EN DEFENSA DE LA AUSTERIDAD
KOLDO ALDAI
KOLDO ALDAI
ECLESALIA, 02/03/15.- La austeridad es una palabra
que ha entrado con fuerza en el debate político y económico actual. No está de
más que analicemos su genuino mensaje apartidista, su vigencia universal. La
oposición a ella, como bandera principal, acaba de llevar a la formación de
Syriza al poder en Grecia. Austeridad poco tiene que ver con pobreza, menos aún
con miseria. Hay palabras que son secuestradas, en cierta medida
re-significadas y que después no es fácil devolverles su eco original.
Reivindicar la austeridad no implica necesariamente arrimarse a las tesis de la
poderosa canciller alemana.
La naturaleza está regida por la ley de la economía,
nunca del exceso. Sólo iniciándonos en unos hábitos más sencillos podremos
comenzar a sentirnos uno con el latido de la vida y la naturaleza. Reivindicamos
la austeridad como un principio que no muere. De sobra sabemos que la Madre
Tierra no puede soportar los caprichos de 7.000 millones de humanos. ¿Algún día
pasaremos el turno a otros o decidiremos simplemente vivir con menos para vivir
todos mejor?
Durante la segunda guerra mundial, en los momentos más
críticos para los aliados, una ejemplar Simone Weil que trabajaba en las
oficinas de la Resistencia francesa en Londres, se autoimpuso, en un alarde de
extrema solidaridad, tomar la misma y exigua ración de comida que ellos hacían
llegar a los miembros de la Resistencia en el interior de la Francia ocupada.
Un fuerte sentimiento de solidaridad nacional llevó a esta mujer extraordinaria
en todos los sentidos a asumir ese grado de autoexigencia. La merma de salud
que ello conllevaba, no debió ser para nada ajena a su pronta muerte por
tuberculosis. Mahatma Ghandi alimentó siempre su esquelético cuerpo con una
sencilla y repetitiva comida, que era la que estaba al alcance del común de los
indios. Nunca contempló excesos.
Olvidamos a los héroes y heroínas, los sacamos de la
historia por que a menudo sus valiosos testimonios nos incomodan. Al borrar
esas memorias, se fue volviendo el mundo al revés, comenzamos a perseguir
palabras y virtudes que hoy tanto nos ayudarían y dignificarían. Van cediendo
las fronteras de todo orden y felizmente nuestra verdadera nación se empieza a
identificar más con la entera Humanidad. Sin embargo no se nos ocurre reducir
nuestro consumo, apretarnos el cinturón para equipararnos los humanos un poco
más. Austeridad es de las palabras más transformadoras, más exigentes con
nosotros mismos y sin embargo hoy en Europa ningún sindicato se suicidaría
enarbolando esa bandera. Defenderla equivale a conservadurismo. El problema es
que la inmensa mayoría de los conservadores defienden seguramente una
austeridad para el prójimo que no afecte a su privilegio.
Austeridad, simplicidad eran lemas pilares de aquel
“mequetrefe en pañales” que llegó a irritar al propio Churchil. Aludimos de
nuevo a uno de los mayores revolucionarios de todos los tiempos y geografías:
Mahatma Ghandi. Su discípulo, Lanza de Vasto, se empleó igualmente en cuerpo y
alma a sembrar esa semilla de auténtico cambio por estos lares. La austeridad
genuina es la que emana de dentro, no la que nadie te impone desde fuera. La
austeridad es la virtud que te invita al desapego de las cosas y que por lo
tanto ensancha el marco de la libertad. Reivindicamos una austeridad que no
viene de Berlín, del FMI, ni del centro de la Unión, sino del centro de
nosotros mismos. En una familia no es fácil que coexistan armoniosamente
grandes diferencias. Nos adherimos a una austeridad que nos reúna y refunde
como gran familia humana, que sobre todo nos vincule con esa gran porción
salpicada por el barro y la miseria, nos ligue a quienes padecen bien hambre,
bien carencias considerables. Reivindicamos una austeridad libremente asumida
que nos iguale un poco a los humanos, que equilibre las abismales e injustas
diferencias económicas y sociales, que nos acerque al hermano que más necesita
y padece.
La austeridad no es sólo una de las formas más
exigentes de solidaridad para con quienes nada tienen, es también una virtud en
cualquiera de sus formas y medidas, porque nos devuelve a nuestra condición de
seres espirituales, no tan sumamente condicionados por la materia. No sé si la
austeridad que impone la señora Merkel es la adecuada. No entraré en un debate
difícil que desconozco al necesario detalle, pero el planeta y la humanidad
agradecerían un austeridad que nos auto-impusiéramos. ¿Por ejemplo las a menudo
complicadas relaciones con el Islam, no tendrán que ver, siquiera en alguna
pequeña medida, con el comprensible recelo de los que tan poco tienen, con
respecto a los que nadan en la abundancia?
Aprender a vivir más austeramente, con menos cosas, es
aprender a llenarnos más de nosotros mismos y de lo grande que en definitiva
nos habita. La auténtica conciencia planetaria se manifiesta prioritariamente
en los hombres y mujeres que han aprendido a vivir sin objetos y servicios
superfluos, sin una existencia en exceso acomodada. Mientras el brillo de un
coche sea la luz que irradie nuestra pretendida felicidad, estaremos perdidos,
ahuecados, vendidos, al albur del primer anuncio televisivo. Vivir con menos no
tiene por lo tanto nada que ver con vivir peor, sino vivir más cerca de quienes
sufren, más arrimados a nosotros mismos. La carrera de la felicidad no consiste
en alcanzar en definitiva quienes más consumen, más al contrario, acercarnos
voluntariamente a quienes de tantas cosas imprescindibles todavía
carecen. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus
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