Teología de la liberación: ayer maldita y perseguida, hoy bendita y
elogiada
Voces. Benjamín Forcano. [Cuarto poder] No me
interesaría la Teología de la Liberación si no fuera por tres razones:
primera, porque hubo muchísima gente que, sin informarse, desconfiaron de
ella y la condenaron siguiendo el dictamen de la jerarquía
eclesiástica; segunda, porque esa gente no llegó a conocer la novedad de
la Teología de la Liberación y lo que supuso de represión y sufrimiento
para muchos teólogos; y tercera, porque sin ella se privó a la
Iglesia de un nuevo modo de anunciar el Evangelio, que le hizo perder
credibilidad y la distanció aún más del mundo moderno.
Nunca en la historia de la
Iglesia se suscitó tanta preocupación sobre un tema que, a primera vista,
parecía irrelevante. Algo inesperado saltó a la sociedad con la Teología
de la Liberación, pues puso en alarma a los centros más sensibles del Poder civil
y religioso. Estamos en los años posteriores al concilio Vaticano II y al
primer Encuentro del Episcopado Latinoamericano en Medellín año 1968, y ya
pudimos leer: “Si la Iglesia latinoamericana cumple los acuerdos de
Medellín , los intereses de Estados Unidos están en peligro en América
latina” (Rockefeller). “La política exterior de Estados Unidos debe
comenzar a enfrentar (y no simplemente a reaccionar con posterioridad) la
Teología de la Liberación tal como es utilizada en América latina por el
clero de la Teología de la Liberación” (Documento de Santa Fe, siendo
presidente Reagan).
Vieja novedad de la Teología de la Liberación: recuperar a Jesús
La Teología de la Liberación
traía a primer plano la vida de Jesús de Nazaret, con todo el escenario
sociocultural y político de su tiempo. Era imposible comprender al Jesús de la
fe, al Jesús resucitado, si se lo desposeía de su condición humana histórica.
La suerte de Jesús, su calvario y crucifixión, no habían sido efecto del azar,
del fatalismo o de la voluntad divina, sino del hecho de haber vivido una
opción radical por la verdad, por la justicia y por la liberación de los
oprimidos. Su proyecto, –el anuncio del reino de Dios–, era incompatible
con el proyecto imperial romano y con el proyecto religioso de Jerusalén.
Y por ello ambos –imperio y sinagoga- se unirían para eliminar a Jesús y su
proyecto.
La Teología de la Liberación no buscaba sino
aplicar a nuestro tiempo lo que Jesús hizo en el suyo: denunciar la opresión
que, en nombre del emperador y de Dios, se sigue ejerciendo sobre las personas
y los pueblos. Era, así, la Teología de la Liberación una teología nueva, que
reivindicaba la dignidad y derechos de toda persona, sacudía la alianza de la
religión con el poder dominante, devolvía dignidad y esperanza a los
despreciados y excluidos, soliviantaba a quienes veían en ella una amenaza para
su seguridad e intereses y todo ello porque bebía de la fuente del Evangelio.
Sonaron falsas las alarmas, pero fue calumniada y perseguida
Comenzando por el teólogo peruano Gustavo
Gutiérrez (iniciador y llamado “padre” de la teología de la liberación) han
sido luego centenares los teólogos que la cultivaron y defendieron, miles
los libros y artículos que sobre ella se han escrito, miles las iniciativas y
actividades pastorales que en ella se han inspirado, miles las
comunidades de base que en ella se han fraguado y miles y aun millones los
cristianos (políticos, sindicalistas, maestros, catequistas, sacerdotes,
religiosos y religiosas, etc.) que la generaron y recibieron de ella luz y
fuerza para su caminar comprometido.
Pero surgieron pronto las alarmas que la
señalaban como heterodoxa y reclamaban para ella controles y sanciones.
Había grupos eclesiales donde mencionar la Teología de la Liberación era
tabú. Aún recuerdo el comentario que un amigo hacía de otra persona al
enterarse que un teólogo iba a hablar de este tema, – Es la peste, dijo.
Y ayudé a una joven que, interesada por el tema, escuchó de su directora
estas palabras: – ¡Pero si los teólogos de la liberación son como los masones
dentro de la Iglesia!
Y los prejuicios y la hostilidad se hicieron
irreversibles después que el mismo cardenal Ratzinger, Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la fe, expresara que los grandes males de la
Iglesia actual se deben sobre todo al pos concilio, pero también al
Concilio mismo. Y, refiriéndose a la Teología de la liberación, sentenció
ver en ella “un error sobre un núcleo de verdad”, elaborada por teólogos que
“han hecho propia la opción fundamental marxista” y que “se ha
dejado sugestionar por el punto de vista inmanentista, meramente terrenal, de
los programas de liberación secularizados”.
Ratzinger fue recibiendo contestación adecuada a
sus infundadas afirmaciones. Cito por lúcida y contundente la dada por el
obispo Pedro Casaldáliga: “Siempre lo hemos dicho, la Teología de la Liberación
es teología y es de liberación no porque optó por Marx sino por el Dios y Padre
de nuestro Señor Jesucristo, por su Reino y sus pobres. Nuestro Dios quiere la
liberación de toda esclavitud. La situación de los 2/3 de la humanidad es
contraria a la voluntad de Dios y la Teología de la Liberación asume el
compromiso de transformar esa situación. Sólo a los enemigos del pueblo irrita
la Teología de la Liberación. Y por eso la han calumniado y la han
perseguido”.
Se entenderá fácilmente que, a partir de esta
posición oficial, fueran creciendo las falsedades sobre la Teología de la
Liberación y sus teólogos:
– Los teólogos de la liberación hacen suya la filosofía marxista.– Reducen el Cristo del Evangelio al Cristo de la “sola liberación temporal”.
– La Buena Noticia del Evangelio es sólo
para los pobres, pero entendidos “como una opción de clase” y según
criterios puramente políticos e ideológicos y con sentimientos de odio y
lucha entre hermanos.
– Presentan una “iglesia popular” en
contra de “una iglesia burguesa” reintroduciendo de esta manera los conflictos
de clase en el interior mismo de la Iglesia.
– Se someten a ideologías extrañas y
olvida la “doctrina social de la Iglesia” por considerarla inviable.
Estas calumnias, que no se encuentran en ningún
teólogo de la liberación, fueron difundidas desde muchas plataformas de la
Iglesia oficial.
La novedad de la teología de Liberación
Es ahora cuando, después de lo mucho que se la
difamó, considero esencial señalar lo más básico de la Teología de la
Liberación.
- La Teología de
la Liberación surge de las necesidades de un mundo mayoritariamente pobre y
oprimido y al que quiere liberar desde la fe. Incluye negativamente una
liberación del pecado, de la esclavitud y de la muerte y positivamente
una liberación centrada en el Reino de Dios, en la creación de un hombre nuevo
y en la consumación de la historia. Liberar es la finalidad última de la
teología de la Liberación, con lo que deslegitima el ataque que la
Ilustración siempre lanzó contra la teología de ser esclavizadora de la
subjetividad y libertad humanas y legitimadora de la opresión histórica. La
Teología de la Liberación se mueve sobre la necesidad absoluta de liberar a la
realidad oprimida, a los pueblos que mueren lentamente o son crucificados, a
las personas y pueblos que son oprimidos. Y tiene como destinatario a esa
gran mayoría en cuanto no-hombres y en cuanto no-pueblos. – La Teología de
la Liberación hace hincapié en la liberación del otro y de lo otro, a
diferencia de la teología europea que se centra en el propio sujeto creyente;
habla del Reino de Dios como referente y medida de la transformación que hay
que realizar en este mundo y afirma además que tal Reino es para implantarlo ya
en este mundo y lograr así que la vida de los pobres llegue a ser realidad.
– La Teología de la Liberación tiene como
fuente de conocimiento la revelación de Dios en la Escritura, la
Tradición eclesial y el Magisterio de la Iglesia. Pero, también y previo
a la revelación de Dios en los textos, existe la real revelación de Dios en la
historia, del pasado y del presente. Dios sigue manifestándose en
los llamados signos de los tiempos: “La miseria colectiva que
clama al cielo y el anhelo de liberación de todas la esclavitudes”,
fue sancionado por el Episcopado Latinoamericano (Medellín 1968) como uno de
esos signos.
– En esta línea, la revelación de Dios se
halla sobre todo en la respuesta que los fieles, con su praxis , dan a esa
revelación a través del seguimiento de Jesús, de la misericordia, la defensa de
la vida, etc. Hacer todo esto, “Significa asumir dentro del conocimiento la
dialéctica del mismo Dios en cuanto encarnado en la historia,
privilegiadamente en Jesucristo; significa que Dios no es puramente alteridad
trascendente con respeto a la historia sino que se da él mismo a la historia”
(J. Sobrino).
• La Teología de la Liberación no se
contenta con que la inteligencia se reduzca a la captación del sentido del ser:
“La inteligencia en este quehacer teológico tienen una triple dimensión:
el hacerse cargo de la realidad, el cargar con la realidad y el encargarse de
la realidad” (Ignacio Ellacuría).
Conocer es estar en la verdad de las cosas y para
estar en la verdad de las cosas hay que encarnarse en la verdad de la realidad,
dejar que hable y dejarse afectar por ella, lo cual lleva a utilizar los
conocimientos necesarios: científicos, filosóficos, ético-sociales, etc.
Pero, y además, encarnarse en la
realidad es encarnarse en el mundo de los pobres, lo que exige
ser parcial. Y si es cierto que ningún lugar parcial es
la totalidad, cada vez se demuestra con mayor claridad que desde los
pobres, desde el Tercer Mundo, se conoce mejor la totalidad que desde su
contrario: “Desde el Tercer Mundo se conoce la verdad de éste y se descubre
mejor la verdad del primero; lo cual no acaece a la inversa” (J. Sobrino).
Convéncete, me decía Casáldaliga en una entrevista: “Sólo en la medida en
que el Primer Mundo deje de ser Primer Mundo podrá ayudar al Tercer Mundo. Para
mí esto es dogma de fe. Si el Primer Mundo no se suicida como Primer Mundo, no
puede existir “humanamente” el Tercer Mundo. Mientras haya un Primer Mundo
habrá privilegio, exclusión, dominación, lujo y marginación. Si vosotros en el
Primer Mundo no resolvéis ser un Mundo humano, nosotros no podemos serlo”. – La
Teología de la Liberación confiere un determinado talante a quienes se guían
por ella y no debiera faltar en ningún otro tipo de teología. Este tipo de
teología está siempre dispuesta a verificar si se hace con fidelidad a lo
revelado por Dios y si produce en el pueblo de Dios lucidez y ánimo para la
construcción de su Reino. Si una teología produce desinterés por el Evangelio y
se hace incomprensible a las mayorías debe cambiar. Nunca un método del
quehacer teológico puede absolutizarse, sino que debe estar abierto al cambio.
La Teología de la Liberación debe ser servicio
para la liberación histórica y transcendente, y esto le hace convertirse en
práctica de amor, como debe serlo todo quehacer cristiano. La teología debe ser
compasiva y desde la compasión descubrir las causas que a tantos empobrecen y
los hace sufrir, y buscar creativamente soluciones, por lo que, introducida en
los conflictos de la historia, se enfrentará a las falsas divinidades y
difícilmente podrá escapar a la persecución de los poderes de este mundo.
Esta teología debe hacerse dentro del pueblo de
Dios, en relación y solidaridad con todos sus estamentos, de él recibirá ayuda
y con él, y en medio de él, podrá responder a los problemas reales. Si la
Iglesia es Pueblo de Dios y es una Iglesia de los pobres debe ejercer su
responsabilidad en medio de ella.
La teología de la Liberación, poseída por el
espíritu de las Bienaventuranzas, será profundamente espiritual,
misericordiosa, limpia de corazón, creativa, motivadora de oración, de
confianza y disponibilidad, hasta adentrarse en el misterio de Dios.
Y, finalmente, junto al rigor de su método,
avanza con esos ojos nuevos, que recibe del compartir con los pobres. Sólo así
puede tocar lo más sagrado que es experimentar a Dios, su Reino y a Jesús como
buenos, buenos para el hombre y la historia, buenos porque humanizan y
salvan, buenos sobre todo para los pobres y su liberación.
La Teología de la Liberación de la Periferia,
contra la Teología del Centro. Se había establecido un Orden socioeconómico
y político mundial de acuerdo a las leyes del más fuerte, consagrado éticamente
y bendecido por la voluntad de Dios. De esa manera, ese Orden quedaba consolidado
en países tradicionalmente cristianos y obtenía legitimidad de la teología
oficial. Cualquier intento de cambio era considerado sacrílego.
Externamente los centros financieros y políticos
no dudaban en apropiarse de esta Teología que en nada los cuestionaba,
fomentaba la resignación y mostraba las desigualdades sociales y los
males como pruebas mandadas por Dios para santificarse y acumular méritos para
el cielo. Una teología ésta, indiferente, que enaltecía la gloria de Dios
y, a la par, justificaba la conculcación de los derechos humanos y en especial
de los más pobres.
En 1984, 32 teólogos de la revista europea Concilium,
escribieron: “La Teología de la Liberación busca afrontar el problema de los
oprimidos a la luz de la fe y promover su liberación integral. Sabemos que
existen grupos integristas o neoconservadores que al rechazar un cambio social
y pregonar una religión que pretende ser apolítica, luchan contra los
movimientos de liberación y defienden una línea que es, de hecho, una ofensa contra
los pobres y oprimidos. Un signo de fecundidad del Evangelio es hoy el hecho de
que el mensaje cristiano sea vivido en contextos diferentes y de diversas
maneras. Nuestra revista Concilium se manifiesta solidaria con los
teólogos de la liberación no sólo en cuanto a su pensamiento teológico sino en
cuanto a sus compromisos concretos. Creemos que en los movimientos y
teólogos de la liberación se decide de alguna manera el futuro de la Iglesia,
la llegada del Reino de Dios y el juicio de Dios sobre el mundo”.
En el mismo año 1984, 40 teólogos españoles de la
Asociación Juan XXIII escribían: “Compartimos con los teólogos de la
liberación la tarea de elaborar en la “óptica del pobre” una reflexión
cristiana rigurosa, una espiritualidad del seguimiento de Jesús , una Iglesia
comunitaria y una acción pastoral solidaria con los desheredados de la tierra
en el interior de un pluralismo de opciones que no rompe con la comunión
eclesial”.
Por supuesto, de estos movimientos de liberación
y de sus comunidades de base surgía un nuevo impulso de reforma y una nueva
teología que ponía en cuestión el quehacer teológico tradicional. “La teología
que se forma dentro de este impulso y que los sustenta no se presenta en contra
de la autoridad de la Iglesia, sino bajo la autoridad del Espíritu… En el
seguimiento al Hijo del Hombre, aquellos que han vivido hasta ahora “como
si fueran hijos de nadie” se convierten en sujetos en el resplandor de Dios”
(Johann Baptist Metz).
El ensimismamiento de la Iglesia en sí misma,
acompañado de una teología indiferente ante el dolor y esclavitud de mayorías,
desarrollaba continuas y pomposas ceremonias religiosas, orientadas a asegurar
el negocio de la propia salvación; enarbolaba preceptos, doctrinas, leyes y
dogmas que se habían de saber de memoria; promovía rezos y misas interminables,
pero todo a la postre quedaba como obras piadosas, sin plantear para nada lo
que la vida de Jesús pedía denunciar y hacer en cada lugar y momento de la
sociedad.
Esperamos que cuantos por ignorancia u otras
causas abominaron de la teología de la liberación, se abran a ella y se dejen
convertir como lo hizo el actual Prefecto de la Congregación para la doctrina
de la fe, Gerhard Müller: “La teología de la liberación está unida para mí al
rostro de Gustavo Gutiérrez, a su enseñanza y al encuentro vivo con los pobres;
con él experimenté un giro decisivo en mi enfoque teológico. El nos enseñó que
aquí se trata de teología y no de política, de un programa práctico y teórico
que pretende comprender el mundo, la historia y la sociedad y transformarlos a
la luz de la propia revelación sobrenatural de Dios como salvador y liberador
del Hombre. La teología de Gustavo Gutiérrez, independiente del ángulo desde el
que se mire, es ortodoxa porque es ortopráctica y nos enseña el adecuado actuar
cristiano porque procede de la verdadera fe”.