TRES MIRADAS A ‘EVANGELII GAUDIUM’
José Ignacio González Faus
Josep M. Rovira Belloso
Luis González-Carvajal Santabárbara
Tres reconocidos teólogos españoles comparten aquí
con nuestros lectores algunas de las reflexiones que les ha sugerido la lectura
de la exhortación apostólica Evangelii
gaudium, considerada ya por muchos como la hoja de ruta del papa Franciscoal
frente de la Iglesia
católica. De sus respectivos comentarios se deduce que este documento no solo
marcará el pulso y el curso del actual pontificado, sino que traza las grandes
líneas de lo que supone ser cristiano en el mundo de hoy.
1.-
Lo mejor de “La alegría del Evangelio”
José Ignacio González Faus - Responsable del área
teológica de Cristianismo y Justicia
El alma de la
pasada exhortación del papa Franciscosobre la alegría del Evangelio me parece
que radica en esta frase: “El Evangelio es el mensaje más hermoso que tiene
este mundo” (núm. 277). Qué bien dicho: no se trata de tener la razón ni de “la
religión verdadera” que está por encima de todo. Se trata de una oferta, de un
anuncio que yo también considero el más hermoso que he recibido: la revelación
del amor increíble de Dios a los hombres, visibilizado en el envío y la entrega
de Su Hijo.
De esa oferta
increíble se sigue este párrafo central: “Cada persona humana es digna de
nuestra entrega. No por su aspecto, sus capacidades... o las satisfacciones que
nos brinde, sino porque es obra de Dios, criatura suya. Él la creó a su imagen
y refleja algo de su gloria. Todo ser humano es reflejo de la ternura infinita
del Señor y Él mismo habita en su vida... Más allá de toda apariencia, cada uno
es inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega. Por eso, si
logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de
mi vida” (núm. 274, subrayado del original). He aquí el meollo del
cristianismo.
Y de este venero
tan rico, brota un hilo conductor del texto que me parece estar en la igualdad
entre todos los seres humanosy que Francisco prefiere expresar con la palabra
“equidad”, la cual ayuda a percibir mejor cómo toda desigualdad, toda inequidad
es una auténtica iniquidad. Curiosamente, y siguiendo la misma intuición que
movió al Vaticano II (en la constitución sobre la Iglesia en el mundo), esto
le lleva a la raíz última de casi todas las desigualdades, que está en el campo
económico. Y le inspira algunas de las formulaciones más diáfanas y valiosas de
todo el documento. Eso es lo que me gustaría mostrar aquí.
Esa radicación en
lo económico actúa en dos niveles: uno más primario, que se expresa en una
serie de consideraciones globales sobre la realidad de pobres y enfermos
(protagonistas de los evangelios, no lo olvidemos). Y otro que concreta lo
dicho sobre los pobres con algunas reflexiones sobre nuestro (des)orden
económico tan profundamente empobrecedor. Si algún piadoso cree que eso es un
reduccionismo materialista, recuerde la frase de N. Berdiaeffque no deberíamos
cansarnos de repetir y que parece animar todo el documento: “El pan para mí es
un problema material; el pan para mi hermano es un problema espiritual”. Luego,
estas consideraciones hacia fuera implicarán otras hacia dentro que diseñen
cómo debemos ser nosotros y la
Iglesia para poder realizar esa misión 1. Vamos a ir viéndolo.
1. Los pobres
“El kerygmatiene un
contenido ineludiblemente social” (núm. 177). Es decir: “Existe un vínculo
inseparable entre nuestra fe y los pobres”, el cual nos debe llevar a
“privilegiar... no tanto a los amigos y vecinos ricos, sino sobre todo a los
pobres y enfermos, a esos que suelen ser despreciados y olvidados, a aquellos
que no tienen con qué recompensarte” (núm. 48).
Si las cosas son
así, y lo son, se sigue una advertencia estremecedora para todas las gentes
religiosas: “Hacer oídos sordos al clamor de los pobres, cuando nosotros somos
los instrumentos de Dios para escuchar al pobre, nos sitúa fuera de la voluntad
del Padre” (núm. 187). Sin una opción preferencial por los pobres, todo anuncio
del Evangelio corre el riesgo de ser incomprendido y de ahogarse en ese “mar de
palabras al que la sociedad de la comunicación nos somete cada día” (núm. 199).
Y, para evitar
escapatorias, convendrá subrayar una conclusión bien clara: “Ninguna
hermenéutica eclesial tiene derecho a relativizar ese mensaje tan claro, tan
directo, simple y elocuente. (...) No nos preocupemos solo por no caer en
errores doctrinales... A los defensores de ‘la ortodoxia’ se dirige a veces el
reproche de pasividad, de indulgencia o de complicidad culpables respecto a
situaciones de injusticia intolerables” (núm. 194).
2. El desorden económico
Es fácil predecir
que las consecuencias económicas del apartado anterior van a resultar
explosivas. Si matar es pecado, hay que proclamar que “nuestra economía mata” y
excluye: “No puede ser que no sea noticia un anciano que muere de frío en la
calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa... No se puede
tolerar que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre” (núm. 53) 2. Pero así es ya, sí se
tolera. Sin citarlos, se encara aquí Francisco con todos los defensores de la
teoría del “goteo” (del derrame, en lenguaje del documento), según la cual,
cuando los ricos tienen mucho, rebosan de sus copas bienes suficientes que
alimentan a los pobres. Según el obispo de Roma, “esa opinión, que jamás ha
sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la
bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados
del sistema económico imperante” (núm. 54). La realidad es, más bien, que
“mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la
mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz”. Y eso
es “¡la negación de la primacía del ser humano!” (núm. 55).
Naturalmente, les
ha faltado tiempo a los fundamentalistas del Tea Party para clamar
escandalizados que “eso es marxismo puro”. Hay que agradecer esta reacción,
porque pone en evidencia la ignorancia de todos esos partisanos del
neoliberalismo más cruel: no tienen ni remota idea de lo que es marxismo. Y
recurren al consabido truco de etiquetar con una palabra que les parece
malsonante todo aquello que les molesta (yo viví algo de este modo de
argumentar en mi infancia, cuando demandas razonables de cambio en la Iglesia se rechazaban con
un indignado “eso es protestantismo”. Luego vino el Vaticano II y aceptó muchas
de aquellas cosas “protestantes”). Estos buenos “teapartysanos” parecen creer
que el mundo se divide en dos: su egoísmo (que es la verdad) y todo lo
contrario a ese egoísmo (que es marxismo). Deberían leer y meditar el párrafo
de Francisco con que abríamos esta exposición.
Pero el hecho es
que, ante la situación antes descrita, el Papa reclama “un cambio de actitud
enérgico por parte de los dirigentes políticos” (núm. 58), y avisa que, sin ese
cambio, “será imposible erradicar la violencia... que tarde o temprano
provocará su explosión” (núm. 59): porque “la inequidad genera una violencia
que las carreras armamentistas no resuelven ni resolverán jamás” (núm. 60). No
aduce, por inútiles, las lógicas consideraciones morales contra esa evidencia:
simplemente, dice que será inevitable.
Y esa reacción
violenta solo podrá evitarse aceptando lo que hoy más nos negamos a aceptar:
“El salario justo[que] permite el acceso adecuado a los bienes destinados al
uso común” (núm. 192). Ya es otra bomba la mera expresión “salario justo”, hoy
que hemos puesto de moda hablar hipócritamente de “moderación salarial”,
evitando toda calificación moral. Y así, sin darnos cuenta, nos atrevemos a
proclamar la afirmación que más pone en cuestión nuestro sistema: que solo los
salarios injustoscrean puestos de trabajo. Pero eso, ¿es trabajo o esclavitud?
¿Es justo un sistema que solo puede funcionar con injusticias graves?
Me pregunto cómo
recibirán estas verdades nuestros gobernantes, dado que varios de ellos se
declaran católicos, y todos pretenden que su partido se inspira en el
“humanismo cristiano”, pese a que sus políticas hayan sido literalmente
inhumanas y anticristianas, y sin percibir que están confundiendo un
individualismo egoísta y competitivo con el personalismo comunitario y
solidario del humanismo cristiano. Pero el hecho es que algunas de las frases
citadas suenan como respuestas literales a declaraciones de nuestro Gobierno;
aunque sé bien que, en última instancia, no es a ellos, sino al FMI, a quien
parecen ir dirigidas 3.
En cualquier caso,
y para concluir: “La necesidad de resolver las causas estructurales de la
pobreza no puede esperar...Los planes asistenciales que atienden ciertas
urgencias solo deberían pensarse como respuestas pasajeras. Mientras no se
resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía
absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas
estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva
ningún problema” (núm. 202). Los subrayados son míos. Los he destacado porque,
el mismo día en que redacto este comentario, la prensa de Barcelona destaca en
titulares que “se desborda la solidaridad en la recogida para el banco de
alimentos”. De acuerdo con el texto citado de Francisco, creo que lo que se
desbordó fue la generosidad (y ojalá continúe desbordándose).
Pero esa
generosidad no da más que “respuestas pasajeras”. Y lo urgente es una
solidaridad que atienda a las causas estructurales que crean esas situaciones
desesperadas.
3. Una mística imprescindible
Por supuesto,
Francisco sabe bien que, en todo lo anterior, hay mucho más que imperativos
éticos. Se necesita una verdadera experiencia espiritual del valor absoluto de
cada persona, junto a la fuerza que suele brotar de toda mística auténtica. La
exhortación deja esto muy claro, ya desde el canto a la alegría con que se
abre. Y luego aprovecha para aliñar con algunos matices importantes los
actuales afanes de búsqueda de experiencias místicas. Por ejemplo, “la vuelta a
lo sagrado y las búsquedas espirituales que caracterizan a nuestra época son
fenómenos ambiguos” (núm. 89), porque “se debe rechazar la tentación de una
espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las
exigencias de la caridad y con la lógica de la encarnación” (núm. 262). Pues
“la contemplación que deja fuera a los demás es un engaño” (núm. 281). No debe
de ser casualidad que todas estas místicas hodiernas que olvidan la centralidad
de los pobres en la misma experiencia mística sean luego reticentes a la hora
de aceptar la
Encarnación.
4. Una Iglesia para esa misión
Tras estas
reflexiones “misioneras”, siguen otras sobre la Iglesia hacia dentro, que
reclaman “una impostergable renovación eclesial” (núm. 27). Esta reclama,
empalmando con lo anterior, que “todos los cristianos, también los pastores,
están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor” (núm. 183).
Más el reconocimiento de que existen en la Iglesia “unas estructuras y un clima poco
acogedores”, que contribuyen a que “parte de nuestro pueblo bautizado no
experimente su pertenencia a la
Iglesia” (núm. 63).
En esta línea del
cambio estructural, valgan como ejemplos:
§ La necesidad de “descentralización”, porque el papa
no debe “reemplazar a los episcopados locales en el discernimiento de los
problemas”, ni se le puede pedir a él “una palabra completa o definitiva sobre
las cuestiones que afectan a la
Iglesia y al mundo” (núms. 16, 184). Ello exige “escuchar a
todos y no solo a algunos que acaricien los oídos” (núm. 31), como es práctica
habitual en nuestra Iglesia.
§ La necesidad de una profunda readaptación del
lenguaje, porque con frecuencia los fieles, “escuchando un lenguaje
completamente ortodoxo, reciben algo que no responde al verdadero Evangelio de
Jesucristo” (núm. 41) 4.
§ Otra advertencia de “tremenda actualidad” es la de
no acentuar demasiado los preceptos de la Iglesia, “para no convertir nuestra religión en
una esclavitud cuando la misericordia de Dios quiso que fuera libre” (núm. 43).
§ Y, más teológicamente, recordar que la unidad de la Iglesia “nunca es
uniformidad, sino multiforme armonía que atrae” (núm. 117).
Son solo ejemplos.
Pero todos brotan de una preciosa visión global de la Iglesia que vale la pena
citar a pesar de su extensión: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y
manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y
la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia
preocupada por el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y
procedimientos... Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el
temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las
normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos
tranquilos, mientras afuera hay una multitud de hambrientos y Jesúsnos repite
sin cansarse: ‘Dadles vosotros de comer’ (Mc 6, 35)” (núm. 49).
¿Quién no
agradecerá este magnífico texto? Él lleva a rechazar a quienes “se sienten
superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser
inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado” (núm.
94). Y aquí valen las palabras evangélicas: “Quien tenga oídos para oír, que
oiga”.
5. A modo de apéndice secundario
Señalado lo
anterior, que me parece lo esencial y que es enormemente consolador, cabe
comentar otros detalles secundarios sin pretensión de exhaustividad: el texto
es demasiado largo y entra en otros mil campos que, en mi opinión, habrían
quedado mejor en otro momento porque pueden diluir lo anterior. El estilo es
mucho más directo que el de los clásicos documentos pontificios: ha
desaparecido el plural mayestático (Nos...) para dejar paso a un singular
humilde. También llama la atención algo de las citas, como es el empeño por
citar a sus predecesores (y también a muchas conferencias episcopales de todo
el mundo) para mantener una sensación de continuidad, como el escriba sabio del
evangelio que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas. Además de eso, Francisco
echa mano de sus lecturas personales, y encontramos citados a Bernanos, Guardinio
el filósofo argentino Ismael Quiles.
Pero, en este marco, sorprenderá la ausencia de nombres como Rahner, Schillebeeckx,
Congar, Metz, Gutiérrez... Lo destaco solo como dato curioso y porque creo que
algunos de estos nombres habrían aportado posibilidades de formulación más
adaptadas algunas veces a la hermenéutica del hombre de hoy.
Son solo
observaciones accesorias, hechas a vuela pluma. Lo decisivo es no olvidar el
mensaje central. Ojalá no lo olvidemos, de veras.
notas
1. Huelga aclarar que esta sistematización del documento es totalmente
mía, como se verá por lo que diré al final.
2. En este punto, aunque no lo cite, Franciscome parece muy cercano al
economista suizo J. Ziegler, vicepresidente del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, quien sostiene que en
nuestro mundo de hoy “cada niño que muere de hambre es un asesinato”, y que la
deuda de los países periféricos de Europa debería ser auditada y,
probablemente, no debe ser pagada...
3. Así, en la citada demanda de “cambio de actitud enérgico por parte
de los dirigentes políticos” (núm. 58), como también en la advertencia de que,
“ante el conflicto, algunos simplemente lo miran y siguen adelante como si no
pasara nada” (núm. 227).
4. Este tema es mucho más importante de lo que pensamos. Por eso me
atrevo a remitir al apéndice que le dediqué en Otro mundo es posible... desde
Jesús, Sal Terrae, Santander, 2010, págs. 309-312.
2.-
La renovación eclesial pasa por el Evangelio
Josep M. Rovira Belloso - Profesor emérito de la Facultad de Teología de
Cataluña
Evangelii gaudium es
la síntesis de todas las florecillas que el Papa ha dicho o realizado, aquí y
allá, en estos meses de pontificado, reunidas en una exhortación apostólica muy
cercana en rango a una encíclica papal. Ahora ya nadie podrá decir que el
contexto no permite tomar al pie de la letra lo que el Papa ha dicho de paso,
seguramente con otras palabras, dichas en el avión...
No es nada original
decir que la exhortación se presenta como el programa del papa Francisco. Este
programa pone de relieve un tema con muchísimas variaciones: la renovación
eclesial coincide con una Iglesia que escucha a fondo el Evangelio de Jesús y,
por tanto, es fiel a su misión evangelizadora. Cada cristiano encontrará el don
del sentido de la vida si es fiel al testimonio evangelizador, fruto de vivir la Palabra de Dios que es
Jesucristo y de expresarla con palabras humanas que nos acercan a la gente.
Para exponer con
objetividad las grandes líneas de este programa, no hay más que transcribir
algo que el papa Francisco dice en la Introducción. En
efecto, después de ponderar la alegría espiritual que comunica la novedad del
Evangelio (núm. 14), expone estas grandes líneas:
§ Reforma de la Iglesia a partir de su misión evangelizadora.
§ La Iglesia ha de entenderse en consecuencia como la
totalidaddel Pueblo de Dios que evangeliza.
§ Inclusión social de los pobres en la sociedad y en la Iglesia.
§ La paz y el diálogo social.
§ Las motivaciones espirituales para la tarea
misionera.
Sin olvidar, por
fin, las tentaciones de los evangelizadores y la homilía de los ministros. La
homilía es importantísima: merece estar entre los grandes ejes de la
exhortación.
Ahora destacaré una
serie de puntos significativos, importantes. Los señalaré también con
objetividad, puesto que los acompaño con palabras mismas del Papa; pero con
cierta subjetividad, porque elijo los que me han impactado:
1. Colegialidad. Sinodalidad. Una llamada a la colegialidad, entendida en la
práctica como “descentralización” (núm. 16). También en el núm. 33 se alude a
la sinodalidad: “Lo importante es no caminar solos, contar siemprecon los
hermanos y, especialmente, con la guía de los obispos, en un sabio y realista
discernimiento pastoral”.
2. La parroquia. La parroquia se supone que está “en contacto con los hogares y con la
vida del pueblo”, para que “no se convierta en una prolija estructura separada
de la gente o en grupo de selectos que se miran a sí mismos” (núm. 28).
3. Jerarquía de verdades. Algunas verdades reveladas “son más importantes por
expresar más directamente el corazón del Evangelio. En este núcleo fundamental,
lo que resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en
Jesucristo muerto y resucitado” (núm. 36), según la jerarquía de verdades
enseñada por el Vaticano II, en Unitatis Redintegratio, núm. 11.
4. “En el mensaje moral de la Iglesia también hay una jerarquía, en las virtudes y en los actos que de ellas proceden. Allí lo que
cuenta es, ante todo, ‘la fe que se hace activa por la caridad’. Las obras de
amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia interior
del Espíritu” (núm. 37). Si no se observa esta armonía evangélica, solo se dará
testimonio de algunos acentos doctrinales o morales “sin olor de Evangelio”.
5. Iglesia abierta y misericordiosa. “La
Iglesia esta llamada a ser la casa abierta del Padre. Uno de
los signos concretos de esa apertura es tener templos con las puertas abiertas
en todas partes”. (...) “Pero hay otras puertas que tampoco se deben cerrar.
Todos pueden participar de alguna manera en la vida eclesial, todos pueden
integrar la comunidad, y tampoco las puertas de los sacramentos deberían
cerrarse por una razón cualquiera. Esto vale sobre todo cuando se trata de ese
sacramento que es ‘la puerta’, el Bautismo. La Eucaristía, si bien
constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los
perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles” (núm. 47).
6. “La
alegría de vivir frecuentemente se apaga, incluso en los países ricos” (núm. 52). He aquí una de las causas: el
becerro de oro “ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo
del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo
verdaderamente humano” (núm. 55). “Mientras las ganancias de unos pocos crecen
exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar”
(núm. 56). Todo por los intereses de “un mercado divinizado” (Ibid.). Es
necesaria una “reforma financiera que no ignore la ética” (núm. 58).
7. Un
cristianismo de devociones dispersas se contrapone a un cristianismo de fe,
esperanza y caridad como respuesta a Cristo, centro y fundamento de todo el proceso de la fe: “Hay cierto
cristianismo de devociones propio de una vivencia individual y sentimental de
la fe” (núm. 70). Pero no se debe juzgar negativamente a quien tiene devociones
que dan sentido a su vida, cuando estas devociones llevan al sujeto que las
practica al amor a sus hermanos.
8. ¿Cómo entender la Iglesia? El Pueblo de Dios que evangeliza “hunde sus raíces
en la Trinidad,
pero tiene su concreción en la historia de un Pueblo peregrino y evangelizador,
lo cual siempre trasciende toda necesaria expresión institucional (núm. 111). “La Iglesia tiene que ser el
lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido,
amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (núm.
114). La Iglesia
ha de fomentar la “inculturación” (la revelación presentada a partir y en la
cultura aborigen) y el “sentido de la fe” del Pueblo fiel. Así, la “piedad
popular” es la revelación expresada en la “cultura de los sencillos” (núms.
122-126).
9. “El kerygma es trinitario”. (El kerygmaes el primer anuncio explícito de Cristo,
“que debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora”). “Es el fuego del
Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo, que,
con su muerte y resurrección, nos revela y nos comunica la misericordia
infinita del Padre” (núm. 164).
10. “Evangelizar es hacer presente en el mundo el
Reino de Dios” (núm. 176). “El
kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del
Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros. El contenido
del primer anuncio tiene una inmediata repercusión moral cuyo centro es la
caridad” (núm. 177).
11. La idea y la realidad. “No poner en práctica, no llevar a la realidad la Palabra, es edificar sobre
arena, permanecer en la pura idea y degenerar en intimismos y gnosticismos que
no dan fruto, que esterilizan su dinamismo” (núm. 233).
12. El diálogo social como contribución a la paz. “En el diálogo con los hermanos ortodoxos, los
católicos tenemos la posibilidad de aprender algo más sobre el sentido de la
colegialidad episcopal y sobre su experiencia de la sinodalidad. (...) El
Espíritu puede llevarnos cada vez más a la verdad y al bien” (núm. 246).
“Un diálogo en el
que se busquen la paz social y la justicia es en sí mismo, más allá de lo
meramente pragmático, un compromiso ético que crea nuevas condiciones
sociales”, hasta encontrar “purificación y enriquecimiento” (núm. 250).
“Los creyentes nos
sentimos cerca también de quienes [aun siendo no creyentes] buscan sinceramente
la verdad, la bondad y la belleza, que para nosotros tienen su máxima expresión
y su fuente en Dios” (núm. 257).
La exhortación
acaba con la confianza plena en la intercesión de María, a quien dirige una
bellísima plegaria.
Aviso: quienes encuentren muy larga la
exhortación, y esto les tiente a no leerla, no se desanimen. La pueden tomar
como un libro de lectura espiritual, del que es bueno leer cuatro páginas
diarias.
3.-
El programa del Papa Francisco
Luis González-Carvajal Santabárbara - Profesor
jubilado de la Facultad
de Teología de la Universidad
Pontificia Comillas
Aunque oficialmente
la primera encíclica del papa Francisco fue Lumen fidei (29 de junio de 2013),
como estaba redactada prácticamente en su totalidad por Benedicto XVI, el
tradicional carácter programático del primer documento de un papa quedó
aplazado para el siguiente, que ha resultado ser la exhortación apostólica
Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013). Expresamente, dice en el núm. 25:
“Lo que trataré de expresar aquí tiene un sentido programático y consecuencias
importantes”.
La
barca de
Pedro abandona el puerto
Quizás una
“parábola” con la que Joseph Bouchaudexpresó la impresión producida por Juan XXIII
podríamos aplicarla con más motivo todavía al papa Francisco. Además de algunas
adaptaciones obvias, voy a resumirla, porque el texto original tiene cinco
páginas:
Había una vez un
barco, un viejo y hermoso barco que llevaba mucho tiempo anclado en el muelle.
La vida a bordo tenía distinción. Los oficiales estaban ataviados con uniformes
de distintos colores –negros los de más baja graduación, violáceos y rojos otros–,
a los que algunos habían añadido adornos (capas, armiños, condecoraciones...).
Las relaciones entre los mandos superiores y los subalternos se regían por un
ceremonial cargado de ampulosos ritos y reverencias. En realidad, la vida a bordo
resultaba fácil porque todo cuanto había que hacer u omitir estaba regulado por
un reglamento muy preciso que todos observaban escrupulosamente.
Como es lógico, en
el barco había también marineros, aunque apenas se les veía en cubierta.
Trabajaban en las bodegas y en la sala de máquinas, a pesar de que el cuidado
de los motores no era demasiado importante en un navío que no abandona nunca el
puerto.
Las señoras
venerables que paseaban por el muelle se decían unas a otras: “Ese barco es mi
preferido; es un barco muy fiel, no se mueve nunca de su sitio”.
Un día se jubiló el
capitán y, cumpliendo el reglamento de régimen interno, los oficiales de
uniforme rojo se reunieron para nombrar un nuevo capitán y eligieron a uno de
ellos, ya de edad avanzada, que subió con cierta dificultad la escalera que
conduce al puesto de mando. Y, de repente, se le oyó decir algo que dejó
petrificados a todos:“Levad anclas, ¡rumbo a la mar!”. Uno de los oficiales se
atrevió a preguntar: “¿Hemos entendido bien? ¿Podría repetir...?”. Y el capitán
repitió con voz muy clara: “He dicho: ¡rumbo a alta mar!”.
Entre los oficiales
se extendió un murmullo que acabó convirtiéndose en clamor: “¡Está
completamente loco, se va a hundir el barco!”. En cambio, muchos marineros se
alegraron, viendo que se acababa la monotonía.
Cuando la tierra
desapareció de la vista se desencadenó una tempestad, y entonces todos cayeron
en la cuenta de que el reglamento vigente en el puerto no servía para alta mar.
Algunos gritaban, muertos de miedo: “Volvamos al puerto, que nos hundimos”;
pero, al fin y al cabo, los barcos están hechos para navegar. Y empezó a
cambiar el reglamento 1.
El programa del
papa Francisco es, en esencia, una pastoral misionera; y una pastoral misionera
no espera a que la gente visite el barco, sino que va a buscarla allá donde
esté. Dicho como en la parábola de Bouchaud, el barco abandona el puerto y pone
rumbo a alta mar. La Iglesia
–dice el Papa– debe ser una comunidad “en salida” (EG, 23). Y no le preocupan
los riesgos que pueda correr el barco alejándose del puerto: “Prefiero –dice–
una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una
Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias
seguridades” (EG, 49).
El papa Francisco
coincide con la parábola en que el reglamento válido para el puerto no sirve
para alta mar: “La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo
criterio pastoral del ‘siempre se ha hecho así’” (EG, 33). “En su constante
discernimiento, la Iglesia
puede llegar a reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo
del Evangelio [... que] pueden ser bellas, pero ahora no prestan el mismo
servicio en orden a la transmisión del Evangelio. No tengamos miedo de
revisarlas” (EG, 43).
Una
Iglesia con rostro amable
Una pastoral
misionera requiere también que el barco de la Iglesia resulte acogedor
para quienes suban a bordo.
La Iglesia –dice el Papa– debe tener las puertas abiertas.
“Uno de los signos concretos de esa apertura es tener templos con las puertas
abiertas en todas partes. (...) Pero hay otras puertas que tampoco se deben
cerrar. Todos pueden participar de alguna manera en la vida eclesial, todos
pueden integrar la comunidad, y tampoco las puertas de los sacramentos deberían
cerrarse por una razón cualquiera. Esto vale sobre todo cuando se trata de ese
sacramento que es “la puerta”, el Bautismo. (...) A menudo nos comportamos como
controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana;
es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (EG,
47).
En mi opinión, esto
habría requerido un poco más de precisión. Leído así, podría parecer que no
debemos ver problema en admitir al bautismo o al sacramento del matrimonio a
personas que lo solicitan por no disgustar a los abuelos o porque es más
vistosa la ceremonia en la iglesia que en el juzgado, lo cual arruinaría todos
los esfuerzos hechos después del Concilio para que los sacramentos no sean
actos sociales, sino celebraciones de la fe. Ciertamente, no puede ser eso lo
que el Papa tiene en la mente, puesto que más adelante critica que “en muchas
partes hay una sacramentalización sin otras formas de evangelización” (EG, 63).
El ejemplo que
empleó en la homilía del 25 de mayo en la capilla de Santa Marta es fundamental
para entender que no está cuestionando la necesidad de la fe para recibir esos
sacramentos, sino el rigorismo moral: imaginemos –dijo– una madre soltera que
va a la parroquia para bautizar al niño y le niegan el sacramento por no estar
casada. “Esta joven, que tuvo la valentía de llevar adelante el embarazo y no
abortar, ¿qué encuentra? Una puerta cerrada. Esto les sucede a muchas. Esto no
es un buen celo pastoral. Aleja del Señor, no abre las puertas. Y así, cuando
vamos por este camino, con esta actitud, no hacemos bien a la gente, al Pueblo
de Dios. Jesús instituyó siete sacramentos y nosotros, con esta actitud,
instituimos el octavo, el sacramento de la aduana pastoral” 2.
Contra
el rigorismo moral
“La Iglesia –dice la
exhortación apostólica– tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita,
donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir
según la vida buena del Evangelio” (EG, 114). “La tarea evangelizadora (...)
procura siempre comunicar mejor la verdad del Evangelio en un contexto
determinado, sin renunciar a la verdad, al bien y a la luz que pueda aportar
cuandola perfección no es posible” (EG, 45; las cursivas son mías).
Las últimas
palabras me parecen muy importantes, porque a veces lo mejor es enemigo de lo
bueno –algo ignorado a menudo durante los pontificados anteriores– y podrían
ser liberadoras para muchos que están viviendo situaciones difíciles. Pongamos
un ejemplo concreto referido a los cristianos que tienen una orientación
homosexual. La doctrina oficial de la Iglesia dice que, sin renunciar al amor ni a la
creatividad en el servicio a los demás, deben renunciar a la actividad y a las
expresiones homosexuales. Ciertamente, no es un ideal inasequible, puesto que
muchos de ellos lo consiguen (igual, por otra parte, que muchas personas
heterosexuales, sin tener vocación de célibes, renuncian a mantener relaciones
sexuales por haberse quedado solteras contra su voluntad, haber enviudado o
haberse divorciado; y eso no les impide mantener la alegría de vivir porque
realizan una magnífica labor en el campo del arte, de la ciencia, de la
educación o del voluntariado social y eclesial). Sin embargo, hay también otros
cristianos homosexuales que no se sienten capaces de alcanzar ese ideal ético y
están practicando una sexualidad muy activa y promiscua. A la luz del núm. 45
de la EG, se les podría invitar –no como ideal absoluto, pero sí como el único ideal
que en estos momentos está a su alcance– a poner fin a la promiscuidad e
intentar vivir un amor fiel con un solo compañero o compañera que sea expresión
de una unidad espiritual.
Esto es lo que en
moral llamamos ley de la gradualidad (de
hecho, el Papa cita a pie de página el núm. 34 de la Familiaris consortio,
en el que Juan Pablo II la menciona).
La ley de la gradualidad dice, en esencia, que, si somos incapaces de vivir en
estos momentos alguno de los ideales éticos propuestos por el Evangelio,
debemos establecer una sucesión de objetivos posibles, entendiéndolos como
etapas intermedias de un itinerario de perfeccionamiento continuo que vaya
acercándonos poco a poco a la meta.
La pregunta que
surge es si esas personas podrían recibir la comunión sin haber llegado a la
meta. A la luz del tratamiento dado por Juan Pablo II a la ley de la
gradualidad, la respuesta solo puede ser negativa. Con lenguaje del mundo de la
educación, él no admitía ninguna “adaptación curricular significativa” que
permitiera aprobar a quienes no fueran capaces de alcanzar los objetivos
generales: “La llamada ‘ley de gradualidad’ –dice– no puede identificarse con
la ‘gradualidad de la ley’, como si hubiera varios grados o formas de precepto
en la ley divina para los diversos hombres y situaciones” (FC, 34 e). En
cambio, el papa Francisco no pone el acento en lo que les falta para alcanzar
el ideal ético, sino en lo que han conseguido: “Sin disminuir el valor del
ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas
posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día. A
los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de
torturas, sino el lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a hacer
el bien posible. Un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede
ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre
sus días sin enfrentar importantes dificultades” (EG, 44). Además, poco antes
había dicho que “la
Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida
sacramental, no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un
alimento para los débiles. Estas convicciones también tienen consecuencias
pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia” (EG, 45;
las cursivas son mías).
Así pues, la
exhortación apostólica anuncia posteriores concreciones. La cuestión decisiva
es quién las hará. Recordemos la famosa frase del Conde de Romanones, que se ha
convertido en un aforismo: “Hagan otros las leyes y que me dejen a mí hacer los
reglamentos”, porque “con un reglamento a mi gusto, convierto en ineficaz la ley
que más me disgusta” 3.
Eso pasó en buena parte con “las leyes” hechas por el Vaticano II y podría
volver a ocurrir con las del papa Francisco. Pero si los posteriores
“reglamentos” fueran más tolerantes que los actuales, nadie debería
escandalizarse, dado que estamos viviendo con toda naturalidad esa tolerancia
en los temas de moral social, al no negar la comunión eucarística a muchos
cristianos que están muy lejos de vivir las exigencias sociales del
cristianismo.
Naturalmente,
muchas más cosas merecerían ser comentadas, pero el espacio disponible en estas
páginas impone unos límites.
notas
1. La parábola es de Joseph BOUCHAUD, Los cristianos del primer amor,
Sociedad de Educación Atenas, Madrid, 1972, pp. 83-87.
2. FRANCISCO, Meditaciones durante las misas celebradas en la capilla
de Santa Marta: Ecclesia, nº 3.690-3.691 (31 de agosto y 7 de septiembre de
2013), 1.289.
3. CONDE DE ROMANONES,Breviario de política experimental, Ed. Plus
Ultra, Madrid, 1974, p. 89.