¡AY DE
VOSOTROS, LOS RICOS¡
JOSÉ MORENO LOSADA, sacerdote capellan de la UEx y consiliario de Acción Católica, jose.moreno.losada@gmail.com
BADAJOZ.
JOSÉ MORENO LOSADA, sacerdote capellan de la UEx y consiliario de Acción Católica, jose.moreno.losada@gmail.com
BADAJOZ.
ECLESALIA, 03/02/14.- «Pero ¡ay de vosotros,
los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que
ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reís ahora!, porque
tendréis aflicción y llanto”. (Lucas,6,24-25)
En estos días, no sé muy bien porqué, recuerdos de la
infancia me vienen a la memoria dejándome un sentir de honda tristeza. Y lo
peor es que esos sentimientos los estoy percibiendo en muchas personas actualmente
y en espacios distintos e inimaginables. Recuerdo que en mi pueblo Granja de
Torrehermosa -medio siglo atrás-, los niños, al atardecer, nos gustaba jugar
“al guante”, a pillarnos unos a otros en la plaza del pueblo, a la sombra de la
torre y en los poyos de la plaza, alrededor de la farola situada en el centro.
En la misma plaza, junto a los bares cercanos, se podía observar una cantidad
ingente de hombres –todos varones- que hablaban entre ellos y pasaban horas y
horas como un quehacer obligado y necesario. Era el lugar donde iban cada día,
a otro juego muy distinto, para ver si eran contratados por los encargados de
las fincas de los señores –que solían vivir en las capitales, aunque tenían sus
casas palaciegas en nuestras mejores calles- y por los labradores del pueblo;
allí vivían sentimientos contrariados en función de ser elegidos o no para
ganar el jornal –el pan de la familia- del día siguiente. Cómo recuerdo la
vuelta de mi padre, alegre y dicharachero si lo habían señalado positivamente para
algunos días de trabajo, o triste y cabizbajo si no lo habían tenido en cuenta.
Entendía yo que era como perder o ganar en el juego, si te tocaban o no; pero
en su caso sólo jugaba el que elegía, el que tiraba el dado y movía ficha.
Ellos, hombres hechos y derechos, sólo podían esperar la gracia del que
señalaba.
Recuerdo que mi padre fue contratado, por la fiesta de
San Miguel, como gañán para alguna finca ajustándose por un año, ya fuera en la
demarcación de nuestro pueblo o de alrededor. Alguna vez en el contrato íbamos
mi madre y nosotros, los tres hermanos. Vivir en cortijos, fue una experiencia
grabada a fuego: Sierraquemá, Fuente del apio…Este último en la aldea la
Coronada-Córdoba- donde, con cinco, siete y once años, mis hermanos y yo
hacíamos un camino de más de tres kilómetros a pie cada día, ida y vuelta, para
ir a la escuela. Cargados con nuestra cartera, una talega con la hortera en la
que iba la comida de cada día, que devorábamos –según nos gustara más o menos-
en el patio de la casa de una familia conocida. Hoy, todo lo vivido, lo
considero una riqueza, pero no quiero desviarme de la idea de la tristeza que
suponía el no ser contratado para poder ganar el jornal y ver que otros eran
preferidos. Imagino que los mayores, los más débiles, los más pobres, menos
conocidos, etc. serían más postergados y sólo les llegarían las migajas de la
abundancia que cayeran de las manos de los que tenían el poder, en las
temporadas de mayor trabajo en las faenas del campo. Cómo no sería la
situación, que a muchos no les quedó más remedio que ir como mano de obra a la
lejana Alemania. Yo he sido testigo de las lágrimas y los abrazos de las
mujeres y los hijos ante los autobuses cargados de paisanos dirección a los
barracones de las fábricas alemanas para ser mano de obra general.
Hoy, me duele que este mismo sentimiento sea el que se
esté dando en trabajadores de muchas empresas que deciden –con más o menos
razón y justicia- recortar trabajadores, sueldos, horarios, o en las filas de
miles de personas que se apuntan para posibles bolsas de trabajo para
ayuntamientos y comunidades, en las entrevistas de trabajo, en las salidas
forzadas a otros países, a la misma Alemania y con la misma tristeza. Imagino
que muchas de estas situaciones no se habrán podido evitar, pero me duele y
denuncio a todos aquellos que pudiendo evitarlo no lo hacen o no lo hicieron,
es más a todos los que aprovechan sus espacios de poder y de riqueza para
apretar más y más en esta situación de crisis y pobreza para tantos. No hay
nada más indigno que jugar con la dignidad de los otros, con su trabajo y su
ilusión. Malditos los que pudiendo dar trabajo continuado, digno y respetado,
aprovechan su autoridad para dejarlo a su arbitrio como único criterio,
haciendo que los demás dependan de él y reconozcan su poder. Utilizar el
trabajo y el sueldo de los otros como arma en defensa de un poder recibido y
ejercicio de una autoridad, dejando a las personas a su puro arbitrio no es
digno en ningún lugar y debería ser denunciado como ataque a un derecho fundamental
de la persona. Me resisto a que la forma de salir de la crisis pase por volver
a aquellos sentimientos que la gente sencilla y trabajadora de los pueblos
tuvieron que sufrir en los sesenta. ¡Ay de aquellos que provocan sentimientos
de desprecio y rechazo en las personas sencillas y trabajadoras de la historia!
Soy consciente de que esto lo escribo en estos días
donde las noticias nos revelan a los cuatro vientos: que un niño de cada tres
está en riesgo de pobreza en España, que más de seis jóvenes – muchos de ellos
muy preparados y cualificados- de cada diez en Extremadura están parados sin
tener que hacer nada cada día al levantarse, que Cáritas, Cruz Roja, Banco de
Alimentos… se ven desbordados y no pueden atender tanta demanda desde el dolor y
sufrimiento de tantos heridos y despreciados. En los mismos días que se nos dan
a conocer los beneficios de las entidades bancarias, orgullosas de su poder y
estabilidad, a la vez que aprietan inmisericordes sus manos y sus garras
usureras en los cuellos de los hipotecados y los parados, muchos de ellos fruto
de cierres de empresas que han asfixiado con su falta de crédito. Todo
calculado para crecer, engordar y asegurarse a costa de los ahorros de todos
los ciudadanos de a pie y con sus impuestos. Malditas las entidades que han
robado a los sencillos y a los pobres los ahorros de toda su vida, cuando todos
sus dirigentes se van cargados de riqueza a costa de generar miseria y dolor.
Malditas las empresas que aprovechan la situación para forzar las condiciones y
desproteger a los sencillos. Malditos todos los que juegan, con el criterio de
una organización más eficaz, con la dignidad de las personas humanas en lo más
básico de la vida como es el trabajo. Malditos aquellos políticos que no ponen
en el centro de sus intereses a los más pobres y los consideran como posibles
defraudadores en la recepción de ayudas básicas y por eso retrasan las
concesiones de rentas básicas para subsistir.
Bendita sea toda organización del pueblo a favor de
los últimos, toda cadena humana para ser solidarios entre los pobres, toda
lucha pacífica para denunciar la injusticia de un mundo rico que quiere
reorganizarse y asegurarse con el dolor, el miedo y el llanto de los débiles.
No hay duda de que otro mundo es posible, que una alternativa humanista es
urgente y que tenemos que apuntarnos ya para que no sea demasiado tarde.
Tolerancia cero, porque con la dignidad y el derecho al trabajo de las personas
no se debe jugar en ninguna plaza ni en ningún pueblo. (Eclesalia Informativo
autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).