No existe una familia armenia que no haya perdido a
un ser querido durante el ‘Gran Mal’, mensaje del Papa
No existe una familia armenia que
no haya perdido a un ser querido durante el ‘Gran Mal’, así lo indica un
mensaje del Papa Francisco para los armenios que entregó al finalizar la Misa
del domingo de la Divina Misericordia con ocasión del centenario del martirio
armenio y con el rito de la proclamación como Doctor de la Iglesia de San
Gregorio de Narek.
Al término de la celebración
eucarística en la Basílica de San Pedro, el obispo de Roma se reunió en la
Capilla de la Piedad y entregó personalmente este mensaje al Presidente de
la República de Armenia, Serž Sargsyan; al Patriarca de la Iglesia
Armenio-Católica, Su Beatitud Nerses Bedros XIX y a los Patriarcas de la
Iglesia Apostólica Armenia, Su Santidad Karekin II, quien es al Patriarca
supremo y Catolicós de todos los armenios y a Su Santidad Aram I, quien es el
Catolicós de la Gran Casa de Cilicia.
En su mensaje, el Pontífice cita
la Declaración común de san Juan Pablo II y Karekim II para recordar que ha
transcurrido un siglo de aquella horrible masacre “que fue un verdadero
martirio para su pueblo, en el cual muchos inocentes murieron como confesores y
mártires en el nombre de Cristo”.
“Hacer memoria de lo que ha
sucedido es un deber no solo para el pueblo armenio y para la Iglesia
universal, sino también para toda la familia humana” para evitar recaer en
horrores similares, que ofenden a Dios y a la dignidad humana, explica el
Papa.
Por último, el Pontífice asegura
su cercanía en la ceremonia de canonización de los mártires de la Iglesia
Armenia Apostólica que se llevará a cabo el próximo 23 de abril en la
Catedral de Etchmiazin y a las conmemoraciones que se realizarán en Antelias en
julio.
Traducción del mensaje completo:
Queridos hermanos y hermanas armenios,
Ha transcurrido un siglo de aquella horrible
masacre que fue un verdadero martirio para su pueblo, en el cual muchos
inocentes murieron como confesores y mártires en el nombre de Cristo (cfr. Juan
Pablo II y Karekin II, Declaración común, Etchmiadzin, 27 septiembre 2001). No
existe una familia armenia todavía hoy, que no haya perdido en aquel evento
alguien de sus seres queridos: de verdad fue el ‘Metz Yeghern’, el ‘Gran Mal’,
como han llamado aquella tragedia. En este aniversario tengo un sentimiento de
fuerte cercanía a su pueblo y deseo unirme espiritualmente a las oraciones que
se elevan de sus corazones, de sus familias, de sus comunidades.
Se nos ha dado una ocasión propicia para rezar juntos
en esta celebración, en la cual proclamamos Doctor de la Iglesia a san Gregorio
de Narek. Expreso viva gratitud por la presencia de Su Santidad Karekin II,
Supremo Patriarca y Catolicós de Todos los armenios, Su Santidad Aram I,
Catolicós de la Grande Casa de Cilicia y a su Beatitud Nerses Bedros XIX,
Patriarca de Cilicia de los Armenios Católicos.
San Gregorio de Narek, monje del siglo X, más que
ninguno ha sabido expresar la sensibilidad de su pueblo, dando voz al grito,
que se convierte en oración, de una humanidad afligida y pecadora,
oprimida por la angustia de la propia impotencia pero iluminada del esplendor
del amor de Dios y abierta a la esperanza de su intervención salvífica, capaz
de transformar cada cosa. ‘En virtud de su poder, yo creo con una esperanza que
no titubea, en segura espera, refugiándome en las manos del Poderoso… de
ver a Él mismo, en su misericordia y ternura en la herencia de los Cielos’ (San
Gregorio di Narek, Libro de las Lamentaciones, XII).
Su vocación cristiana es muy antigua y se remonta al
año 301, cuando san Gregorio el Iluminador guio hacia la conversión y al
bautismo a Armenia, la primera entre las naciones que en el transcurso de los
siglos han abrazado el Evangelio de Cristo. Aquel evento espiritual ha marcado
de manera indeleble al pueblo armenio, su cultura y su historia, en las que el
martirio ocupa un lugar preeminente, como lo atestigua de forma emblemática el
testimonio del sacrificio de san Vardan y de sus compañeros en el siglo V.
Su pueblo, iluminado por la luz de Cristo y con su
gracia, ha superado tantas pruebas y sufrimientos, animados por la esperanza
que deriva de la Cruz (cfr. Rm 8, 31-39). Como les ha dicho san Juan Pablo II:
“Su historia de sufrimiento y de martirio es una perla preciosa, de la cual
está orgullosa la Iglesia universal. La fe en Cristo, redentor del hombre, les
ha infundido una valentía admirable en el camino, frecuentemente muy similar a
aquella de la cruz, sobre la cual han avanzado con determinación, con el
propósito de conservar su identidad de pueblo y de creyentes” (Homilía, 21
noviembre 1987).
Esta fe ha acompañado y apoyado su pueblo también en
el trágico evento de hace cien años que “generalmente es definido como el
primer genocidio del siglo XX” (Juan Pablo II y Karekin II, Declaración común,
Etchmiadzin, 27 septiembre 2001). El Papa Benedicto XV, quien condenó como “masacre
inútil” a la Primera Guerra Mundial (AAS, IX [1917], 429), se esforzó hasta el
último momento para impedirlo, retomando los esfuerzos de mediación realizados
por el Papa León XIII delante de estos ‘fatales eventos’ de los años 1894-96.
Por eso, escribió al sultán Mahoma V, implorando que fueran evitados tantos
inocentes (cfr. Carta del 10 septiembre 1915) y fue también él quien, en el
Consistorio Secreto del 6 de diciembre de 1915, afirmó con vibrante
consternación: ‘Miserrima Armenorum gens ad interitum prope ducitur’, (AAS, VII
[1915], 510).
Hacer memoria de lo que ha sucedido es un deber no solo para el pueblo armenio y
para la Iglesia universal, sino también para toda la familia humana,
porque la enseñanza que surge de esta tragedia nos libere de recaer en horrores
similares, que ofenden a Dios y a la dignidad humana. También hoy, de hecho,
estos conflictos a veces degeneran en violencias injustificables fomentadas,
instrumentalizando las diversidades étnicas y religiosas. Todos aquellos que han
sido puestos al frente de las Naciones y de las Organizaciones internacionales
están llamados a oponerse a tales crímenes con firme responsabilidad, sin ceder
a ambigüedades y compromisos.
Este doloroso aniversario sea para todos un motivo de
reflexión humilde y sincera y de apertura del corazón al perdón, que es fuente de paz y de
esperanza renovada. San Gregorio de Narek, formidable intérprete del ánimo
humano, parece pronunciar para nosotros palabras proféticas: ‘he cargado
voluntariamente todas las culpas, desde aquellas del primer padre hasta
aquellas del último de sus descendientes, y me he considerado responsable
(Libro de las Lamentaciones, LXXII). ¡Cuánto nos conmueve su sentimiento de
universal solidaridad! Como nos sentimos pequeños de frente a la grandeza
de sus invocaciones: ‘Recuerda, [Señor]… quienes en la estirpe humana son
nuestros enemigos, pero por su bien: cumple en ellos perdón y misericordia (…)
No extermines aquellos que me muerden: ¡transfórmalos! Extirpa la viciosa
conducta terrena y radica aquella buena en mí y en ellos’ (ibid, LXXXIII).
Dios conceda que se retome al camino de reconciliación
entre el pueblo armenio y el turco, y la paz surja también en Nagorno Karabakh. Se trata
de pueblos que, en el pasado, a pesar de contrastes y tensiones, han vivido
largos períodos de convivencia pacífica, incluso en el torbellino de las
violencias se han visto casos de solidaridad y de ayuda recíproca. Solo con
este espíritu las nuevas generaciones pueden abrirse a un futuro mejor y el
sacrificio de muchos puede convertirse en semilla de justicia y de paz.
Que para nosotros cristianos, sea sobretodo un tiempo
fuerte de oración, de modo que la sangre derramada, por la fuerza redentora del sacrificio
de Cristo, realice el prodigio de la plena unidad entre sus discípulos. En
particular refuerce los vínculos de amistad fraterna que ya unen a la Iglesia
Católica con la Iglesia Armenia Apostólica. El testimonio de tantos
hermanos y hermanas que, indefensos, han sacrificado la vida por su fe, une a
las diversas confesiones: es el ecumenismo de la sangre, que condujo san Juan
Pablo II a celebrar juntos, durante el Jubileo del 2000, todos los mártires del
siglo XX. También la celebración de hoy se sitúa en este contexto espiritual y
eclesial. En este evento participan representantes de nuestras dos Iglesias y
se unen espiritualmente numerosos fieles dispersos por el mundo, en un signo
que refleja sobre la tierra la comunión perfecta que existe entre los beatos
espíritus del cielo.
Con ánimo fraterno, aseguro mi cercanía en ocasión de
la ceremonia de canonización de los mártires de la Iglesia Armenia
Apostólica, que tendrá lugar el próximo 23 de abril en la Catedral de
Etchmiadzin, y a las conmemoraciones que se realizarán en Antelias en julio.
Confío a la Madre de Dios estas intenciones con las
palabras de san Gregorio de Narek:
“O pureza de las Vírgenes, corifea de los beatos,
Madre del edificio inquebrantable de la Iglesia,
Madre del Verbo inmaculado de Dios,
(…)
Refugiándonos bajo las alas de defensa de tu
intercesión,
Alzamos nuestras manos hacia ti,
Y sin esperanza dudosa creemos que somos salvados”
(Panegírico a la Virgen).
Vaticano, 12 de abril de 2015.
P,D. Turquia ha retirat l'ambaixador del VATICÂ