QUÈ DEBES
COMPRAR Y QUÉ
NO...
En un mundo
cada vez más interconectado, las decisiones que se toman en un país no
sólo repercuten en lo que ocurre en los territorios vecinos, a veces tienen un
impacto directo en territorios remotos. Y no hablamos sólo de las decisiones de
los políticos y las grandes empresas. A un campesino de Brasil no le importará
lo más mínimo que vayas en coche a trabajar y no en bus, o que lleves a tus
hijos a una escuela privada, pero cuando eliges un café y no otro en la
estantería de un supermercado estás tomando una decisión que puede afectar a
sus condiciones laborales, su economía e, incluso, la calidad del aire que
respira.
Como llevan
insistiendo desde 2012 las periodistas Laura Villadiego y Nazaret
Castro (ambas colaboradoras de El Confidencial) en su blog Carro de Combate, en un mundo dominado por la
economía, las decisiones que tomamos como consumidores tienen una repercusión
política bastante mayor que la que tiene ir a votar cada cuatro años.
El consumo
puede ser una forma de concienciarnos de cómo funciona el sistema económico y
de las alternativas, más justas y humanas, que ya existen
Desde el
blog, Villadiego y Castro han diseccionado los entresijos de las redes
comerciales de todos los alimentos, materias primas y enseres que
consumimos a diario, analizando su impacto laboral, medio ambiental y
sanitario. Su trabajo se ha visto ahora reflejado en un libro, Carro de
combate. Consumir es un acto político (Clave Intelectual), que resulta ser
una completa guía de compra para el consumidor comprometido, con 20
informes pormenorizados que incluyen todo lo que debemos saber sobre nuestras
adquisiciones más comunes.
Comprar de
forma responsable, aseguran las autoras, no sólo es una forma de poner nuestro
granito de arena en la construcción de un mundo más justo y más
sostenible, además nos hará disfrutar mucho más de todo lo que compramos. Desde
puntos distantes del globo –Laura estaba actualmente en Myanmar y Nazaret en
Argentina– las periodistas ofrecen a los lectores de El Confidencial sus
consejos para convertirse en consumidores concienciados.
PREGUNTA. ¿De verdad creéis que las
decisiones que tomamos como consumidores tienen repercusiones políticas?
Nazaret: Para nosotras, el consumo puede ser
una forma de concienciarnos de cómo funciona el sistema económico y de las
alternativas, más justas y humanas, que ya existen. De ninguna manera podemos
quedarnos en el comportamiento individual, pues los problemas son
estructurales; pero el esfuerzo de coherencia y concienciación al que podemos
llegar a través del consumo, puede inspirar acciones políticas de mayor calado.
P. Solemos
escuchar que la industria se adapta siempre a lo que demanda el consumidor y si
los consumidores pidieran productos de mayor calidad, con unos estándares de
conservación del medio ambiente y de respeto a los trabajadores más elevados,
las empresas se adaptarían a ello. ¿Creéis que es cierto? ¿No está el
poder del consumidor muy limitado por muchas otras cosas?
Nazaret: La presión de los consumidores puede
alcanzar ciertos logros, como han mostrado ciertas campañas de boicot, pero los
alcances suelen ser insuficientes, a veces puede ser una línea de comercio
justo, dirigida a consumidores responsables, creada por una firma que en el
resto de sus productos sigue contaminando y explotando a los trabajadores. El
cambio individual en la conducta de los consumidores yo lo concibo como un paso
previo para cambios políticos mayores. Si no, corremos el riesgo de que el
comercio justo se quede como una mera reparación de las conciencias.
Laura: La industria suele adaptarse muy
rápido cuando se da una relación entre una inversión reducida y un alto
beneficio. Sí ha intentado atraer a este nuevo tipo de consumidor más
responsable y podemos ver en muchas grandes marcas líneas ecológicas o de
comercio justo. Pero lo cierto es que la mayoría de los consumidores sigue
comprando productos sin hacerse demasiadas preguntas. Muchas veces el
consumidor está limitado por su propia falta de tiempo, de información y de
dinero y la industria se aprovecha de ello.
P. Está
claro que el consumidor está limitado por lo que decís, pero aparte está
engañado por un discurso del “aquí y ahora” que va en contra de todo lo que
pueda considerarse consumo responsable. El gran ejemplo de esto es nuestra
obsesión por tener todo el año las mismas frutas y verduras, sin importar que
estén o no de temporada. ¿Tan difícil es convencer a la gente de que consumir
vegetales de temporada es más ecológico, más barato y, además, están más ricas?
Laura: Los cambios sociales suelen llevar
tiempo. El problema no es sólo que el consumidor no está ahora suficientemente
concienciado de que consumir productos de temporada es más sostenible, sino que
a menudo ni siquiera sabes cuáles son los productos de temporada. Por otra
parte, tampoco nos gusta tener que renunciar a ciertas cosas que están a
nuestro alcance. Y también hay un tercer elemento: durante décadas se ha
defendido la idea de que a mayor intercambio comercial, mayor
prosperidad. Lo cual puede parecer cierto si no se tienen en cuenta otras
variables, fundamentalmente las medioambientales. Intentar equilibrar esa idea
no será sencillo.
Confiar toda
nuestra alimentación a la industria no parece una buena idea, especialmente
porque la mayor parte de los productos precocinados tienen altas
concentraciones de azúcar, sal y grasa
Nazaret: La publicidad juega además un rol
fundamental y contrarresta la información que tenemos sobre los alimentos. Como
dice Laura, el problema de fondo es que hemos incorporado la idea de que es
bueno aumentar constantemente el comercio, el crecimiento, la sustitución de lo
natural por lo creado por el ser humano...; En definitiva, lo que hemos de
poner en cuestión es nuestra concepción del progreso y el desarrollo, que no
solo nos está dirigiendo hacia la autodestrucción, sino que ya está mermando
nuestra calidad de vida en muchos sentidos.
P. Michael Pollan, uno de los
escritores más conocidos sobre temas alimenticios, asegura en su último libro
que a la industria alimentaria le interesa que no cocinemos, pues así
puede vendernos productos más procesados, en los que su margen de beneficio es
mayor. ¿Dar un paso atrás, renunciando a ciertas comodidades, es imprescindible
para ser consumidores más responsables?
Nazaret: Pollan dice que cocinar es un acto
político, porque nos hace cuestionarnos esos avances de los que hablas. ¿Volver
a cocinar es renunciar a comodidades o es, antes bien, recuperar una actividad
que es gratificante, nos hace comer mejor y vivir mejor? No creo que pasarnos a
la comida preelaborada industrial fuese un avance en calidad de vida: fue más
bien la necesidad de adaptarnos a una falta de tiempo creciente en las
sociedades postindustriales. En el capitalismo, cuantas más innovaciones
tecnológicas inventamos que sustituyen trabajo humano, menos tiempo tenemos.
Entender esta paradoja permite entrever las estructuras de poder del sistema.
Claro que no se trata de volver a las cavernas, pero en muchos sentidos, las
soluciones a los problemas del siglo XXI no pasan por más progreso, sino por
volver a lo natural, a las relaciones personales en lugar de la
mercantilización de todo, a cocinar en lugar de comprar pizza precongelada…
Laura: Confiar toda nuestra alimentación a
la industria no parece una buena idea, especialmente porque la mayor parte de
los productos precocinados tienen altas concentraciones de azúcar, sal y grasa.
Aquí no estamos hablando tan sólo de cuestiones sociales o medioambientales,
sino de nuestra propia salud que se está viendo dañada por este tipo de
alimentación.
P. Como
decís, lo que más empuja a mucha gente a comer, por ejemplo, productos
ecológicos es que son más saludables, pero me da la impresión que los aspectos
medioambientales y laborales importan menos. ¿Estáis de acuerdo?
Laura: Los aspectos más cercanos son los
que tienen una mayor influencia sobre las decisiones de compra de los
consumidores. Así, para la mayoría de los ciudadanos lo primero es pensar en su
propia salud, antes que en las condiciones laborales de una persona a la que no
conoce.
Nazaret: Creo que lo interesante es pensar
lo social, laboral, medioambiental y sanitario desde una perspectiva conjunta.
Informarnos sobre la irracionalidad y la injusticia del sistema vigente
(intercambio desigual, explotación desaforada de los recursos naturales y de
los trabajadores, destrucción de recursos estratégicos para la vida que ponen
en entredicho la calidad de vida de las generaciones futuras, etc.) evidencia
la necesidad urgente de una transformación profunda, y a partir de ahí, se
trata de construir entre todos formas más inteligentes de producción y consumo,
que respeten la vida y la dignidad humana.
P. En libro
de Carro de Combate habláis de muchos productos pero, si tuvierais que
quedaros con uno, ¿cuál es el alimento o materia prima que más problemas causa
en el mundo? ¿Hay algún producto del que deberíamos prescindir sin más?
Laura: Hay que ver los parámetros de los
que estamos hablando. Hay productos con mucha huella medioambiental y no tanto
social o laboral, y viceversa. Por ejemplo, en la huella social destaca el
textil y el azúcar. Ambos son sectores con condiciones laborales muy duras. La
electrónica también tiene una huella muy alta –tanto social como
medioambiental– pero es cierto que son en general productos muy complejos, con
muchas etapas de producción. Se puede prescindir de muchos productos que no son
necesarios. El azúcar es un buen ejemplo de ello.
El azúcar que el cuerpo necesita puede obtenerse naturalmente a partir de los
alimentos. Sin embargo, ahora la mayor parte de los alimentos que consumimos
tienen azúcar añadida, lo cual está provocando importantes problemas de salud
en medio mundo.
Nazaret: También yo destacaría el plástico
como ejemplo del despilfarro y la inconsciencia del sistema económico
capitalista. El concepto de usar y tirar resulta absolutamente irracional en un
mundo con recursos finitos. Por el mismo motivo, la obsolescencia programada,
presente en muchísimos productos, es otro ejemplo del despilfarro que nos lleva
a aumentar la huella ecológica de nuestras sociedades sin mejorar nuestra
calidad de vida.
P. La
obsolescencia programada ha llegado ya a un punto atroz. Hay productos que,
directamente, nacen obsoletos. A veces compramos cosas a sabiendas de que no
van a durar nada pero nos da igual porque son muy baratas. ¿Por qué hemos
renunciado por completo a la calidad?
Nazaret: Nuestras sociedades se han
convencido de que algo es mejor solo por ser más nuevo. Si algo se estropea
pronto, podemos comprar otra cosa más nueva. Pero también es cierto que cada
vez más gente se rebela contra la obsolescencia programada y se encuentra con
el problema de que es prácticamente imposible escapar de ella...
Laura: La mejor prueba de que la
aceptación de la obsolescencia es un elemento sociológico es que no sólo hemos
asimilado que las cosas se estropean cada vez más rápidamente, sino que ni
siquiera esperamos a que se estropeen para cambiarlas. Es lo que llaman la
obsolescencia percibida.
P. Es cierto
que tenemos ansia por poseer lo más nuevo, sin saber siquiera por qué, pero
también que estamos todo el día quejándonos porque las cosas no duran nada. ¿No
es posible aprovechar también esta demanda del consumidor para promover el
consumo de productos de calidad y duraderos aunque sean más caros?
Laura: Yo creo que depende de los
sectores. La moda va a ser probablemente el que presente mayores reticencias
porque el concepto de temporada y de “lo que se lleva” está muy asumido
socialmente. Al mismo tiempo, la conciencia ecológica sobre los desechos que
producimos está aumentando y esto puede jugar a favor de un cambio en este tipo
de comportamientos.
P. Supongo
que estaréis familiarizadas con el nuevo tratado de libre comercio (TLC) que
está negociando la UE y EEUU. ¿Qué puede suponer la firma de este tratado? ¿Es
el libre comercio una traba en sí mismo al consumo responsable?
Nazaret: El problema de los TLC es que son
elaborados en función de los intereses de las grandes empresas transnacionales,
y a menudo estas promueven el intercambio desigual y la explotación de la
naturaleza y del trabajo humano. En América Latina abundan los ejemplos del perjuicio
que conllevan estos acuerdos, sobre todo para las clases menos pudientes. Por
ejemplo, en Colombia y en Chile los TLC firmados con USA incluyen cláusulas
para la privatización de las semillas, impulsadas por empresas como Monsanto,
que llevarían a la quiebra a muchos campesinos. Habría que preguntarse por
qué estos tratados se elaboran en medio de tanto silencio.
El libre
comercio puede ser interesante en algunos sectores, pero dada la huella
ecológica que supone el transporte de mercancías, lo más lógico sería primar un
consumo de proximidad
Laura: La ironía de los TLC es que a
menudo ni siquiera consagran un libre comercio real. Sabemos poco del TTIP [la
Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión, el TLC que están
negociando la UE y EEUU], pero una de las cosas que nos han llegado es, por
ejemplo, que las empresas probablemente podrán denunciar a los gobiernos si sus
políticas les perjudican. Es poner en un papel con rango de ley que las
empresas se lo quedan todo si ganan, pero que si pierden tienen derecho a ser
recompensadas. Es decir, ganan siempre. Por otra parte, a menudo estos tratados
obligan a los países pequeños a eliminar sus políticas de ayudas a ciertos
sectores, mientras que los grandes las siguen practicando. Estos últimos pueden
así importar a esos países pequeños sus productos a un precio menor precisamente
debido a esa competencia desleal de los subsidios.
También hay
un peligro de una desregulación excesiva y de mayor opacidad en la información
que proporcionan las empresas. Hay quien dice que no hay mejor libre comercio
que el que está bien regulado. Sin embargo, estos tratados suelen atentar
contra esa buena regulación. En cualquier caso, el libre comercio puede ser
interesante en algunos sectores, pero dada la huella ecológica que supone el
transporte de mercancías, lo más lógico sería primar un consumo más de
proximidad.