EL
CRISTIANISMO DE MARÍA MAGDALENA
JUAN JOSÉ TAMAYO, teólogo, juanjotamayo@gmail.com
MADRID.
JUAN JOSÉ TAMAYO, teólogo, juanjotamayo@gmail.com
MADRID.
ECLESALIA, 22/04/14.-En su obra La Ciudad de
las Damas, de principios del siglo XV, la escritora francesa Christine de
Pisan constataba la disparidad entre la imagen negativa de los varones sobre
las mujeres y el conocimiento que tenía de sí misma y de otras mujeres. Los
varones afirmaban que el comportamiento femenino estaba colmado de todo vicio;
juicio que en opinión de Christine demostraba bajeza de espíritu y falta
de honradez. Ella, por el contrario, tras hablar con muchas mujeres de su
tiempo que le relataron sus pensamientos más íntimos y estudiar la vida de
prestigiosas mujeres del pasado, les reconoce el don de la palabra y una
inteligencia especial para el estudio del derecho, la filosofía y el gobierno.
La situación de entonces se repite hoy en la mayoría
de las religiones, que se configuran patriarcalmente y nunca se han
llevado bien con las mujeres. Estas no suelen ser consideradas sujetos
religiosos ni morales, por eso se las pone bajo la guía de un varón que las
lleve por la senda de la virtud. Se les niega el derecho a la libertad
dando por supuesto que hacen mal uso de ella. Se les veta a la hora de asumir
responsabilidades directivas por entender que son irresponsables por
naturaleza. Son excluidas del espacio sagrado por impuras. Se las silencia por
creer que son lenguaraces y dicen inconveniencias. Son objeto de todo tipo de
violencia: moral, religiosa, simbólica, cultural, física, etc.
Sin embargo, las religiones difícilmente hubieran
podido nacer y pervivir sin ellas. Sin las mujeres es posible que no hubiera
surgido el cristianismo y quizá no se hubiera expandido como lo hizo. Ellas
acompañaron a su fundador Jesús de Nazaret desde el comienzo en Galilea hasta
el final en el Gólgota. Recorrieron con él ciudades y aldeas anunciando el
Evangelio (=Buena Noticia), le ayudaron con sus bienes y formaron parte de su
movimiento.
La teóloga feminista Elisabeth Schüssler Fiorenza ha
demostrado en su libro En memoria de ella que las primeras seguidoras de
Jesús eran mujeres galileas liberadas de toda dependencia patriarcal, con
autonomía económica, que se identificaban como mujeres en solidaridad con otras
mujeres y se reunían para celebrar comidas en común, vivir experiencias de
curaciones y reflexionar en grupo.
El movimiento de Jesús era un colectivo igualitario de
seguidores y seguidoras, sin discriminaciones por razones de género. No
identificaba a las mujeres con la maternidad. Se oponía a las leyes judías que
las discriminaban, como el libelo de repudio y la lapidación, y cuestionaba el
modelo de familia patriarcal. En él se compaginaban armónicamente la opción por
los pobres y la emancipación de las estructuras patriarcales. Las mujeres eran
amigas de Jesús, personas de confianza y discípulas que estuvieron con él hasta
el trance más dramático de la crucifixión, cuando los seguidores varones lo
abandonaron.
En el movimiento de Jesús las mujeres recuperaron la
dignidad, la ciudadanía, la autoridad moral y la libertad que les negaban tanto
el Imperio Romano como la religión judía. Eran reconocidas como sujetos
religiosos y morales sin necesidad de la mediación o dependencia patriarcal. Un
ejemplo es María Magdalena, figura para el mito, la leyenda y la historia, e
icono en la lucha por la emancipación de las mujeres.
A ella apelan tanto los movimientos feministas laicos
como las teologías desde la perspectiva de género, que la consideran un eslabón
fundamental en la construcción de una sociedad igualitaria y respetuosa de la
diferencia. María Magdalena responde, creo, al perfil que Virginia Woolf traza
de Ethel Smyth: “Pertenece a la raza de las pioneras, de las que van abriendo
camino. Ha ido por delante, y talado árboles, y barrenado rocas, y construido
puentes, y así ha ido abriendo camino para las que van llegando tras ella”.
Las mujeres fueron las primeras personas que vivieron
la experiencia de la resurrección, mientras que los discípulos varones se
mostraron incrédulos al principio. Es esta experiencia la que dio origen a la
Iglesia cristiana. Razón de más para afirmar que sin ellas no existiría el
cristianismo. No pocas de las dirigentes de las comunidades fundadas por Pablo
de Tarso eran mujeres, conforme al principio que él mismo estableció en la
Carta a los Gálatas: “ya no hay más judío ni griego, esclavo ni libre, varón o
hembra”.
Sin embargo, pronto cambiaron las cosas. Pedro, los
apóstoles y sus sucesores, el papa y los obispos, se apropiaron de las llaves
del reino, se hicieron con el bastón de mando, que nada tenía que ver con el
cayado del pastor para apacentar las ovejas, mientras que a las mujeres
les impusieron el velo, el silencio y la clausura monacal o doméstica. Eso
sucedió cuando las iglesias dejaron de ser comunidades domésticas y se
convirtieron en instituciones políticas e Iglesia.
¿Cuándo se reparará tamaña injusticia para con las
mujeres en el cristianismo? Habría que volver a los orígenes, más en sintonía
con los movimientos de emancipación que con las Iglesias cristianas de hoy. Es
necesario cuestionar la primacía –el primado- de Pedro, que implica la
concentración del poder en una sola persona e impide el acceso de las mujeres a
las responsabilidades directivas compartidas.
Hay que recuperar el discipulado de María Magdalena,
“Apóstol de los Apóstoles”, como la llama Elisabeth Schüssler en un artículo
del mismo título pionero en las investigaciones feministas sobre el Testamento
cristiano, en referencia al reconocimiento que se le daba en la Antigüedad
cristiana. Es necesario revivir, refundar el cristianismo de María
Magdalena, inclusivo de hombres y de mujeres, en continuidad con los profetas y
las profetisas de Israel y con el profeta Jesús de Nazaret, pero no con la
sucesión apostólica, de marcado acento jerárquico-patriarcal.
Un cristianismo olvidado entre las ruinas valladas de
la ciudad de Magdala, lugar de nacimiento de María Magdalena, que visité hace
tres años, a siete kilómetros de Cafarnaún, donde tuvo su residencia Jesús de
Nazaret durante el tiempo que duró su actividad pública. En las excavaciones
que se llevan a cabo en Magdala se descubrió en 2009 una importante sinagoga
Ahí se encuentra la memoria subversiva del cristianismo originario liderado por
Jesús y María Magdalena, que fue derrotado por el cristianismo oficial.
Pero de aquel cristianismo sepultado bajo esas ruinas
emerge un cristianismo liberador vigoroso, desafiante, y empoderado a través de
los movimientos igualitarios que surgen en los márgenes de las grandes iglesias
cristianas, como surgió en los márgenes el primer movimiento de Jesús, de María
Magdalena y de otras mujeres que le acompañaron durante los pocos meses que
duró su actividad pública..
Es necesario heredar la autoridad moral y espiritual
de María de Magdala como amiga, discípula, sucesora de Jesús y pionera de la
igualdad. En definitiva, Jesús Nazaret, María Magdalena, Cristina de Pisan,
Virginia Woolf, los movimientos feministas, las comunidades de base y la
teología feminista de las religiones caminan en dirección similar. Por ahí han
de ir las nuevas alianzas, creadas desde abajo y no desde el poder, en la lucha
contra la violencia de género y la exclusión social de las mujeres.(Eclesalia
Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su
procedencia).
.