Los lobos regresan al Vaticano
Los sectores de la Curia que
atacaron a Benedicto XVI tratan de impedir que Francisco acuerde con Italia el
fin del banco de la Santa Sede como paraíso fiscal
El papa
Francisco junto al rey Felipe de Bélgica, este lunes
GABRIEL
BOUYS (EFE)
Los lobos del Vaticano, aquellos sectores poderosos de
la Curia que acosaron a Benedicto XVI hasta lograr su renuncia en febrero de 2013, han regresado.
Desde entonces habían permanecido agazapados, contemplando no sin cierto disgusto
los intentos de apertura de Francisco hacia las nuevas familias o ese discurso
social suyo, tan poco académico, que ha logrado recuperar la confianza de
muchos católicos en su Iglesia y la mirada hacia Roma de los principales
líderes mundiales. Pero ahora, justo cuando Jorge
Mario Bergoglio pretende arrojar luz de una vez por todas sobre las finanzas vaticanas —aprobando severas leyes
internas de transparencia y negociando con el Gobierno italiano el fin del
Vaticano como paraíso fiscal—, aquellos lobos del poder y el dinero están
intentando evitarlo con las mismas armas que usaron contra Joseph Ratzinger: la
filtración de documentos envenenados para sembrar la duda y la
división entre el Papa y sus ayudantes.
Si, como ya denunció L’Osservatore
Romano, Benedicto XVI era “un pastor rodeado por lobos”,
Francisco es, sencillamente, un hombre solo, tal vez ahora más solo que nunca.
Los miles de fieles que, cada miércoles y cada domingo, abarrotan la plaza de
San Pedro —en tiempos de Benedicto XVI había que fletar autobuses de jubilados
con bocadillo incluido— no se pueden imaginar hasta qué punto Bergoglio sigue
aislado y solo ante la resistencia de poderosos sectores de la Curia.
Ya no se trata de la oposición manifiesta de los conservadores ante el intento de apertura del Papa hacia divorciados vueltos a
casar o parejas gais, ni de la incomodidad de los puristas por su
manera de expresarse. Ahora se trata de evitar a toda costa que Bergoglio y el
hombre que trajo de lejos para poner fin a la bacanal financiera, el cardenal
australiano George Pell, logren su objetivo de convertir al IOR (el Instituto
para las Obras de Religión, el banco vaticano) en lo que no ha sido nunca, una
institución transparente.
Las filtraciones intentan debilitar a Pell —aireando
supuestos dispendios en vuelos, sastrería y sueldo de colaboradores— justo en
el momento en que tanto el primer ministro italiano, Matteo Renzi, como el
portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, han admitido que las
negociaciones para terminar con el secreto bancario en el Vaticano están muy
avanzadas. Renzi, quien en los últimos días ha llegado a acuerdos fiscales con
Suiza, Liechtenstein y Mónaco para eliminar el secreto bancario, ha declarado
que “la Santa Sede está interesada en hacer limpieza” en el IOR y que Italia,
que siempre se ha estrellado contra los gruesos muros del Vaticano, quiere
recuperar “un poco de dinero” de las cuentas de italianos allí depositadas.
También Lombardi ha admitido que las conversaciones
con Italia buscan “la transparencia mediante el intercambio de información con
fines fiscales”. O lo que es lo mismo, la gran operación de limpieza, iniciada
de forma tímida por Benedicto XVI en 2011 y que Francisco continuó cerrando 3.000 cuentas sospechosas
y congelando otras 2.000, está por terminar. Y, aunque es posible que el dinero
más sucio haya huido ya como alma que lleva el diablo, ciertos sectores de la
Curia se resisten a perder esa cierta opacidad que hacía tan atractivo un
paraíso fiscal en el corazón de Roma y a la vez tan lejos de Italia.
El método para sembrar la discordia entre Francisco y
el cardenal Pell es calcado al que logró aislar primero y doblegar después a
Benedicto XVI: la filtración de documentos reservados. “Si se fija”, confía un
alto cargo de la secretaría de Estado, “la filtración de los documentos por
parte de Paolo Gabriele [el entonces mayordomo de Ratzinger]
se inició en 2012 justo cuando el papa Benedicto intentaba reformar el IOR y
las filtraciones interesadas de ahora coinciden con la aprobación de los
estatutos de la nueva secretaría de Economía. Tanto Ratzinger entonces como
Bergoglio ahora perseguían el mismo objetivo, reformar las finanzas vaticanas.
Y las filtraciones —tanto las de entonces como las de ahora— buscan el fin
contrario: impedirlo. Aquel escándalo provocó un gran sufrimiento a Benedicto
XVI y contribuyó a su renuncia; no creo que puedan con Francisco”.
Se cuenta que Jorge Mario Bergoglio, que ha podido
leer en el semanario L’Espresso la transcripción de reuniones internas
donde altos prelados se quejan del gran poder de George Pell y de la
“sovietización” del Vaticano, ha pedido explicaciones al cardenal australiano,
a quien al menos hasta ahora llamaba su “ranger”. Pell le ha pedido al
Papa que, a pesar de las insidias, se siga fiando de él.