¿Hasta cuándo van a aguantar las mujeres esta forma de
ser Iglesia?
L.M.MODINO
Celebrar el Día Internacional de la Mujer tiene
que llevarnos a reflexionar sobre su papel en la Iglesia Católica y las
actitudes que en referencia a ella tenemos los que formamos parte de esta
Iglesia. En este mes de marzo la Intención misionera que el Papa Francisco
propone es “Para que se reconozca cada vez más la contribución propia de la
mujer a la vida de la Iglesia”.
Así mismo, en la Exhortación Apostólica Evangelii
Gaudium, el Papa Francisco recordaba que: “La Iglesia reconoce el
indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una sensibilidad, una
intuición y unas capacidades peculiares que suelen ser más propias de las
mujeres que de los varones. Por ejemplo, la especial atención femenina hacia
los otros, que se expresa de un modo particular, aunque no exclusivo, en la maternidad.
Reconozco con gusto cómo muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales
junto con los sacerdotes, contribuyen al acompañamiento de personas, de
familias o de grupos y brindan nuevos aportes a la reflexión teológica. Pero
todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más
incisiva en la Iglesia. Porque «el genio femenino es necesario en todas las
expresiones de la vida social; por ello, se ha de garantizar la presencia de
las mujeres también en el ámbito laboral» y en los diversos lugares donde se
toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las estructuras
sociales”.
Delante de estas palabras, y a partir de la
experiencia misionera en la que vivo desde hace más de ocho años, quiero
compartir diferentes situaciones que forman parte del día a día de la misión y
que, desde mi punto de vista, ayudan a que el trabajo evangelizador dé más
frutos.
El papel de las mujeres en la vida de las
comunidades que he acompañado durante los últimos años es tan decisivo,
que me atrevo a decir que sin su presencia muchas de estas comunidades ya
habrían dejado de existir. Son las mujeres quienes cuidan de cada
detalle para que el trabajo evangelizador continúe a través de la
coordinación y animación de la comunidad, la celebración semanal de Palabra, la
catequesis, las visitas a la gente, los círculos bíblicos…
No se trata de hacer propuestas novedosas (que tal vez
deberían ser hechas), simplemente de dar a conocer realidades que se están
dando y que la Iglesia conoce y aprueba, aunque sabemos que éste es un
proceso lento y que generalmente depende de circunstancias que no siempre son
controlables. Una de estas circunstancias, que condicionan que las mujeres
puedan continuar realizando su trabajo evangelizador, son las actitudes
clericales que están presentes en muchos lugares e, infelizmente, en muchos
ministros ordenados.
No tienen razón de ser ciertas actitudes, fruto de
patologías no siempre abordadas, de algunos de los que en su día recibieron el
sacramento del orden en sus diferentes grados. Llegar en un lugar y querer
colocar en un segundo plano a aquellas que durante mucho tiempo han sido
referencia en la vida de las comunidades y claro instrumento de Dios en la
vivencia de la fe de las personas, son actitudes que deben ser reflexionadas
como Iglesia. No es de recibo que aquellos que ministerialmente todavía
“usan pañales y biberón” quieran colocarse como única referencia de Dios en la
vida de la comunidad, a la que ni siquiera conocen.
El papel de los laicos, especialmente de las mujeres,
que son la inmensa mayoría en la Iglesia Católica, es determinante para que
la misión evangelizadora pueda dar más frutos, como de hecho sucede en
muchos territorios de misión. Querer colocarlas en un segundo plano, pensando
que lo que hacen es de menor importancia, además de anti-evangélico es una
prueba más de que se ponen intereses personales, que buscar auto-satisfacer el
propio ego, por encima de aquello que nos debe mover como discípulos que somos,
que cada vez más gente pueda conocer la propuesta de Jesucristo y, a partir de
ahí, decidirse a caminar con Él.
La intención del Papa es más que válida y urgente,
porque de hecho no se reconoce y no se valora lo que tantas mujeres hacen
cada día dentro de la Iglesia y por eso me pregunto, ¿hasta cuándo van a
aguantar las mujeres esta forma de ser Iglesia?