Visita al convento de Iesu Communio
Encuentro con las monjas de Iesu
Communio en su convento de La Aguilera
Sister Act en el corazón de la Ribera
del Duero
Proyectan la imagen de ser felices y
estar casi tocando el cielo
José Manuel Vidal, 31 de agosto de 2014 a las 20:20
Los mensajes de las monjas suenan a impostados y cortados por el mismo
patrón. La vida dura de los parados, el sufrimiento y el dolor de la gente, las
guerras y la violencia parecen haberse quedado fuera del recinto milagroso
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(José Manuel Vidal).- A
mediados de julio, de camino a Burgos, para participar como ponente en un curso
de verano sobre el Papa Francisco organizado por la Facultad de Teología, pasé
por La Aguilera. Allí está la sede central de Iesu Communio, una de las
instituciones religiosas más jóvenes y florecientes del país. Son las monjas
azules o las monjas vaqueras, fundadas por la madre Verónica Berzosa. Un
fenómeno de florecimiento inaudito en medio del invierno vocacional generalizado.
¿Cuál es su secreto?
Me picaba la curiosidad por conocer el
lugar y, sobre todo, a las monjas de La Aguilera. A las 10 de la mañana, el
pueblo es un oasis de paz en medio de los viñedos de la denominación Ribera
del Duero. La suave brisa mece las hojas de los chopos de la enorme
explanada (con campo de fútbol incluido) que rodea al convento. Hasta los
árboles parecen rezar.
Aquí se alza el convento de San
Pedro Regalado, edificado en 1404 por Pedro de Villacreces. Pedro Regalado
llega al eremitorio con sólo 14 años. Se establece en él y levanta un
monasterio, conocido en toda la comarca por su dedicación a los más pobres.
Muere en 1456 con fama de santo. Entre otras cosas se le atribuye el don de la
bilocación o el de amansar a un toro bravo que huía del coso de Valladolid. Por
eso, es el patrono de los toreros.
Con fama de sabio y santo, a sus pies
corrieron a postrarse los grandes de la época. Desde el todopoderosos
cardenal Cisneros hasta Isabel la Católica, que, ante la puerta del monasterio,
advertía a su séquito: "Entrad quedo, que pisáis sobre huesos de
santos".
Adosado al edificio histórico, un
moderno y amplio complejo, financiado por Iberdrola, como reza una placa. En la
puerta nos esperan dos monjas. Con su hábito de tela azul vaquera, su
cíngulo blanco y su toca azul celeste. Reciben con su sempiterna sonrisa a
un grupo de gente joven que viene de Madrid, al que me uno.
Entramos en una amplia explanada bien
acondicionada, subimos una escalera y llegamos a un anfiteatro redondo, luminoso
y acristalado. Y de pronto, a través de las enormes cristaleras, el primer
impacto: Una escena de Sister Act en pleno corazón de la región del Duero.
De pie, más de doscientas monjas
(después nos dirán que son 219, sin contar las que viven en Lerma), casi todas
jovencísimas (algunas parecen crías), nos reciben con un bello canto a
Cristo, al ritmo de las guitarras, mientras escenifican la letra con
graciosos movimientos de manos y brazos. Impresiona mirarlas.
Impacta, de entrada, ver tantas monjas
juntas. A mi lado, una señora exclama: "Y qué guapas son todas".
Son tantas, tan iguales y tan distintas. Los hábitos las uniformizan. Con
pequeñas diferencias de tocas blancas y azules. Y, por supuesto, con rostros
diferentes. De todo tipo y expresión. Rostros de mujeres jóvenes y maduras (y
un par de ancianas) desde guapísimas a guapas, pasando por otros más normales.
Escapadas de un cuadro de Murillo
El conjunto parece un cuadro de
Murillo. Con cientos de mujeres-ángeles, que cantan y sonríen sin parar. Y miran a la gente
que va entrando con gestos de bienvenida y con ganas de transmitirles lo que
ellas parecen sentir: que Dios nos puede hacer felices, como las hace felices a
ellas. Es todo tan encantador y tan perfecto, que suena a irreal.
El anfiteatro redondo está dispuesto
en dos bancadas en forma de gradas frente a frente. Una para las monjas, que la
llenan por completo. Las más jovencitas, las postulantes, están sentadas
más abajo, seguidas de las novicias, las junioras y las profesas. En lo alto,
las más mayores y las que parecen las superioras.
Entre todas forman una bandada, en la
que resalta el grupo por encima de las individualidades. Ahora entiendo por
qué los pájaros, para defenderse de los depredadores, vuelan en bandadas. Hay
que fijarse mucho y centrar la mirada para ir poniendo cara y alma a algunas de
ellas. También hay tres o cuatro monjas de color, pero la mayoría son españolas
y proceden de las diversas zonas de la piel de toro.
Entre el coloreado grupo azul y cielo
solo distingo a tres hermanas ancianas. Quizás de las clarisas que se quedaron
en el convento, cuando la madre Verónica Berzosa consiguió la aprobación
de su nuevo instituto religioso por parte del Vaticano. O de las monjas de
Briviesca y Nofuentes, a las que acogieron, junto al patrimonio de ambos
monasterios.
Gracias a la venta del convento de
Briviesca pudieron pagar los 100 millones de pesetas que les costó en aquel
entonces la titularidad del monasterio de San Pedro Regalado de La Aguilera,
que pertenecía a los franciscanos.
En esa época, el cardenal Rouco
Varela, uno de sus protectores, quiso traerse a Madrid a las monjas del
"milagro de Lerma" y puso en marcha el proyecto de edificación de un
macro-convento que le encargó a Calatrava. Pero el presupuesto se disparó
económicamente, Rouco no quiso cargar con el coste y el sueño de Verónica de
trasladarse a Madrid quedó en el limbo.
En la bancada de enfrente nos sentamos
los "peregrinos". Pocos, de entrada. Hasta que llega un autocar de
Segovia. Al frente del numeroso grupo segoviano vienen dos curas, el español
Florentino Vaquerizo y el guatemalteco Helber Daza. El español presenta a sus
feligreses "de la unidad pastoral de Riaza". Entre los dos
llevan 19 parroquias y quieren que su gente conozca de cerca y comparta algunas
vivencias con estas monjas tan especiales.
El joven cura explica en qué consiste
una unidad pastoral, tras lo cual interviene una de las hermanas, para
contarnos las diferentes clases de monjas que hay entre ellas: postulantes,
junioras, novicias y profesas.
Maitines, a las 2:30 de la madrugada
Desde nuestro bando, la gente les
lanza algunas preguntas típicas. Por ejemplo, la edad de entrada en la
congregación. Micrófono en mano van contestando a las preguntas. Con soltura.
Se nota que lo hacen a menudo y que las preguntas se repiten. "La edad
mínima de ingreso en el convento son los 17 años con permiso de sus padres",
contestan. Muchas entraron a esa edad. La mayoría, más tarde.
Otra hermana responde a la pregunta
sobre el día-tipo en el convento: seis horas de oración, cinco de trabajo,
con ratos de estudio y asueto. La campana, voz de Dios, llama a las 2,30 de
la madrugada para el rezo de maitines; después regresan a sus habitaciones
hasta las 6:30, hora en que comienza la jornada habitual.
Viven de las donaciones y de los
numerosos benefactores con los que cuentan, pero, sobre todo, de su trabajo
de repostería, elaborando dulces y pastas.
Alguien pregunta que cómo sintieron la
llamada de Dios. Contestan un par de hermanas con un patrón más o menos
parecido: Chicas normales, con sus carreras y sus ideales que, en un momento
determinado, sienten un impulso especial a dejarlo todo y seguir a Cristo.
Todas insisten mucho en que su vocación se basa en un "encuentro
personal con Cristo".
Las hay que proceden de parroquias o
de la Acción Católica, pero la mayoría vienen de movimientos como los Neocatecumenales
(más conocidos como Kikos, por el nombre de uno de sus fundadores, Kiko
Argüello) o del Opus Dei.
Hay, entre ellas, universitarias,
profesoras, arquitectas, abogadas, ingenieras, historiadoras o chicas con el
bachillerato recién terminado. Unas vienen de familias con alto poder
adquisitivo, pero también las hay de barrios periféricos de las grandes
ciudades. Una de las hermanas que nos cuenta su historia viene de un movimiento
parroquial de Gijón, por ejemplo.
Pasada más de una hora de intercambio,
nos despiden cariñosamente, nos piden que amemos mucho al Señor y nos invitan a
cogernos de la mano, para rezar el Padre Nuestro. Y como colofón, otro de sus
cantos, a cuya coreografía de Sister Act tratamos de unirnos los presentes con
la manos en alto y siguiendo el ritmo a trompicones.
"Es como haber estado un ratito en el cielo"
A la salida, un corro de mujeres de
Riaza comenta: "¡Qué alegría, qué belleza! Esto es como haber estado un
ratito en el cielo". Mientras, el cura les pide que se den prisa, para
subir andando hasta la iglesia del pueblo, donde van a celebrar la eucaristía.
Arranca el autocar con la gente de Riaza y el monasterio se vuelve a quedar
envuelto en el silencio y en el misterio.
Me siento en un banco, en la pradera
que rodea al convento, para hacer un breve balance de la experiencia. Salgo con
un sabor agridulce. Por un lado, la gente sencilla parece haber salido
"tocada". Por otro, percibo algo de espectáculo en estos encuentros.
De alguna manera, las monjas se exhiben ante la gente. La mera presencia de
doscientas y pico monjas todas juntas produce un impacto profundo, que es lo
que parecen buscar.
Me dio la sensación de que quieren
escenificar que son muchas, jóvenes y siempre alegres. Proyectan la imagen
de ser felices y estar casi tocando el cielo. El montaje, un poco kitsch y
estilo grupo juvenil de las parroquias de los años 80. Los mensajes de las
monjas suenan a impostados y cortados por el mismo patrón. La vida dura de los
parados, el sufrimiento y el dolor de la gente, las guerras y la violencia
parecen haberse quedado fuera del recinto milagroso.
Verónica Berzosa, el alma mater de
todo este milagro, no aparece. O, si estuvo presente, no supe
distinguirla entre las más de 200 hermanas. Hace años que no sale en los
medios. Dicen que es guapa y de ojos verdes. Las pocas fotos que existen de
ella son las de la ordenación episcopal de su hermano, Raúl Berzosa, en el mes
de mayo de 2005 en Oviedo, y las de la aprobación de su nuevo instituto
religioso en la catedral de Burgos en 2010.
Lleva años sin conceder entrevistas ni
salir en los papeles. Hay quien dice que este mutismo mediático es una
estrategia, que acrecienta el misterio de su convento y de su instituto
religioso. Una perfecta herramienta publicitaria. Un enigma que se convierte en
un reclamo poderoso.
Tras el show de Iesu Communio, salgo
con los mismos interrogantes con los que entré. ¿Qué se esconde
detrás de tal cantidad de vocaciones? ¿Por qué sólo aquí y no en otros
conventos? ¿Cuál es el imán que atrae a este convento, y solo a este, a tanta
chica joven? ¿El mero carisma de Sor Verónica? ¿Qué hay detrás de esta
fundadora moderna? ¿Cuál es el fondo y el sustrato de la espiritualidad que
ofrece? ¿Está realmente refundando las Clarisas o es un episodio pasajero,
centrado en el culto a la personalidad de su fundadora? ¿Cuál es el secreto de
Sor Verónica y de su convento lleno a rebosar?
Pensé encontrar, en mi visita a La
Aguilera, respuestas a algunas de estas preguntas. Pero me voy como llegué: sin
saber dar razón de lo que aquí está pasando. Un fenómeno, secreto y de
exposición controlada, digno de estudio y de explicación.