis (“él cenaba habitualmente a las seis y media”), monseñor Romero caía
abatido por el disparo de un francotirador en el altar, en el ofertorio de la
misa. En la portada del diario ABC de Sevilla se leía este titular: “Monseñor
Romero: un mártir del siglo XX. Asesinado por predicar el evangelio”
(27/03/1980). Pero llama la atención que durante el largo pontificado de Juan
Pablo II, el Papa que más santos y beatos ha elevado a los altares (tantos como
en el conjunto de los últimos siglos), no lo tuviera tan claro con monseñor
Romero. Juan Pablo II en el telegrama de condolencia condenó su asesinato como
“un crimen execrable”, pero nunca lo elogiaba como mártir, sino como ‘celoso
pastor’, escribe el sacerdote Jesús López Sáez, que recoge este detalle contado
por el periodista Juan Arias (entonces corresponsal del diario El País
en Roma), acaecido en el primer viaje de Juan Pablo II a América latina: cuando
el periodista le mencionó lo del martirio de Romero, Juan Pablo II le respondió
irritado. “Eso aún hay que probarlo” (El
día de la cuenta, pág. 240).
Por fin, el Vaticano ha reconocido que hubo una
campaña para denigrar a monseñor Romero y que el proceso de su beatificación
estuvo bloqueado en la época de Juan Pablo II (Diario1). En febrero pasado, el arzobispo
italiano Vincenzo Paglia, actual presidente del Consejo Pontificio de la
Familia, y postulador de la causa de su beatificación, reconoció que el proceso
había sufrido numerosas trabas, y que “De no haber sido por el papa
latinoamericano Francisco, Romero no hubiera sido beatificado”. Durante largos
años, los escritos y homilías de monseñor Romero tuvieron que pasar por sesudos
análisis para al final dictaminarse que todo estaba en orden, requisito
indispensable para poder iniciar el proceso de beatificación. Cosa que se hizo
oficialmente por el Vaticano, en 1997. Pero sufriendo un rosario de obstáculos
de todo tipo. Entre ellos se alegó el temor a que su beatificación podría
dividir al País. Que es como decir que por encima de la verdad evangélica está
la paz social. “Así surgió entre la gente una división por causa de
Jesús (Jn 7, 40-53): esta lectura se leía en todas las Iglesias el sábado 24 de
marzo de 2007, en el 27 aniversario del asesinato de Romero. Antes de abrirse
formalmente su causa, quienes se oponían a la misma alegaban en su contra la
proximidad de Óscar Romero con el teólogo jesuita Jon Sobrino, una de las
grandes referencias de la Teología de la Liberación y censurado por el Vaticano
en marzo de 2007, coincidiendo con el 30 aniversario del asesinato de Rutilio
Grande. Jon Sobrino, gracias a un viaje providencial que le surgió, se libró de
haber sido asesinado junto a sus seis compañeros jesuitas, entre ellos el padre
Ellacuría, en la matanza perpetrada en 1989 por militares salvadoreños en la
UCA.
Han tenido que transcurrir 35 años para que se declare
oficialmente que Monseñor Romero murió como un mártir. Y, como mártir, a Óscar
Romero ya no tendrán que ‘exigirle’ que acredite ningún ‘milagro’. Pero, como
manifiesta en un escrito el sacerdote Jesús López Sáez en la Web de la
Comunidad de Ayala de Madrid, La señal de monseñor Romero se ha hecho bien
presente. Otra cosa es que en los palacios vaticanos la puedan
percibir.
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