EL PRESTIGIO
DEL PAPA WOJTYLA, LA SOLEDAD DE ROMERO, EL SILENCIO SOBRE JUAN PABLO I
BRAULIO HERNÁNDEZ, brauhm@gmail.com
TRES CANTOS (MADRID).
BRAULIO HERNÁNDEZ, brauhm@gmail.com
TRES CANTOS (MADRID).
ECLESALIA, 28/04/14.- El 27 de abril el papa
Francisco elevó a los altares a dos papas con una visión de Iglesia diferente:
a Juan XXIII, el papa anciano, fallecido hace 50 años, que sorprendió al mundo
convocando, por sorpresa, el Concilio Vaticano II: para renovar la Iglesia,
volviendo a la sencillez de los orígenes (Hechos de los Apóstoles: la
primera comunidad cristiana); y a Juan Pablo II, fallecido hace tan sólo nueve
años y que frenó la renovación emprendida por el primero: para volver a la
Iglesia triunfalista de cristiandad; y bajo cuyo pontificado fueron
inhabilitados y marginados una buena parte de los teólogos más comprometidos
con la renovación impulsada por el “Papa bueno”, siendo especialmente
implacable con la Teología de la Liberación, que defendía “la opción
preferencial por los pobres”.
La de Juan Pablo II era una canonización previsible.
Imparable. La sorpresa ha sido la decisión del papa Francisco de canonizarlo
junto a Juan XXIII (a quien eximió de un segundo “milagro”). Se dice que es una
jugada maestra de Francisco para hacer de contrapeso y rebajar el excesivo
culto a la personalidad hacia Juan Pablo II, el ‘papa viajero’ (104 viajes a 29
países). Y como una forma de solapar los escándalos surgidos bajo su
pontificado, especialmente la pederastia por parte de miembros de la Iglesia.
Es una paradoja que el papa Francisco, que parece
decidido a afrontar algunos de los escándalos que vivió la Iglesia durante el
papado de Juan Pablo II (pederastia, IOR,…) le haya tocado canonizar a quien
-según denuncian quienes los sufrieron- los encubrió. El vaticano ha desmentido
esas denuncias, aduciendo que Juan Pablo II “no estaba al corriente”. Sin
embargo, en julio de 2013, tras conocerse las intenciones de Francisco de
canonizarlo, organizaciones de víctimas de abusos sexuales de México (el país
donde Juan Pablo II cosechó mayores fervores) elevaron la voz exigiéndole a
Francisco que paralizara el proceso mientras la ONU no se pronunciara sobre la
investigación de los casos de abusos sexuales de la Iglesia. Entre los
denunciantes está el exsacerdote mexicano Alberto Athié que abandonó el
sacerdocio después de que sus denuncias sobre los abusos del fundador de los
Legionarios de Cristo, el padre Marcial Maciel (a quien Juan Pablo II propuesto
como “modelo y guía de la juventud”) no fueran escuchadas ni en México ni en
Roma. “Juan Pablo II se enteró de los casos y nunca quiso hacer nada, prefirió
no mover un dedo”, denuncia a su vez Joaquín Aguilar, director de la Red de
Sobrevivientes de Abusos del Clero (El País Internacional, 24/07/13).
El proceso de beatificación y canonización de Juan
Pablo II (el más rápido de la historia moderna), ya estaba cantado desde antes
de morir. Su agonía, tan televisiva, y el tsunami de pancartas proclamándolo
‘Santo subito’ el día de su funeral, preludiaban su canonización: era como un
hecho casi consumado. El entonces secretario de Estado, Angelo Sodano (gran
defensor de M. Maciel) lo proclamó como Juan Pablo II El Magno: calificativo
que la iglesia medieval daba a los santos por aclamación. Un título que no
desentona, pues Juan Pablo II (“un papa preconizado en los EE.UU.”) se
encontraba cómodo en su papel de jefe de Estado, con honores y agasajos ante
los grandes de la tierra: “por eso llegó a decir que, de los viajes, lo más
importante para él era su encuentro con los poderosos. Así robustecía el
prestigio de la Iglesia” (Juan Arias, periodista). Según Richard Allen, que fue
consejero de seguridad del presidente norteamericano, Juan Pablo II fraguó con
Reagan “una de las más grandes alianzas secretas de todos los tiempos”. Con él,
el estado vaticano estableció relaciones diplomáticas con EE.UU. (1984).
Juan Pablo II sufrió desde niño los totalitarismos de
los países del Este. Como Papa contribuyó a la caída del comunismo, aunque su
apoyo económico al sindicato Solidaridad está lleno de sombras: parte de ese
dinero, según diversas investigaciones de la procuraduría italiana, provenía
del IOR (el banco vaticano), de depósitos realizados por organizaciones
criminales de la mafia. Mijail Gorbachov manifestó que “Sin Juan Pablo II no se
puede entender lo sucedido en Europa a finales de los 80”. Sin embargo, la
actitud de Juan Pablo II con los totalitarismos de los dictadores
latinoamericanas de derechas, que alardeaban de muy católicos,fue más
complaciente. Ellos ordenaron miles de asesinatos y de desaparecidos. Una buena
parte de las víctimas eran catequistas, sacerdotes, religiosos y religiosas,
entre ellos Monseñor Romero, un obispo de perfil muy conservador que fue un
paradigma de conversión: arriesgó su vida, y fue asesinado, por ser ‘la voz de
los sin voz’.
También es una paradoja que el papa Francisco, que
parece decidido a dotar de mecanismos de transparencia al opaco y polémico IOR
(Banco Vaticano) tenga que canonizar a un papa que protegió, dándole más poder
al frente del IOR, al polémico obispo Paul C. Marzincus (‘el banquero de Dios’)
a quien Juan Pablo I (muerto en circunstancias extrañas a los 33 días de ser
elegido), pensaba destituir. Cobra de nuevo actualidad el libro del sacerdote
abulense Jesús López Sáez, “El Día de la Cuenta” (The Day of Reckoning) que
lleva como subtítulo: “Juan Pablo II a examen”, libro que
salió a las librerías (en la edición pública, ampliada y actualizada) en 2005
coincidiendo con el anuncio de la beatificación de Juan Pablo II: “Al final de
su largo pontificado y ante el insólito proceso de beatificación, al papa
Wojtyla se le pide cuenta de la causa de Juan Pablo I y de otros asuntos
también importantes”. Es decir, “Se canoniza a uno y no se dice absolutamente
nada del otro”. Recientemente, el escritor colombiano Evelio Rosero ha vuelto a
poner en el candelero la extraña muerte de Juan Pablo I, en una novela:
“Plegaria por un Papa envenenado” (Tusquets, 2014). El Papa Wojtyla, “en lugar
de ordenar clarificar la muerte de un Papa que gozaba de una salud de hierro,
se encargó de cerrar los ojos”.
Otro test para valorar la canonización de Juan Pablo
II es su relación con monseñor Romero. Durante su largo pontificado, Juan Pablo
II hizo del Vaticano una ‘fábrica de santos’: beatificó a 1340 personas y
canonizó a 483 (más que la suma de sus predecesores en los últimos 500 años).
Pero no mostró ninguna prisa ni mucho entusiasmo por hacer lo mismo con
monseñor Romero; un santo no oficial, canonizado por el pueblo como ‘San Romero
de América’; y honrado como tal (fuera de la Iglesia Católica) por otras
denominaciones religiosas de la cristiandad, incluyendo a la Iglesia Anglicana
que lo incluyó en su santoral: es uno de los diez mártires del siglo XX
representados en las estatuas de la Abadía de Westminster de Londres.
Monseñor Romero no tenía muchos apoyos en los palacios
vaticanos. Roma le enviaba ‘visitadores apostólicos’. Él decidió ir a Roma,
para defenderse de las calumnias de algunos compañeros. En su primer encuentro
con Juan Pablo II (mayo de 1979) monseñor Romero le llevó un Dossier con las
flagrantes violaciones de derechos humanos en El Salvador. Se cuenta que,
cuando iba a entregarle al Papa el Dossier, Juan Pablo II le dijo: “no
me traiga muchas hojas que no tengo tiempo de leerlas. Y procure estar de
acuerdo con su Gobierno”. Fue un encuentro desolador. Monseñor Romero salió
llorando. “El Papa no me ha entendido, no puede entender, porque El Salvador no
es Polonia. Romero palpó la incompatibilidad de la diplomacia con la verdad
evangélica: “las curias no podían entenderte: ninguna sinagoga bien montada
puede entender a Cristo” escribe el obispo P. Casaldáliga en su Poema “San
Romero de América, Pastor y Mártir nuestro” (servicioskoinonia.org/romero/poesia).
En su último encuentro con Juan Pablo II, enero de
1980, monseñor Romero encontró más acogida. Juan Pablo II le felicitó por su
defensa de la justicia social, pero advirtiéndole de los peligros del marxismo
incrustado en el pueblo cristiano; a lo que monseñor Romero, con su habitual
espíritu de obediencia, respondió que “el anticomunismo de derechas no defendía
a la religión, sino al capitalismo”. Ya lo había denunciado el 15 de septiembre
de 1978: “hay un ateísmo más cercano y más peligroso para nuestra iglesia: el
ateísmo del capitalismo cuando los bienes materiales se erigen en ídolos y
sustituyen a Dios”.
Cuenta el periodista Juan Arias que en el primer viaje
de Juan Pablo II a América latina, cuando le mencionó el martirio de monseñor
Romero, Juan Pablo II se irritó con él: “Eso aún había que probarlo”. Tras el
asesinato de monseñor Romero (24 marzo 1980) Juan Pablo II lo definió como
“celoso pastor”. Pero nunca lo elogiaba como mártir. Según Robert E. White,
embajador norteamericano en El Salvador (destituido por el presidente Reagan en
1981), Reagan ocultó las pruebas del asesinato de monseñor Romero (Ya,
4-2-1984; El día de la cuenta, pág. 387). En la capital del país más
poderoso de la tierra, a Juan Pablo II ya le han erigido un Santuario Nacional
(“Culto papal y culto imperial”
de Jesús López).(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus
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