SANT FELIU
DE LLOBREGAT (BARCELONA).
ECLESALIA, 03/11/14.- Está tan reciente, que si
se tratase de una obra manual podría deshacerse todavía en las manos. Me estoy
refiriendo a la corrupción política que estos días (finales de octubre) está
acaparando todo tipo de medios. Como ciudadano me siento igualmente de
indignado que lo están yo diría que todas las personas que formamos este país.
Pero también lo estoy, o quizás de manera especial, no lo sé muy bien, como
persona que intenta seguir a Jesús (soy muy amante de esta expresión); pero si
alguien quiere que sea más explícito, no tengo ningún inconveniente en decir
que lo estoy como católico que lo soy o que por lo menos me siento.
Es precisamente desde esta segunda perspectiva que me
gustaría decir alguna cosa, porque encuentro a faltar ciertas actitudes que
hacen subir todavía más mi indignación. Veo que la Iglesia, me refiero muy
especialmente a la jerarquía, a quien le falta tiempo para salir al paso a la
hora de dar normativas a sus fieles, manifiesta una celeridad inusitada, a la
vez que levanta la voz todo lo que puede en según qué circunstancias y en lo
relacionado a según qué temas y, en cambio, calla o “hace mutis por el foro” en
según qué otros. Pienso que no hace falta decir en cuáles, pero, ya puestos,
podríamos hablar entre otros del aborto, de los homosexuales, de los
divorciados vueltos a casar a quien, por cierto, se les niega la comunión, etc.
Algunos representantes de dicha jerarquía ponen el
grito en el cielo llegando a pronunciar exabruptos cuando creen que algunas de
estas cuestiones son transgredidas por parte de los gobernantes de turno. Baste
recordar todo lo que llegó a decir el obispo de Alcalá de Henares, Monseñor
Reig Pla, cuando el gobierno de Rajoy echó para atrás el proyecto de ley
relativa al aborto, favorable a los principios de la Iglesia, que había
presentado el anterior ministro de justicia, Sr. Gallardón. Parece ser que lo
que estaba en juego era la vida o lo que es lo mismo el Quinto Mandamiento de
la Ley de Dios, lo cual no dejaba el más mínimo resquicio a la hora de
infringir la condena en toda su dureza.
¿Dónde está el Séptimo Mandamiento? ¿Que acaso es de
condición inferior al Quinto o al Sexto en cuanto a las relaciones humanas se
refiere con todas las facetas a través de las cuales puede manifestarse, como
por ejemplo el matrimonio fracasado y vuelto a rehacer o las uniones
homosexuales, entre otros? ¿Por qué a estos se les dice que no pueden
participar de pleno en la Eucaristía concretamente y, en cambio, reina el
silencio más absoluto respecto a otras personas que roban y estafan, tanto sean
descubiertas o no?
Señores representantes de la Iglesia simplemente les
pediría dos cosas: en primer lugar hablar, pues el silencio a sabiendas es
totalmente cómplice. En segundo lugar decir las cosas tal y como son, sin
emplear embudos ni rodeos; nadie les pide que digan nombres, en caso que los
supieran, porque pienso que no están acreditados para ello. Sino sencillamente
decir que robar es un pecado tan fuerte y tan grave como cualquier otro que
pueda hacer daño al prójimo.
No se escuden diciendo que ya lo hace Cáritas con toda
la crudeza que es capaz de hacer desde sus palabras y desde sus hechos. Por
cierto, aprovecho para decir que vayan desde aquí hacia ella todas mis gracias.
Pero sean ustedes quienes den la cara y recuerden a quienes olvidan o postergan
el Séptimo Mandamiento que ya desde tiempos bien antiguos, el pueblo de Israel
en concreto, robar a los pobres constituía una de las ofensas más duras contra
Yahavé y, por tanto, era uno de aquellos pecados que clamaban al cielo con todo
lo que esta expresión encerraba en sí misma. (Eclesalia Informativo autoriza y
recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).